FRÍO


En la calle empedrada resuenan unos tacones. A su izquierda las saltonas luces de neón azules y amarillas, anuncian: «Tacones de hielo». El rimbombante nombre del bar la empuja a entrar.

 —¿Qué tipo de fauna habita un lugar así? —piensa.

Entre dudas, cruza el umbral. Llama su atención la barra iluminada, el juego de luces que hay sobre y dentro de ella que simulan un bloque de hielo y provocan un haz de humo ascendente que se evapora al contacto con el techo.

A los lados una hilera de mesas mezcla de silicona y cristal conforman un paisaje antártico.

Bordeando la barra aparece un pasillo con cortinas en forma de hilos helados que conduce hacia una estancia gélida en la cual se encuentran los baños. Todo frío, como si el decorador hubiera querido conquistar el alma de los pobladores de ese local a base de congelar su existencia.

En el ventanal se refleja la figura de un tipo sentado a una de las frías mesas del salón…la observa sin mucho disimulo. Agarra su copa como si fuera el asidero de un salvavidas.

Ese momento que hubiera podido ser mágico es interrumpido por un estúpido camarero que se cruza cuando la tensión creada hubiera dado lugar al inicio de una posible «desventura».

—Igual hay que dar gracias a este ser inoportuno. —Especula él.

—Ella, que había iniciado el paseo triunfal hacia el lavabo, se ve interrumpida en mitad del camino por el mozo de la bandeja en ristre. No sabe si mirar al frente, a uno de los lados…distraída posa la mirada —como todo el espacio del bar— en las heladoras losetas del suelo.

Aquel ambiente gélido comienza a intranquilizarla. Abandona la idea de seguir hacia el baño. Se acerca a la barra. Toma asiento en uno de los altos taburetes que se alinean a lo largo de ella y pide un Martini al cejijunto camarero. Este, la mira como si estuviera enfrentando un ser verde con antenas.

—Está perdida y, ha entrado por completo error en el «Tacones» —piensa el camarero.

El tipo de la mesa junto al ventanal sigue con su indisimulado estudio. La observa de arriba abajo. Después, directamente a los ojos. Ella siente la incomodidad que supone sentirse examinada sin el más mínimo disimulo. Del bolso saca unas gafas oscuras, las coloca en su cara como si quisiera incrustárselas. Toma la copa, primero despacio…para a continuación apurarla como si no hubiera un mañana.

—Fuguémonos —escucha ella desde su pedestal.

En la fuga sus zapatos de hielo se hicieron añicos. Nunca volvieron a tocar el «Tacones de hielo».

En el diario de a bordo el camarero anota:

—«Ni la apariencia ni el dinero; es la clase lo que define a la persona».

 

 
















































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