LA «SEÑÁ» TRINIDAD: HISTORIA DE UNA REFLEXIÓN
Cuando la madre de la «señá» Trinidad llamó a una vecina para
que avisara a la partera en el fragor del veinteavo retortijón, la criaturita
ya asomaba media cabeza por entre los muslos de su madre, como anunciándose, como
diciendo: «¡Eh que me hagáis caso que estoy viniendo!» Estaba claro que era
algo natural en el proceso para venir a este mundo.
Trinidad le dejo a la «señá» Hilaria la partera
meridianamente clara cuál iba a ser su actitud ante la vida.
—Isidra, esta niña va a ser
más libre que el viento que agita las ramas de los árboles, ve haciéndote a la
idea. —Le dijo la asistenta parteril a
la recién parida.
—Ya veremos, ya veremos…—Contestó
la madre medio susurrando mientras intentaba recuperarse del esfuerzo al que
había estado sometido su cuerpo.
Trinidad jugó con niñas, jugó
con muñecas, jugó con niños, con pelotas, saltó a la comba, saltó muros, se
rasguñó piernas, brazos, cara y cuerpo…su madre le gritaba que parecía un
muchachazo, que hiciera el favor de jugar con las otras niñas y, que no anduviera
por ahí haciendo cafrerías…
—Sí madre. Lo que usté mande madre. Lo que usté diga madre…
Lo cierto es que ni caso hacía
Trini de las recomendaciones maternas. En cuanto perdía de vista su casa y
barruntaba estar a salvo de las miradas inquisidoras, volvía a las andadas, a
las hondonadas y a las cabriolas…
En el colegio volvió loca a la
maestra que no conseguía entender cómo se las arreglaba Trini para hacer
siempre la mejor de las tareas, leer todo, enterarse de todo, opinar sobre todo
dado que parecía estar ausente en las clases, ensimismada, en su propio mundo.
Lo que la maestra desconocía era la especial naturaleza de Trini, especial para
el momento y la época pues nada debería tener de especial el ser que es capaz
de atender a la razón y no a la normativa dictada para gloria de quién la
redactó.
Trinidad acabó la escuela,
aprendió a coser en el taller que la señora Emilia tenía montado en la
trastienda de su casa donde enseñaba a las mozas del lugar a ser «mujeres de su
casa» y, de paso, ganarse las pesetas que con tanta premura necesitaba. Esta
actividad no le resultó antipática a Trini pues pensó que de esta forma podría
fabricarse su propia ropa, a su gusto, a su manera…como siempre y para todo: a
su manera.
No hace falta explicar lo que
para su madre suponía verla con un nuevo atuendo más excéntrico que el anterior
y soportar los murmullos que se creaban a espaldas de su hija mientras esta
atravesaba la calle camino de la plaza. Tampoco será necesario que todo esto
lejos de incomodar a Trini, la divirtiera sobremanera poniendo en su cara una
franca sonrisa que irritaba más si cabe al personal.
Y entre paseo y paseo entre
lágrima y lágrima de la madre entre un año y el siguiente llegó al pueblo un
muchacho de planta inmejorable a ejercer de ayudante del alcalde. Petronilo se
llamaba y, esto, ya a Trini le cayó en gracia pues no podía imaginar que una
madre hubiera sido capaz de encasquetar este nombre a su vástago. Petro, había
desplazado la mesa de su escritorio junto a la ventana creando un mirador
formidable desde el que veía pasar la vida…la vida y a Trini cada vez que uno
de sus recados la obliga a cruzar por allí.
Petronilo era un muchacho
reflexivo…o aburrido, según se mire o según el criterio de cada cual pues era
incapaz de hacer algo de forma espontánea. Todo en él era meditado por tiempo a
veces superior a lo que sería de desear. Así las cosas, Trini que era la antítesis
del lechuguino se plantó un día en la puerta del ayuntamiento esperó la salida
del posible candidato lanzándose contra él sin miramientos cuando este atravesó
el umbral de la alcaldía.
—¿Yo a ti te gusto o no? Mira,
a mí tanta miradita, tanto caída de ojos, tanto artificio, me cansa, me aburre
y me desmotiva. ¿Te gusto o no te gusto? ¿Quieres salir conmigo o no quieres
salir conmigo? —Así sin anestesia le soltó el sermón al pálido muchachito.
—Bueno…yo…es…que…bueno…no sé…sí…
—Espera, no te aturulles, te
lo voy a poner fácil: ¿Quieres ser mi novio? Si es que sí, levanta la mano. Si
es que no, baja la mano hasta tocarte los tobillos…
Y Petronilo ¿Qué hizo? Nervioso perdido al intentar levantar la mano
perdió el equilibrio y fue a parar con sus huesos en la tierra, eso sí, ¡no se
tocó los tobillos!
Trini tomó la escenificación
por un sí dado que no hubo tocamiento tobillil. A partir de ese momento se
plantaba día sí y día también en la puerta del consistorio a esperar a
Petronilo. El mozo como era su costumbre andaba preso de sus reflexiones
intentando una manera medio locuaz de declararse a Trini formalmente y
anunciarle de paso que quería pedir su mano. Como siempre también en esta
ocasión, Trini, que eso de la reflexión no sabía ni por forro en qué consistía pues ella siempre se guio por su instinto fue
la propulsora de un avatar que la «señá»
Hilaria ya vio en la cara de la niña al momento de su nacimiento.
El acontecimiento no fue de
gran celebración y una vez terminado lo imprescindible del casamiento cada
mochuelo regresó a su olivo. Esa noche Trini sin reflexionar —no le era
necesario— supo lo que el porvenir le tenía reservado a partir de ese momento.
Con cautela abandonó el lecho conyugal sin ni siquiera haber consumado pues
Petro se había quedado como un tronco nada más tocar la cama. Agarró lo
imprescindible y se largó.
Si en el pueblo se hubiera
contado con algún periódico local la noticia hubiera ido en primera página. Al carecer
de rotativas la cosa quedó como siempre entre los corrillos de alcahuetas y
alcahuetes con la durabilidad que los acontecimientos tienen hasta ser
sustituidos por el siguiente.
Trinidad encontró un puesto en
la fábrica de tabacos, una habitación decente en una pensión que le quedaba a
cuatro calles. Cuando salía del trabajo aparcaba su cuerpo en la cantina de
Rogelio donde todas las tardes se reunía con tres compañeros de la fábrica a
echar la partida mientras se fumaba un habano que había afanado mientras la
controladora miraba para otro lado.
—Trini: corta.
Y Trini cortaba la baraja,
Trini cortaba el bacalao, Trini cortaba el aire con el humo de su puro…A la Trini
nadie le enseñó lo que era reflexionar, cosa que le vino fetén para no perder
el tiempo entre lo que puede o no pueda llegar a ser.
Si es, será, y sino, también.
¿P’á qué más?
Trini quizá fue una sufragista de su tiempo. En cualquier caso, demasiada mujer para Petro.
ResponderEliminarHay mujeres que no merecen según que hombres.
EliminarTremenda! si además de tus letras, miramos la fotografía.. de impresionante pasa a asustar, me refiero a Trinidad, tus letras no...¡geniales como siempre! Abrazo fuerte! por cierto ... ¿ cómo una mujer como Trinidad se fijó en un pobre Petro? el día y la noche... supongo que eso es lo que querías contar ; )
ResponderEliminarCircula una máxima que sugiere que toda mujer inteligente acaba por «fijarse» en lo más inconveniente hecho hombre que pudiera corresponderle...no sé...¡vete tú a saber!
EliminarTe recomiendo si no lo has leído: «MUJERES DE OJOS GRANDES» de Ángeles Mastretta: “La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota”.
Muchas gracias, María, por tus comentarios y por tu tiempo. Un abrazo.