MANOS

 

Había subido al barco sin meditar demasiado en cuál sería el destino en el que habría de desembarcar.

Ir venir de pasos confusos buscando el lugar de su acampada. El día que descubrió el error en la elección del rumbo tomado de forma casi automática recogió los primeros bártulos que creyó imprescindibles para lo que se disponía a llevar a cabo.

A medio instalar descubrió con desagradable sorpresa la inconveniencia de tener que compartir habitáculo. No era propensa en absoluto a socializar por lo que el encuentro con su compañera de cubil se limitó a un ‘buenos días’ acompañado de un rictus entrecejil.

—Buenos días, mi nombre es Nadia. ¿Cómo está usted? espero que podamos disfrutar de la mutua compañía.

—Disculpe me duele terriblemente la cabeza. Solo quiero echarme y descansar, —Contestó Malia desde la impostura elegida para su alias con una antipática sonrisa-mueca—.

Su compañera no sabía cómo actuar, cuál era la reacción apropiada con la que contestar aquella brusquedad con la que su vecina se había mostrado y que distaba todo y más de ser una presentación, más que todo eso fue, era, una clara advertencia con alerta incorporada de que no quería ser molestada bajo ningún pretexto.

Nadia decidida a poner remedio a la incómoda situación salió en busca del responsable de distribuir los camarotes. No fue fácil dar con él dado el trasiego del momento. Más frustrante resultó aun que después de encontrarlo y una vez planteada la cuestión sobre su deseo de cambiar de habitáculo éste pusiera en su conocimiento la imposibilidad de llevarlo a cabo.

—Todo el barco está completo señorita, no queda recodo alguno por cumplir, siento mucho no poder ayudarla.

Nadia se revistió una vez más de tantas con su hábito de resignación ante un hecho que no estaba a su alcance revertir. Dio las gracias y se alejó con rumbo a su refugio. Abrió la puerta con el mayor de los sigilos donde tras ella encontró postrada, aunque con los ojos abiertos a Malia, la inquilina que un momento antes la había recibido con un deje de hostilidad. Tratando de pasar desapercibida se acomodó en su litera sin decir esta vez ni mu. Agarró su libro dispuesta a pasar las horas siguientes hasta el almuerzo metida de cabeza en la lectura. Así pasaron los primeros cinco días en los cuales no cruzaron ni la más mínima fórmula que la corrección hubiera debido imponer. La mañana del sexto día Malia saltó de su cama intentado sofocar un grito convertido en aullido a través de o por efecto del refrenamiento.

Nadia a su vez se incorporó en su jergón sin atreverse siquiera a preguntar a fin de no provocar la antipatía que su vecina le profesaba.

En esta ocasión fue Malia quien abrió la boca para articular ligeramente no más de dos palabras: ¡UNA RATA!

Y Nadia quería gritar, pero del miedo que provocaban en ella la rata y su vecina, ahogado el grito, éste, se le atragantó entre las amígdalas, y allí quedó atrapado sin salida.

Salvado el incidente con ayuda del sobrecargo, Malia y Nadia volvieron a su inicial incomunicación en la que seguirán instaladas hasta el fin del viaje. Una por miedo a la reacción de la otra no se tomaron la molestia de siquiera un adiós de cortesía.

Malia liberada del estorbo que representaba para ella la compañía de un extraño se dirigió al hotel donde con antelación reservó para su estancia una habitación provista de balcón con vistas a un frondoso y gran jardín desde el que tendría ocasión de controlar idas y venidas a la espera del deseado descubrimiento. Los días pasaban pesados con la carga que supone una espera sin el resultado de la ansiada recompensa. Por momentos acariciaba la casi certeza de que estaba en el lugar equivocado…

«A veces tengo la sensación de que la vida está en cualquier parte donde yo no esté» …

Este pensamiento le pillaba desprevenida, machaconamente venía una y otra vez… «Estoy en el lugar equivocado» …

Una paloma descansa de su vuelo en la barandilla del balcón de Malia. Malia la mira como si el ave pudiera proporcionarle alguna respuesta. La paloma, muda, retoma su vuelo.

Malia se refugia en su tristeza a la vez que intenta convencerse de que quizá sus negativos pensamientos solo sean reflejo del miedo a enfrentar el hecho de no estar equivocada. Ese instante dura apenas unos segundos en los que su mente se vacía de quebrantos; pasado ese microminuto vuelve la necesidad de tomar decisiones, intenciones pendientes de un oscuro hilo.

Lleva noches de insomnio en los que se hace la promesa de no permanecer allí más de tres días.

Sale de nuevo al balcón donde el silbido del ala de una paloma parece querer decir «No te vayas todavía» … y, bajo el zureo palomil aparece una sombra que va volviéndose cada vez más nítida a medida que se acerca…

La paloma entonó su arrullo lanzándose hacia el cielo. La cuidada alfombra del jardín otrora verde mudó a luminoso bermellón.

Un charco rojo transcurría bajo los pies de Malia. Como un río desembocó junto al que se había creado en el césped.

—«No temas corazón, solo es un salto sin asalto, una embestida jacarandosa».

Nadie había visto ni escuchado nada. Los forenses no consiguieron descubrir la causa por la cual aparecían las dos figuras yacentes cogidos de la mano con sendos orificios de bala en el centro del corazón.

Mientras, en el bar del hotel, el resto pacía con una sonrisa capciosa entre copa y copa, como a la espera del final feliz de sus vacaciones.






 

 

 

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