Mujeres del pasado, presente, futuro…con un común denominador que las hace indivisibles: “Mujeres de vuelta y media”; de vuelta de tanta opacidad, de tanto gris, de tanta decepción. Venciendo obstáculos a través de una sonrisa que las redime.
Diez mil kilómetros
recorridos. Mil pueblos atravesados y, en la última curva del arenoso camino,
con la ropa jironada, los zapatos asemejados a un colador, aparece un jardín
relleno de luz.
Un haz refulgente, desvelando
el secreto hasta entonces escondido.
Con el entusiasmo con el que un niño abre sus regalos en reyes llegué a casa dispuesta a desembalar mi tesoro, adquirido en la pequeña librería de la que venía gozando hace años. Tomé posesión de mi silla junto al escritorio y me dispuse a dar buena cuenta en mi maravillosísimo cuaderno de tapas doradas y, todavía vírgenes hojas, administrándole una dosis de fantasía, y sobre todo y por todo del momento dulce que me cobijaba en ese siempre imprevisible presente. Invité a la palabra para que acudiera rauda a mi cita con el papel. Invité al lápiz a la pluma a la tinta y a la goma de borrar. Solo la última acudió a la cita, la que a través de su materia convierte en blanco todo lo que antes había quedado impreso en negro… Mi fiesta convertida en infausto funeral. Mi cuaderno a la espera de que estos figurantes quieran aceptar la invitación duerme en una esquina redonda el sueño de los incansables optimistas.
Mi tía Concha era una posmoderna. Una posmoderna en todo por todo y para todo. Hubo un tiempo en un país muy lejano en el que las señoritas de postín organizaban sus armarios según la estación del año. Entre los muchos enseres había uno a su criterio, imprescindible: el abrigo de entretiempo. Abrigo de entretiempo que por entretiempos pasó de su postinera impronta a prenda trasnochada por razón de la materia: los entretiempos habían pasado a mejor vida llevándose con ellos la protección de estas prendas a las que el tiempo concedió la cualidad de obsoletas. Huérfanas aparcadas en un rincón del almario*. Mi tía Concha me dejó un caudal abrogatorio digno de una princesa, y por añadidura, lo complejo de cómo administrar dicha herencia. No necesité darle más de dos o tres vueltas a la cuestión. —«Si el entretiempo se ha ido de parranda crearé mi propio período de tiempo próximo al verano de temperatura templada y suave». …Y los chicos se reían al verme pasar puesto que nada d
Paula había sido a lo largo de toda su carrera una maestra devocionaria, de las que cuidan a sus alumnos regándolos cada día con conocimiento de causa mientras los prepara para afrontar lo que la vida se digne asignarlos. Sus convecinos la asaltaban día sí día también con la misma monserga: —«Paula, mujer, ¿Por qué no se jubila usted ya?, qué bastante ha hecho para desasnar a tanto ganado como ha pasado por su escuela». Paula tenía tan interiorizada la frase que ya ni la escuchaba, contestaba con una sonrisa mientras daba vueltas con la llave en la cerradura de su vieja casa que, chirriando, se resistía a facilitar el paso como si con ello quisiera mantener fuera de sus muros a la maestra, y esta, siguiera escuchando el mantra de sus vecinos. —«¿Qué haría yo sin mi escuela, sin mis pupilos, sin mis tareas diarias?». —La cerradura vence su resistencia y Paula continua con sus cavilaciones dentro de casa. Era martes, 29 de febrero, once y media de la mañana. En clase de filosof
Bajo un cielo cargado de estruendos y luces que iluminaban con sus rayos la noche más negra de aquel mes de febrero, vino al mundo Valentino entre gritos de la madre, lamentos y truenos de un cielo que amenazaba con caer sobre aquella tierra dura como el pedregal. Pareciera que todo el conjunto unido quisiera ser una admonición de lo que sería a futuro la vida del muchacho. Valentino, nombre impuesto en honor a su abuela Valentina nada tenía que ver con su idiosincrasia pues desde que echó el primer diente quedó de forma manifiesta su endógena cobardía. A medias de su crecimiento cuando el disminuido grupo de chiquillos que aún quedaba en aquel paraje pasaba las horas muertas entre riscos planeando batallas sin comando ni dirección, él, esperaba al abrigo de un matorral a que bajaran para volver seguro al pueblacho. La muchachería le regalaba en cada escapada una serie de epítetos a cuál más cruel gritándole en su cara lo extravagante de su acción —inacción, más bien— y lo poco
Están los que a pesar de todos los inconvenientes inventados aprenden solo con mirar al cielo. Están los que no aprenden ni, aunque por una rendija pudiera ser introducido en su cerebro toda la sabiduría del mundo. Por otro lado, hay una mayoría silenciosa que aprende e inventa lo no enseñado: esos son los imprescindibles. En la vuelta al cole después de meses cazando ranas, nadando hasta el ocaso, corriendo por campos entre guijarros y resecas plantas, por arboledas y riachuelos…según en el lugar del mundo que el azar los puso…la muchachería se reencuentra añorante de sus correrías…anhelantes de nuevas vacaciones… Hay colegios levantados con cuatro palos y otras tantas ramas colocados de la mejor manera que se pudo elegir. Existen colegios de élite donde unos parvulitos bien alimentados, alienados y adoctrinados, llegarán a ser los dirigentes del planeta. Hay colegios donde se enseña a ser sin parecer. Hay colegios donde por encima de todo se aprende a aparentar sin ser. En unos h
…Y la muerte pasó de largo cuando el niño burló su autoridad insertando el último círculo de vida en lo que a lo largo de siglos fue la segadora de ilusiones. El juego de la vida comienza entreverando los círculos en el devenir de los días hasta llegar al último aro. La inserción o no de este decidirá quién será el vencedor de la batalla.
El tío Elpidio era un amante del campo y sus consecuencias. Una tarde como tantas otras de las que pasaba en su erial, encorvado sobre la última de sus plantaciones, se «planta» detrás de él —valga la redundancia— un tipo con cara de urbanita, —esto se sabe sobre todo por el color de su tez cetrina, a la que poco o nada da el sol y termina por ictericiarse—. —¡Hola amigo! —Saluda casi gritando. —Pues mire usted, no es por molestar, pero, para que seamos amigos, como mínimo tendríamos que conocernos, y, yo a usted no lo he visto en mi vida. —Perdone buen hombre era una forma de hablar… —Y ¿Cómo sabe usted si soy buen hombre o mala persona? mire tire «p’alante» y cada uno con lo suyo… —«Qué tío más cansino ¡La virgen! Con lo a gusto que yo estaba sembrando indigentes intelectuales, ¡Cagüen tó! ¡Este me habría servido de un abono cojonudo!» Elpidio sigue a lo suyo, mientras, va desgranando mentalmente frases filosóficas de esas que no están recogidas en los libros, pero que
Yo finjo hasta los tiramientos de toalla: me tiro en la toalla a tomar el sol y no desisto hasta que lorenzo se oculta… Finjo tirar la toalla, pero la tengo bien amarrada bajo el muslamen de este cuerpo pez-globo que se ha adosado a mí como si fuera mi hígado o alguna parte esencial de mi existencia…y me digo: «¡No tires la toalla qué ya no se consiguen baratas ni en Portugal!» … y sigo pegada a ella con mi libro y mis deberes escrititorios…y no tiro la toalla por más que el universo se empeñe en hacerme desistir de vivir el sueño de un recuerdo perfecto en bikini sobre un mullido lienzo. Las tres de la tarde y sereno en aquella residencia de señoritas…la guardiana paseaba los pasillos con sus andares de gato, almohadillados, trillados y soñolientos como su propia personalidad en busca de una paja que se moviera para ponerle el punto sobre su ‘i’ correspondiente. Era un sistema carcelario, disimulado, y, muy bien vendido a padres creyentes de la dictadura encubierta reinante
Miró por el ojo de la cerradura con inquietud tratando de adivinar lo que escondía el lugar que aparecía constantemente en su sueño. Oteando a través del orificio descubrió un mundo insospechado; solo quería traspasar la puerta y sumergirse en la realidad de su sueño. Filas y filas de estanterías repletas de todas las historias jamás contadas que, dormían el profundo sueño de los olvidados. ¡Al rescate!, ¡Al rescate! ¿Cómo cruzar la puerta que impedía la inmersión? Dio marcha atrás en sus pensamientos. De nuevo sentado ante el escritorio, con la mente en blanco, sin idea alguna sobre como continuar aquel libro que comenzó hace más de un año y, que solo acumulaba hojas en blanco: — «Tengo que encontrar la forma de cruzar ese ojo de cerradura». Sonó el teléfono. De un salto alcanzó a contestar. —¿Estás libre esta tarde? —la cantarina voz de María lo sacó de su eterno sueño. —Depende —contestó. —No te hagas el interesante. Te recojo en media hora, sin excusas. —¿Sirve de a
Aquella fue la era del jamón en el lejano reino de Bertia*, cuyo gobierno era la monarquía absoluta socialista, democrática y foralista. Su emperatriz, Birta I Garciger había acuñado el lema: «Nada más allá que la ley y la libertad». Capital: Magdridburgo. Lengua oficial: Bertiano. Lengua(s) regional(es): alemán, español y *chemehuevi. Moneda: Escudo bertiano ($E). A cualquier evento situación o cosa necesitada de solución le era aplicada la «ley del jamón», o para mejor decir, se endiñaba un jamón al presunto resolutor dando como resultado la resolución del mismo. * El chemehuevi, de origen azteca. Aunque la tribu que le da nombre aún existe y es bastante próspera, solo 3 personas son capaces de hablar el idioma con fluidez. —Fuente: whatsup.es—. Adolfo caminaba por Magdridburgo llevando a la cola una prole de siete hijos como siete panes. Pío, el mayor: dieciséis años de vida improductivos. Rosa, a sus quince iba colgada de una nube de cuya plataforma
Que siga guardando el secreto y cuantos menos humanos lleguen al jardín, mejor.
ResponderEliminarLos «inhumanos» tienen prohibida la entrada. ¡Saludos!
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