EL FINAL DE LA DERROTA
Regresaba de la siempre
denominaba por él: «mi última aventura»,
a sabiendas de que no lo sería. En las arenas movedizas de aquel monte…perdió
las llaves. La prueba —sin consecuencia por ahora— no estaba resultando tan
fácil como en un principio le pareció.
Llevaba colgado su amuleto,
confeccionado por un gurú al que se topó por casualidad en una zona inexplorada
de algún lugar del mundo. Nunca salía sin él. Sin ese «atuendo» era sentirse desnudo, tanto se había habituado, hasta
convertirlo en imprescindible.
—Hay búsquedas que suenan a
derrotas. —Pensó.
Tras horas de caminata
comprendió que andaba en círculos.
—Por aquí he pasado, he
pasado…dos, tres, cuatrocientas veces…—Exclamó.
Difícil atinar en un paraje
heterogéneo, salvaje. No existía una línea que le sacara de ese círculo en el
que había caído. Intentó un giro, y otro, y otro…nada. Seguía sin moverse del
sitio. Buscó la brújula en uno de sus bolsillos: había desaparecido.
—No puede ser. Estoy seguro de
haberla colocado aquí. Esto es de verdad un aprieto de los gordos. ¿Cómo saldré
de este atolladero?
Dio marcha atrás en su
deambular a fin de encontrar otras salidas.
Ladridos, ¡eran ladridos!
Unidos a voces que se acercaban.
— ¡Nos ladran Sancho!, señal
de que avanzamos. —Creyó escuchar.
—Este pantanal está haciendo
mella en mí. Divago como un loco, o peor, estoy comenzando a tener
alucinaciones.
Un caballo y su jinete, junto
al pollino que montaba un mancebo, pasaron rozando su pernera.
—Lo que buscas está en el lado
opuesto de tu voluntad. Has de saber que mi fiel amigo y yo llevamos intentando
la «hazaña» desde el principio de los tiempos. Cabalgamos: nos ladran. Señal de
que estamos en el buen camino. La real aventura es la travesía sin fin. No
empeñes tu suerte en el resultado final, ese carece de toda importancia. Cabalgar
es la aventura. Mi profesión la de andante de caballería. Son mis leyes, el
deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada,
de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más
angosta y difícil. —Soltó de seguido el jinete.
—¿Puedo unirme a vosotros?
Apenas terminó la pregunta los
«visitantes» se habían esfumado: ni
rastro, ni ladridos…nada.
—¿Qué demonios ha sido «esto»?
Mil vueltas dio a lo
escuchado, soñado, intuido…
En su divagar, halló una senda
libre de vegetación por la que transitar sin demasiado esfuerzo.
«Cha-ca,
Ki-ia, cha-cha-cha» … escuchó el grajeo, cercano, cada vez más
inmediato. Una urraca intentaba esconder en el nido lo que llevaba colgando de
su pico…Se acercó. ¡La brújula! ¡Era su brújula!
La búsqueda había llegado a su fin. Pensó en el discurso que le había lanzado el jinete.
—«¡Nos
ladran Sancho!, señal de que avanzamos». —Seguía escuchando en su
interior.
—«Prueba superada. Hay
derrotas que valen un potosí».
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