TACONES EN LA OSCURIDAD



TACONES EN LA OSCURIDAD

Caminaba por entre la noche como si no jamás pudiera volver a resucitar un amanecer, como si todo lo que encontraba o se hallaba a su alrededor no fueran otra cosa que figuras cobrando vida, porque ella se la regalaba a través de su mirada.

De pronto sintió que algo no definido aliviaba sus pasos, era como si en cada uno de ellos la tierra alfombrara el camino tratando de suavizar ese vagar sin fin. En su ruta se cruzaron rostros de sonrisa perfecta, tratando de ocultar todos los secretos de que son capaces esos gestos, involuntarios a veces. A ella, no, ella percibía ¡y de qué forma! más allá de cualquier máscara...Don otorgado que hubiera preferido no poseer, ¡terrible descubrimiento!

Su mirada no se posaba en el exterior, era capaz de llegar a lo más profundo y atroz de cuanto la rodeaba. Miradas turbias, miradas —a veces— imposibles de mantener, pero que, a su vez, no evitaba como en lucha por salvar al mundo. Corría por un camino sin fin, quizá buscando su propia salvación. Huida de sí misma, en búsqueda constante de un sueño que, en su acogida, pudiera salvarla. Esa voz le decía…que no, no, no…que no era seguro derrapar por tales precipicios…no escuchaba…no quería escuchar…

Una vez y otra más, desoyendo todo intento de salto hacía la realidad… se encontró en el «TACONES DE HIELO».  Como nunca antes había sentido, en esta ocasión, experimentó un frío salvaje que convirtió sus huesos en blanda materia.

Al ver reflejada su imagen en el espejo no encontró reconocimiento alguno. De nuevo la inundaba una tormenta que negaba lo que sus ojos clamaban a gritos. Se sentó a la barra. Un Martini que no lograba secar aquel aguacero…

Ni el menor intento por dirigir su mirada hacia aquel rincón dónde la vida se detuvo en uno de esos instantes mágicos, que ni la voluntad más férrea lograría sucumbir hacia el olvido.

Miraba sin ver…con los ojos secos, agotados; el alma en inundación. En un instante vio pasar su sueño subida hasta morir en sus imposibles tacones…

En su cara apareció una ligera sonrisa, acompañando la ilusión de que quizá, —solo quizá— aprendería a no caer desde esa vertiginosa altura…

 

 

«Las zapatillas son para las bailarinas»…





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