LA HUIDA
Bajo un cielo cargado de
estruendos y luces que iluminaban con sus rayos la noche más negra de aquel mes
de febrero, vino al mundo Valentino entre gritos de la madre, lamentos y
truenos de un cielo que amenazaba con caer sobre aquella tierra dura como el
pedregal. Pareciera que todo el conjunto unido quisiera ser una admonición de
lo que sería a futuro la vida del muchacho. Valentino, nombre impuesto en honor
a su abuela Valentina nada tenía que ver con su idiosincrasia pues desde que
echó el primer diente quedó de forma manifiesta su endógena cobardía.
A medias de su crecimiento
cuando el disminuido grupo de chiquillos que aún quedaba en aquel paraje pasaba
las horas muertas entre riscos planeando batallas sin comando ni dirección, él,
esperaba al abrigo de un matorral a que bajaran para volver seguro al
pueblacho.
La muchachería le regalaba en
cada escapada una serie de epítetos a cuál más cruel gritándole en su cara lo
extravagante de su acción —inacción, más bien— y lo poco que tenía en común con
su nombre.
Un febrero trajo otro y otro y otro…para cuando Valentino llegó a la treintena el resto del grupo al que nunca perteneció había desaparecido, pero no desaparecido por mudanza alguna, no, al igual que un día pareció que iban a conquistar la tierra, ésta, segó de golpe su andadura dejando a Valentino al mando de un fantasmal ejército. En noches de tormenta cuando las piedras del cielo entrechocaban sus aristas, Valentino, escuchaba un coro de voces:
«¡Valentino! ¡Tú, solo tú, has entendido el sentido de la vida!»
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