LOS ZAPATOS NO MARCAN EL PASO

 

En los zapatos heredados no había espacio para la incredulidad. Si lo había para una docena de pies más. Heredó los zapatos de un gigantón tío, náufrago de ultramar. Sentada en el borde de la acera intentó ponerse en pie para dar el primer paso, el incipiente movimiento la empujó contra las baldosas de piedra. Segundo intento: nada. Tercer intento: un salto, y, sus pies se liberaron de las botas mágicas que quedaron anquilosadas a los baldosines mientras ella emprendía un vuelo a través de la calle melancolía. 

Ella, no quiso jamás ponerse en unos zapatos heredados de alguien con lo que poco o nada tuvo a bien compartir.

Aterrizó en una plaza rebosante de zapaterías; tras probarse un centenar de zapatos acabó eligiendo unas cómodas y brillantes bailarinas adaptadas a sus pies con las que cruzó océanos de paz.  

Quizá vivir tranquilo implique no ponerse o meter los pies en los zapatos de otros. Si alguna vez te encuentras en esa tesitura: cambia de zapatero.






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