UNO DE NOVIEMBRE
Se acercaba el uno de noviembre
con sus celebraciones mortuorias.
Le gustaban los cementerios.
Al contrario de otras gentes
que visitaban a sus muertos una vez al año, él, acudía a diario.
Se acicalaba como si fuera al
estreno de una ópera en el Real. Salía de casa, tomaba un autobús hasta la
parada de metro y, de ahí, al camposanto.
En el trayecto no pensaba,
escuchaba música, evadido de todo lo que le rodeaba sin sospechar que algo
pudiera alterar la rutina llevada a cabo desde hacía años. La sorpresa le
agarró por detrás al llegar al mausoleo: la piedra que cubría el foso había aterrizado
contra el suelo.
Estaba acudiendo a su última
obra.
Era su representación
definitiva. Abrió los ojos a la negrura que ocupaba todo su espacio.
En un suspiro final supo que
no volvería a tomar el autobús.
Comentarios
Publicar un comentario
Soy toda "oídos". Compartir es vivir.