TURBULENCIAS DEL 68

En la mañana de aquel mayo del 68 los pájaros cantaron al revés. Pierre se levantó con el ánimo torcido. Desayunó a la carrera, se vistió a contracorriente, —¿Qué más da? —pensó—, total y para lo que me espera igual podría aparecer desnudo.

Sumido en sus cavilaciones no había reparado en el reloj de pared, parado en las tres y siete minutos. Continuó yendo y viniendo por la casa, desorientado. Su cabeza era un hervidero de ideas, no conseguía pensar con claridad el siguiente paso que debía dar. Mal vestido se lanzó a la calle: silencio. Desierta, como si la humanidad hubiera desaparecido durante la noche. Sintió un escalofrío que lo dejó parado un instante en medio de ese vacío. Siguió adelante hasta desembocar en una plaza donde se habían concentrado pequeños grupos entre los que sobresalía un cabecilla tratando de convencer con su alegato a los reunidos que, miraban con recelo sin entender muy bien el mensaje de ese fulano del que, en principio, desconfiaban. Se decía en los mentideros que había sido mercenario en la guerra de Argelia o guerrillero del FLN. Ni una cosa ni otra se sabía con exactitud.

Pierre paró un momento a escuchar un discurso que le resultaba vacío y repetitivo, con proclamas trasnochadas, navegando en la superficie, sin entrar a valorar lo que de verdad se estaba gestando en ese momento. Cruzó la plaza dirigiéndose hacia la avenida principal donde había congregada una multitud, esta vez, numerosa, ruidosa y reivindicativa. En ella, reconoció a un antiguo compañero de universidad: «parece un guerrillero disfrazado», —pensó.

Se saludaron, intercambiaron un choque de manos y un ¡compañero!  Como si se hubieran visto anteayer. Fusionados al grupo, los gritos se hacían cada vez más intensos, de pronto sonó una explosión…eran petardos, nada serio por el momento, la cosa ya se pondría peliaguda a medida que avanzaran las horas…los días…las semanas…

La imaginación no llegó al poder, ni las guerras dejaron paso al amor, como se pedía en los eslóganes de los estudiantes. Pero esa revuelta fue la semilla de muchos avances sociales.  Los acontecimientos del 68 fueron un rechazo a ver lo social como un conjunto de estrechas categorías sociales.

La revuelta de Berkeley de 1964 fue el primer aldabonazo de los movimientos estudiantiles. Su causa inicial fue la protesta contra la forma autoritaria de gestionar la universidad pública. Quienes iniciaron la protesta en los EE. UU. eran en su mayoría los hijos de las clases medias del final de la segunda guerra mundial, jóvenes que habían nacido justo al acabar la guerra, excelentes estudiantes y que mostraban su descontento tanto por la forma en que estaban siendo tratados por los órganos directivos de la universidad como por la inadecuación de los programas académicos y por la discriminación de las minorías, en particular de los negros. En este incipiente movimiento estudiantil norteamericano hay un vínculo muy claro con el movimiento, más amplio, en favor de los derechos civiles. De hecho, el conflicto nació en Berkeley como una extensión del movimiento en favor de los derechos civiles para convertirse casi inmediatamente en un conflicto que ponía el acento en los problemas de fondo de la universidad, de la Multiversidad, como la llamaron.

La contracultura de aquellos años tuvo un halo neorromántico. En su filosofía y en su práctica hay temas y actitudes que recuerdan el romanticismo histórico.

Es difícil entender en el presente cómo llegaron a combinarse dos almas tan distintas en la contracultura americana de los sesenta: el alma hippie y el alma revolucionaria. Pero fue así. La explicación quizá esté en la facilidad de traducción recíproca de los lenguajes de tradiciones y actitudes tan diferentes ante el asunto central de la guerra de Vietnam. Las llamadas a la deserción y la desobediencia civil más allá de las diferencias en las críticas a la guerra, unificaban lenguajes.

Ayer le preguntamos a Pierre qué y cómo recordaba todo el movimiento de aquella época. Su respuesta, contundente, fue:

—Solo sé que no recuerdo.

 

 

 «Lo importante es que se haya producido cuando todo el mundo lo creía impensable y, si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir».

—Jean-Paul Sartre—





 

 

 

 

 

 



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