ESTRELLAS DE NAPALM

Nació entre cultivos de napalm.

No conoció el verde de los sembrados. Estudiaba sentada en el suelo de una escuela improvisada a base de troncos sin apenas materiales y comodidades de esas que distinguen al llamado primer mundo.

Al terminar la clase, volvía a casa llena de ideas nuevas en la cabeza. Soñaba de forma casi involuntaria, incontrolada otras, con el día en que pudiera poner en práctica todo aquello que de continuo le rondaba poniendo alas a un talento innato.

De aspecto frágil, nada en su interior lo era; dotada de una especial inteligencia para afrontar lo que al ser humano le toca dependiendo del lugar dónde un día el universo quiso colocarlo. Esa fuerza interior salía a flote a través de unos ojos inmensos que irradiaban alegría; la felicidad que proporciona pensarse inmortal desde esa espléndida inocencia que solo pertenece a la infancia.

—¡Hada! —Gritaba su madre—, al verla aparecer, instigándola a colaborar en las tareas pendientes de la casa. Ella, sumida en sus proyectos, no escuchaba, solo oía el murmullo de sus pensamientos convocándola a seguir caminos que nada o poco tenían que ver con las demandas familiares.

La madre, serena, sin asomo de enfado, observaba a través de los ojos de Hada ese mundo interior de la niña. Adivinaba cuánto sueño se escondía bajo esa mirada aparentemente serena, tranquila, que encubría toda una tormenta en lucha por dar el salto hacia un exterior quemado, del que solo los valientes como Hada conseguían evadirse.

Un día cualquiera, como tantos otros, a la vuelta del colegio, una sombra cubrió su cabeza. Era un pájaro brillante, de ojos estridentes, como si con ellos pudiera atravesar el espacio. No sintió miedo, solo algo parecido a una premonición. En milésimas de segundo recorrió todos sus sueños. Por un instante, avistó el mar, todas y cada una de las cosas que había ido elaborando en su mente…

La sombra creaba un efecto paralizante…hasta levantarla del suelo y hacerla volar, esta vez sin las alas de sus sueños que, desprendidas y convertidas en polvo ascendieron a la estrella, esa, esa que, no supo retenerla e iluminarla para la eternidad.

Estrella de alas alargadas, no sé cuándo te iniciaste en mí, ni en qué edad, ni en qué eternidad, ni en qué revolución solar.

 






«Nunca había estado en este lugar: se respira de otra manera, a su lado una estrella fulgura con más resplandor que el sol».

—Kafka—









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