FANTASMAS DE LOS ARCHIVOS


Sala Rafael de León. Biblioteca Estatal.

La Zarzamora llora que llora por los rincones.

Ha desaparecido de la Sala Rafael de León. La directora de la Sala y sus secuaces no dan crédito.

—Ayer en el recuento estaba vivita y coleando, —asegura un emérito de la Sala que pasaba por allí—.

—¡No gana una para disgustos! —clama la directora novata—.

En el trasfondo de un armario:

    — «¡Mire uzté don Rafaé! —dice la protagonista de la partitura—. ¡A mí no vengan con desapariciones y fantasmas que una es mú suspesticiosa y, se enreda en estas cosas como anzuelo mal tiraó!…

 ¿Cómo que ha desaparecio la Zarzamora?

Claro que nomestraña, habiéndola cantado yo, compuesta por usted… ¡Como p’a no robársela!»

—«No hay mejor perro guardián que la decencia. Roban un papel y los ignorantes no saben que la esencia es lo que permanece —Comenta don Rafael—.

Ni el tratante, ni el marqués sabían nada del asunto. Por el café de Levante, desde Asturias hasta Cádiz, no se conoció luto mayor.

¡La Zarzamora había desaparecido!

Al fondo se oye un lamento: es un llanto solapado. Es un llanto desacompasado. Es un llanto que reniega, un pretérito pluscuamperfecto. Es una sombra.

Ya no es.

Por los cerros del Cañón de Talampaya resuena el eco de un lamento que se quiebra entre cuevas y paredes…

Quintero, León y Quiroga se retiran, mudos.

Ellos saben…







 

 

 


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