LA «SEÑÁ» TRINIDAD: HISTORIA DE UNA REFLEXIÓN

Las parteras de hace cien años en los pueblos gozaban de un prestigio digno de las escuelas aristotélicas, socráticas o epicúreas, con un saber y conocimiento que ya habrían querido para sí estos insignes clásicos. Les bastaba ver la cara del neonato asomando por entre las nalgas de su madre y, al momento, ya tenían la carta de vida hecha con todos los datos rellenos de lo que en ella iba a acontecerle.

Cuando la madre de la «señá» Trinidad llamó a una vecina para que avisara a la partera en el fragor del veinteavo retortijón, la criaturita ya asomaba media cabeza por entre los muslos de su madre, como anunciándose, como diciendo: «¡Eh que me hagáis caso que estoy viniendo!» Estaba claro que era algo natural en el proceso para venir a este mundo.

Trinidad le dejo a la «señá» Hilaria la partera meridianamente clara cuál iba a ser su actitud ante la vida.

—Isidra, esta niña va a ser más libre que el viento que agita las ramas de los árboles, ve haciéndote a la idea. —Le dijo la asistenta parteril a la recién parida.  

—Ya veremos, ya veremos…—Contestó la madre medio susurrando mientras intentaba recuperarse del esfuerzo al que había estado sometido su cuerpo.

Trinidad jugó con niñas, jugó con muñecas, jugó con niños, con pelotas, saltó a la comba, saltó muros, se rasguñó piernas, brazos, cara y cuerpo…su madre le gritaba que parecía un muchachazo, que hiciera el favor de jugar con las otras niñas y, que no anduviera por ahí haciendo cafrerías…

—Sí madre. Lo que usté mande madre. Lo que usté diga madre…

Lo cierto es que ni caso hacía Trini de las recomendaciones maternas. En cuanto perdía de vista su casa y barruntaba estar a salvo de las miradas inquisidoras, volvía a las andadas, a las hondonadas y a las cabriolas…

En el colegio volvió loca a la maestra que no conseguía entender cómo se las arreglaba Trini para hacer siempre la mejor de las tareas, leer todo, enterarse de todo, opinar sobre todo dado que parecía estar ausente en las clases, ensimismada, en su propio mundo. Lo que la maestra desconocía era la especial naturaleza de Trini, especial para el momento y la época pues nada debería tener de especial el ser que es capaz de atender a la razón y no a la normativa dictada para gloria de quién la redactó.

Trinidad acabó la escuela, aprendió a coser en el taller que la señora Emilia tenía montado en la trastienda de su casa donde enseñaba a las mozas del lugar a ser «mujeres de su casa» y, de paso, ganarse las pesetas que con tanta premura necesitaba. Esta actividad no le resultó antipática a Trini pues pensó que de esta forma podría fabricarse su propia ropa, a su gusto, a su manera…como siempre y para todo: a su manera.

No hace falta explicar lo que para su madre suponía verla con un nuevo atuendo más excéntrico que el anterior y soportar los murmullos que se creaban a espaldas de su hija mientras esta atravesaba la calle camino de la plaza. Tampoco será necesario que todo esto lejos de incomodar a Trini, la divirtiera sobremanera poniendo en su cara una franca sonrisa que irritaba más si cabe al personal.

Y entre paseo y paseo entre lágrima y lágrima de la madre entre un año y el siguiente llegó al pueblo un muchacho de planta inmejorable a ejercer de ayudante del alcalde. Petronilo se llamaba y, esto, ya a Trini le cayó en gracia pues no podía imaginar que una madre hubiera sido capaz de encasquetar este nombre a su vástago. Petro, había desplazado la mesa de su escritorio junto a la ventana creando un mirador formidable desde el que veía pasar la vida…la vida y a Trini cada vez que uno de sus recados la obliga a cruzar por allí.

Petronilo era un muchacho reflexivo…o aburrido, según se mire o según el criterio de cada cual pues era incapaz de hacer algo de forma espontánea. Todo en él era meditado por tiempo a veces superior a lo que sería de desear. Así las cosas, Trini que era la antítesis del lechuguino se plantó un día en la puerta del ayuntamiento esperó la salida del posible candidato lanzándose contra él sin miramientos cuando este atravesó el umbral de la alcaldía.

—¿Yo a ti te gusto o no? Mira, a mí tanta miradita, tanto caída de ojos, tanto artificio, me cansa, me aburre y me desmotiva. ¿Te gusto o no te gusto? ¿Quieres salir conmigo o no quieres salir conmigo? —Así sin anestesia le soltó el sermón al pálido muchachito.

—Bueno…yo…es…que…bueno…no sé…sí…

—Espera, no te aturulles, te lo voy a poner fácil: ¿Quieres ser mi novio? Si es que sí, levanta la mano. Si es que no, baja la mano hasta tocarte los tobillos…

Y Petronilo ¿Qué hizo?  Nervioso perdido al intentar levantar la mano perdió el equilibrio y fue a parar con sus huesos en la tierra, eso sí, ¡no se tocó los tobillos!

Trini tomó la escenificación por un sí dado que no hubo tocamiento tobillil. A partir de ese momento se plantaba día sí y día también en la puerta del consistorio a esperar a Petronilo. El mozo como era su costumbre andaba preso de sus reflexiones intentando una manera medio locuaz de declararse a Trini formalmente y anunciarle de paso que quería pedir su mano. Como siempre también en esta ocasión, Trini, que eso de la reflexión no sabía ni por forro en qué consistía  pues ella siempre se guio por su instinto fue la propulsora de un avatar que la «señá» Hilaria ya vio en la cara de la niña al momento de su nacimiento.

El acontecimiento no fue de gran celebración y una vez terminado lo imprescindible del casamiento cada mochuelo regresó a su olivo. Esa noche Trini sin reflexionar –no le era necesario- supo lo que el porvenir le tenía reservado a partir de ese momento. Con cautela abandonó el lecho conyugal sin ni siquiera haber consumado pues Petro se había quedado como un tronco nada más tocar la cama. Agarró lo imprescindible y se largó.

Si en el pueblo se hubiera contado con algún periódico local la noticia hubiera ido en primera página. Al carecer de rotativas la cosa quedó como siempre entre los corrillos de alcahuetas y alcahuetes con la durabilidad que los acontecimientos tienen hasta ser sustituidos por el siguiente.

Trinidad encontró un puesto en la fábrica de tabacos, una habitación decente en una pensión que le quedaba a cuatro calles. Cuando salía del trabajo aparcaba su cuerpo en la cantina de Rogelio donde todas las tardes se reunía con tres compañeros de la fábrica a echar la partida mientras se fumaba un habano que había afanado mientras la controladora miraba para otro lado.

—Trini: corta.

Y Trini cortaba la baraja, Trini cortaba el bacalao, Trini cortaba el aire con el humo de su puro…A la Trini nadie le enseñó lo que era reflexionar, cosa que le vino fetén para no perder el tiempo entre lo que puede o no pueda llegar a ser.

Si es, será, y sino, también. ¿P’á qué más?









 

 

 

 

Comentarios

  1. Trini quizá fue una sufragista de su tiempo. En cualquier caso, demasiada mujer para Petro.

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  2. Tremenda! si además de tus letras, miramos la fotografía.. de impresionante pasa a asustar, me refiero a Trinidad, tus letras no...¡geniales como siempre! Abrazo fuerte! por cierto ... ¿ cómo una mujer como Trinidad se fijó en un pobre Petro? el día y la noche... supongo que eso es lo que querías contar ; )

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    Respuestas
    1. Circula una máxima que sugiere que toda mujer inteligente acaba por «fijarse» en lo más inconveniente hecho hombre que pudiera corresponderle...no sé...¡vete tú a saber!
      Te recomiendo si no lo has leído: «MUJERES DE OJOS GRANDES» de Ángeles Mastretta: “La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota”.

      Muchas gracias, María, por tus comentarios y por tu tiempo. Un abrazo.

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