EN EL PAÍS DE LOS JAMONES UN CERDO ES EL REY
Aquella fue la era del jamón
en el lejano reino de Bertia*, cuyo
gobierno era la monarquía absoluta socialista, democrática y foralista.
Su emperatriz, Birta I Garciger había acuñado el lema: «Nada más allá que la ley y la libertad».
Capital: Magdridburgo.
Lengua oficial: Bertiano.
Lengua(s) regional(es): alemán, español y *chemehuevi.
Moneda: Escudo bertiano ($E).
A cualquier evento situación o
cosa necesitada de solución le era aplicada la «ley del jamón», o para mejor
decir, se endiñaba un jamón al presunto resolutor dando como resultado la
resolución del mismo.
*
El chemehuevi, de origen
azteca. Aunque la tribu que le da nombre aún existe y es bastante próspera,
solo 3 personas son capaces de hablar el idioma con fluidez. —Fuente: whatsup.es—.
Adolfo caminaba por Magdridburgo llevando a la cola una prole de siete hijos como siete panes.
Pío, el mayor: dieciséis años
de vida improductivos.
Rosa, a sus quince iba colgada
de una nube de cuya plataforma no se bajaba ni para comer.
Fito, con catorce primaveras y
ni un solo día de ese tiempo que no fuera con el moco colgando.
Tita, recién estrenados sus
trece agostos apuntaba maneras; se le notaba en la forma de andar.
Lezo, que nació un doce del
doce, del año doce. Alcanzó esa cifra desde su espíritu curianense que lo
llevaba a pensar en la posibilidad de ser un iluminado.
Mingo, en sus once otoños no
había conocido un día de sol. Era el enfermo imaginario.
Lili, pizpireta, un dechado de
feminidad a sus tiernos nueve febreros.
Con esta caravana, Adolfo se
preguntaba día sí y día también la forma de acomodarlos en el mundo.
Una noche al amor de lumbre
cuando el regimiento retirado en sus catres, dormía, Adolfo aprovechaba para
hilvanar con Caya un par de parrafadas, no más. Él tenía para sus adentros que
si algo se podía decir con dos palabras no había que ser pelmazo usando cuatro.
Hasta en eso era comedido y ahorrador, por no gastar, no gastaba ni en saliva.
—Caya ¿Qué vamos a hacer con esta prole que dios nos ha dado?
—dios no nos ha dado nada, ¡Me
los has hecho tú, so cretino! ¡A ver si ahora vamos a creer en palomas preñadoras!
—No te enfades mujer, lo de
dios es un decir a fuerza de la costumbre.
—Una costumbre que no sirve,
que habría de ser cambiada, que las palabras están para algo y según como se
empleen sirven para una cosa o para su contraria. Las costumbres están para
crear confusión.
—Razón no te falta, pero no
has contestado a la pregunta que es más importante que las palabras o
cualquiera otra conveniencia del lenguaje mal o bien usado.
A Caya se le marcaban en el
entrecejo los surcos cuando se le cruzaba una idea, se instalaba en su cabeza
como una espiral hasta llegar a dar a luz el plan que a la postre traería una
presunta solución.
—Una granja de cerdos.
—¿Qué has dicho?
—Una granja de cerdos. Criar
cerdos, engordarlos, llevarlos al matadero y colgar los jamones en el secadero.
Cuando la cosecha de jamones esté lista, comenzar con la repartición.
Uno para el cura que se
encargue de colocar a Lezo; este niño ha nacido con un rosario colgado de sus
riñones.
Uno al concejal de «asuntos varios» para que haga lo propio con Pío. En ese ‘varios’ algo habrá para él.
Uno para la presidenta de
fiestas, festejos, deportes y cultura para Rosa, a ver si aterriza de una vez
por todas.
Uno al médico de la
presidenta, que apañe a Fito antes de que convierta el pueblo en una ciénaga
verde.
Uno para el gobernador; seguro
que puede conseguir para Tita la posición que merecen sus andares.
Uno para el director de la
facultad de farmacia. A Mingo entre potingues y fórmulas magistrales se le
curará la fantasía de creerse enfermo, cuando está más sano que tú y que yo.
Uno para Don Caruso, director
de teatro. Lili puede llegar a ser una estupenda actriz.
Los jamones deberán ser
renovados cada equis tiempo a fin de no perder el favor de los mecenas. De ahí
que necesitas la granja de cerdos, imprescindible para la renovación de la pitanza.
Este fue el inicio de una era
en que el jamón fue protagonista de todo favor conseguido por la vía pitancil
en un país sobrado de estos omnívoros.
Adolfo quedó mudo ante el
discurso de su mujer. No había amanecido cuando saltó de la cama, se vistió al
asalto, tomó su desvencijado coche y se dio a la tarea de encontrar ubicación
para crear la granja porcina. Si los vaticinios de Caya se coronaban, tendrían
a sus hijos colocados por suerte y gracia de una piara de gorrinos.
Dicen que del cerdo todo es
aprovechable, pero ¡Dónde esté un jamón! Cambia voluntades, concede favores,
instala pollinos donde debería haber personas válidas…Una ristra de bondades a
través del buen yantar…
*Nota
de la autora:
El nombre del país ficticio, así como los datos relativos al mismo que aparecen en este post, están sacados de: https://paisesficticios.fandom.com/es/wiki/Wiki_Paises_Ficticios
Bandera y escudo de Bertia:
Genial. Una maravilla, Consuelo. Que bien contado, que buenos diálogos. Me ha gustado mucho .Un saludo.
ResponderEliminarEs una alegría para mí ver que algo de lo que escribo gusta. Muchas gracias por tus generosos comentarios. ¡Saludos!
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