UN PEZ AHOGADO


Están los perdonavidas y, los que quizá porque no saben perdonarse a sí mismos tratan por todos los medios de colocar su mediocridad al prójimo.

Aquellos que te miran con todo el rencor acumulado de siglos del cual se desprende que algo mal debe andar en sus vidas para que tú seas el objeto de su aniquilamiento.

Hay lágrimas necesarias; necesarias en el plano fisiológico que, de otra forma y sin salida el cuerpo reaccionaría váyase a saber de qué manera. Muy conveniente es saber elegir los enemigos y las batallas, de esto, dependen en gran medida, sino en todo, el resultado de la contienda.

Demasiado harta, esa es la palabra, hubiera utilizado cansada, pero no, es hasta el hartazgo donde me llevan actitudes provocativas de las que no creo formar parte ni ser objeto útil; nada tengo que ver ni batallar con los conflictos que me son ajenos no porque pierda interés en lo concerniente a la parte humanista, sino todo lo contrario. Me parecen actitudes, actos deshumanizados traídos a un escenario que se conforma con todo lo establecido y que no mueve ni paja por cambiar estereotipos.

No puedo con la cretinez, no puedo con las malas formas, no puedo con la vulgaridad de las acciones que desde ciertos estamentos y con el poder que les confiere un estrado, administran a discreción, —sin discreción— con el objeto de poner encima de la mesa su absoluta ignorancia, sin darse cuenta de que, al querer evidenciar un supuesto error lo que consiguen es poner de manifiesto su escasez de miras, su terrible obsolescencia, añadido a una zafiedad que espanta.

Huida hacia adelante, a batallar en otros campos, dejando atrás lo que un día creí conveniente incorporar a mi empirismo y que se presenta sin previo aviso una y otra vez, quizá con la intención de hacérmelo gravar a fuego.

Hay lecciones que solo se aprenden a través de los propios errores, diría más: es la única o la más certera de las probabilidades de aprendizaje.

Experiencia, cabeza alta, sonrisa y con una moral indestructible… ¡Ahí vamos! Todo llega para quién sabe discernir entre el momento apropiado y manejar ese conocimiento.

 

 

«Las flores a las personas ciertos ejemplos les den; que puede ser yermo hoy el que fue jardín ayer».

—Luis de Góngora—

 

 

 









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