EL BAR QUE ZAMPABA ESCRITORES


Un cielo plagado de dioses: 

—«No hay cielo para tanto diosecillo» …—Pensó.

—Buda salió a su encuentro:

—«Tú también pasarás a mejor vida».

—Se cruzó con Shiva que le dijo:

—«Siéntate a mi izquierda yo te ayudaré a encontrar tu piedra» …

—A unos pasos hizo su aparición Alá:

—«Una persona fuerte no es aquélla que tira al suelo a su adversario. Una persona fuerte es la persona que sabe contenerse cuando está encolerizada. No pases el tiempo soñando con el pasado y con el porvenir; estate listo para vivir el momento presente».

Al cruzar la nube de polvo que desembocaba en una escalera de algodón cuyos peldaños desaparecían al paso de sus pies…se tropezó con el dios de los judíos, que se expresó así:

—«Aguanta tú esta cruz; yo no puedo más con mi papel en esta función…practica el estoico acatamiento de esa fuerza ajena llamada destino».

…Y de repente no sintió nada. La voz que escucha a cada rato en su meditación: «I can’t find you».

La noche en que todo ocurrió.

Eso que llamamos percepción de las cosas porque no nos atrevemos a enfrentar la realidad de lo que ocurre y, que no tiene que ver con casualidades es el manantial desde el que emana la más pura causalidad.



Se tanteó el bolsillo buscando la caja plateada del instrumento que más tarde o más temprano acabaría con él: sus cigarrillos.

—«Juraría que los llevaba en este bolsillo y que recuerde no los he tocado desde la sobremesa».

El contratiempo contribuyó a agriar más su estado de por sí, áspero. Echó una ojeada alrededor del habitáculo. Difícil encontrar nada entre aquel desorden desgobernado que era su habitación, el reino que habitaba o creía ocupar donde dar rienda suelta a su pluma, sus sueños, sus desvelos…

Sabía que ya no lograría concentrarse en nada que no fuera encontrar la maldita caja. Agarró la zamarra deslucida por siglos de uso y bajó las escaleras saltando peldaños de dos en dos, de tres en tres…hasta alcanzar la calle.

—¡Antolínnnnnnnnnnnnnnn! ¡espera! ¡por tus muertooooooossss! Jadeando como un perro se plantó delante del filósofo coperil que regentaba aquel bar de mala muerte fruto de la herencia recibida de un tío al que siempre odió en vida y que le sorprendió a su muerte con este regalito…

Con tono de súplica ovejil pidió una caja de tabaco como quien pide auxilio ante la inminencia de morir desangrado.

De regreso a casa un tufo a quemado se filtró por su puntiaguda nariz provocándole una tos que, frenética, ascendía hasta la raíz del pelo como si quisiera convertir este en ceniza. En el cenicero al lado de la última cuartilla garrapateada sobre el escritorio humeaba una colilla que había dado alcance al papel provocador de aquella fumarada. Allí, tan tranquila, reposaba la caja plateada guardiana del motín matador. Cuatro maldiciones después, estaba sentado delante de nuevas cuartillas que esperaban su desvirgamiento. Agarró la pluma y en la tercera «a» fue absorbido por el papel…

—Apareció en un cielo plagado de dioses: «No hay cielo para tanto diosecillo» …—creyó llegar a pensar con la certeza de que ese pensamiento era recurrente—.  Mientras, se cruzaba con Buda, que le soltó, así, sin anestesia: «Tú también pasarás a mejor vida».

 —¿Quién eres tú?...

Pero la figura ya había desparecido antes de comenzar la pregunta. Ahora tenía la casi seguridad de haber vivido, escuchado esto antes.

—«Soy el consuelo de las personas afligidas, dios de la transformación universal, mi nombre es Shiva.  Siéntate a mi izquierda. Yo te ayudaré a encontrar tu piedra, te aconsejaré sobre cómo resolver tus problemas físicos, psíquicos y espirituales». —Con la última “ese” desapareció sin dar opción a pregunta alguna.

La tercera aparición entonó la siguiente proclama:

—«Una persona fuerte no es aquélla que tira al suelo a su adversario. Una persona fuerte es la persona que sabe contenerse cuando está encolerizada. No pases el tiempo soñando con el pasado y con el porvenir; prepárate para vivir el momento presente». —Así habló Alá por boca de su profeta Mahoma a la vez que se esfumaba con la última “e”.

Al cruzar la nube de polvo que desembocaba en una escalera de algodón cuyos peldaños desaparecían al paso de sus pies…se tropezó con el dios de los judíos que le dijo:

—«Aguanta tú esta cruz yo no puedo más con mi papel en esta función…ni con el estoico acatamiento de esa fuerza ajena llamada destino».

… Y de repente no sintió nada…cayó en un estado solipsista desde el cual solo escuchaba una voz que repetía salmódicamente: «I can’t find you».

En su delirio aparecen una y otra vez las voces repitiendo el mismo discurso.  



Recuerda cuando nada pasaba cuando el tiempo parecía plano y un minuto caía sobre el siguiente sin causar sobresalto. Esa edad, platónicamente instalada en un presente continuo. Noches eternas de más de noventa horas escribiendo sobre la nada, como el eterno profesor de escritura creativa que en vano espera terminar la novela que lo encumbre al paraíso o que lo saque de este gallinero de diletantes. La esquizofrenia de las horas frenada por el pitido de un móvil antiguo apagado la mayor parte del tiempo, puesto en “on” durante cinco minutos por si a alguien se le había ocurrido morirse sin cita previa, sin previo aviso y quedara sin resolver la última de las cuestiones escrito a traspiés su último mensaje; se quedaba dormido hasta que una alarma dentro de su cabeza le traía a la vida con frases inconexas, indescifrables, que solo en sueños podrían cobrar sentido, pero que machaconamente se repetían. Siempre los mismos dioses declarando sus arbitrarias doctrinas para inmensionarle aún más si cabe en la confusión campante de su cerebro.



No sentía la necesidad de ser feliz; no al menos sobre lo que una gran mayoría asigna a tal concepto.

—«Yo para ser feliz necesito dejar de sentir la necesidad de escribir, soy un quijote sin sancho que acompañe la desventura de esta ¿profesión? Y todas mis aventuras caben en un baúl».




Volvió sobre el folio, pero ya no era ayer; la mañana había dado vuelta a la última hoja del calendario. Despertó a la luz matutina que cumplió su misión de alcahueta susurrando por entre los rayos que se colaban a través de la ventana que todo había sido un sueño ¿Sueño o irrealidad?  A decir verdad, cada vez más se movía entre estos dos puntos cardinales, a veces, no sabía en cuál de ellos se hallaba.

Un timbrazo pertinaz y grosero hizo que con un respingo saltara de la cama arrastrando los pies como si llevara incorporado un par de grilletes…acercándose a la puerta…

—¿Quién es?

—El cartero

—¿A estas horas?

—Carta certificada, para esto no hay horarios…

Abre la carta con los ojos entrecortinados. La misiva viene firmada por Alá, Buda, Jesús, Shiva…

El olor a café seco que el pasillo trasporta hasta su nariz confundiendo un estado entre la vigilia y lo onírico, trastoca cualquier intento de realidad: «si le cuento esto a mi psiquiatra»

No quiso o no pudo terminar el hilo que hacía pensar en algún tipo de trastorno seguramente provocado por la falta de sueño. La realidad presente, incognoscible, propia del estado mental instaurado en un yo que le es desconocido lo transporta al bar que su maldito tío le dejó en herencia, convirtiéndolo en el camarero con ínfulas de escritor que quiere ser novelista; en realidad lo que desea es ser novelado.

—Antolín, un café y cambio para la máquina de tabaco, por favor. ¿Cómo va esa novela?




Convertido por segundos en Prometeo dice adiós a todas las divinidades tan poco divinas; tira papel lápices y todos los útiles acumulados de escritura, saca un billete para una de esas plagas que asolan la costa mediterránea en invierno y se larga a bailar pasodobles…

En su tiempo libre, —poco—, piensa que este es el momento de replantearse volver a la escritura…pero, no, esa aventura quedó atrás, se la llevaron prendida todos los dioses en sus túnicas y en sus discursos baldíos.

Era tarde, el sol bañaba las calles adoquinadas, mojadas por el reciente paso de los barrenderos con sus mangueras. Era tarde para escribir, era tarde para …nunca hubiera sospechado que la cosa acabara de aquella manera; él, desde su panteísmo, ¿Cómo podía haber soñado siquiera con esa corte inexistente? Tras este pensamiento el alivio que andaba buscando tomó posición por unos instantes en su cabeza…el frío polar reinante abandonó la estancia y un nuevo y naciente sol vino a instaurar la calma…

El mazo blanco sobre la mesa alzó el vuelo formando una estela, atravesó el cielo infinito sin detenerse sobre aquel pretérito imperfecto que en su día habitó…

—«Yo, solo quería ser novelado» …















 

 

 

 

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