TEÓDULA Y EL AGUA
Teódula no había pisado más
tierra que los cuatro terrones poseídos en aquellos parajes duros y fríos, los
cuales sin duda habían contribuido a conformar su carácter introspectivo que,
sin llegar a ser hosco llevaba a nuestra amiga a ahorrar hasta en palabras.
Teódula saltaba de la cama
adelantándose al albor del día, embutía su cuarteado cuerpo en los ropajes
heredados de su madre, los cuales amenazaban con abrirse costuras arriba hasta
terminar con el último hilo que los sujetaba. Las raídas zapatillas aguardaban
cual amo a su lacayo a sus castigados pies con un ritual llevado a cabo cada
mañana: primero el derecho…luego el izquierdo, aquella costumbre adquirida o
más bien copiada entre generaciones con la creencia de ahuyentar malos augurios
sin la cual Teódula hubiera empezado mal la faena pensando en que algo malo
podría suceder.
A la trasera de la casucha
estaban el gallinero, la cuadra y una pocilga. En la cuadra no quedaba más que
los aperos de un tiempo en el que sirvieron para arrear las vacas y un taburete
que aún servía a Teódula para sentarse a pelar patatas en corral. De la pocilga
se adueñaba un opulento cerdo al que su dueña no sabía darle matarile e iba
engordando tanto que llegaría el día en el que reventaría las paredes del
chiquero.
Por entre los graznidos de la
gallinería afanosa en llevarse cada grano de trigo al pico como si no hubiera
un mañana o quizá pensando —si es que esto es posible, que las gallinas
piensen— en la posibilidad de que su dueña abandonara este mundo o este paraje dejándolas
huérfanas de sustento, se cuela el grito del cartero al que Teódula no veía
desde…desde ¡Ni se acuerda cuanto tiempo ha pasado desde la última vez que
recibió una misiva!
—Bueno días, Teódula, ¿Cómo
tratas a la vida? —Pregunta con retintín Justo mientras sonríe mostrando su
desdentada boca.
—Buenos sean y tengamos,
Justo. Y a ti ¿Qué te trae por estos cerros perdidos de dios? ¡Mira qué miedo
me da a mí ver un sobre con mi nombre!
Justo entrega la misiva a
Teódula que la recoge mientras gira la mirada hacia el cielo como queriendo
evitar el tener que enfrentar al posible remitente.
Una breve conversación con
Justo pone a Teódula al corriente de las noticias del Valle donde campa la
muerte y los lugares antaño rebosantes, hoy amanecen vacíos.
Piensa en todo esto, en lo que
sucede, en lo que estará por venir y no se decide a abrir el sobre. El miedo
agarrota su voluntad y termina por dejar el papel sobre el taburete mientras va
en busca del azadón con el que irá a faenar en el huerto.
Han pasado tres días,
cuatro…desde la aparición de Justo. No sabe a ciencia cierta, la verdad es que
hace tiempo que dejó de contar jornadas ¿Para qué? ¿Qué necesidad tenía más que
la de saber que un día sucede a otro y poco más cabe esperar?
Aquella noche tuvo un sueño extraño
que increíblemente recordaba con todo detalle al despertar: Había soñado con
agua, con ríos, con el mar. Ella que jamás había tenido contacto alguno con
estos medios sintió unas repentinas ganas de abandonar su terruño y conocer
esos manantiales en los que se había soñado, inundándose de una paz
desconocida.
Abrió la carta:
«Querida
tía, tanto tiempo ha pasado desde la última vez que hablamos que espero te
encuentres en buen estado y sigas conservando esa energía que yo te he
conocido. Pongo en tu conocimiento el fallecimiento de mi madre quien en sus
últimos días me hablaba de ti y de su deseo de verte antes de partir. Como esto
no ha sido posible te escribo para si tienes a bien aceptar, vengas a pasar
unos días o el tiempo que te apetezca a este precioso rincón que habito. Si te
decides házmelo saber; no te preocupes por la intendencia del viaje, tengo todo
más que previsto y te hago llegar un billete de tren la Compañía del Ferrocarril
Santander-Mediterráneo si es que das tu visto bueno».
Quedo
a la espera de tu respuesta, deseando verte y abrazarte.
Tu
sobrina, que te quiere:
Clara.
En:
Puente Viesgo, a 13 de febrero de 1957
Teódula releyó la carta sin
poder por menos de pensar en los premonitorios sueños de la noche anterior y
anduvo con el runrún todo el día y parte de la semana sin saber a ciencia
cierta que contestar a su sobrina hasta que el universo hacedor de todos los destinos
vino a poner solución en la madeja que se había formado en su cabeza.
Teódula releyó la carta sin
poder por menos de pensar en los premonitorios sueños de la noche anterior y
anduvo con el runrún todo el día y parte de la semana sin saber a ciencia
cierta que contestar a su sobrina hasta que el universo hacedor de todos los destinos
vino a poner solución en la madeja que se había formado en su cabeza.
Era raro que en clareando el
día no hubiera escuchado el gruñido del cerdo ni el cacareo del gallinero. El
silencio parecía haberse coronado aquel amanecer sobre el terruño de Teódula.
Amoscada, abrió el portón y, en ese gesto, vio con cristalina claridad lo que
había sucedido en el transcurrir de la noche. Con paso vacilante se dirigió al
corral y efectivamente todo su miedo estalló en la exposición del escenario que
presentaba el redil. ¡No quedaba un animal vivo!
Azadón en mano pasó más de la
mitad del día cavando una zanja donde con ímprobo esfuerzo, uno a uno fue
depositando cada animal. Tapó el agujero y se dirigió a casa con la intención
de aceptar la invitación de su sobrina.
Vestida de negro, costumbre
arraigada en ella desde el principio de los tiempos y un hatillo, con su
billete de la Compañía del Ferrocarril Santander-Mediterráneo llegó a la
estación un diez de marzo, día para más señas de su cumpleaños. Clara esperaba
en el andén; aunque hacía años que no veía a su tía no le costó reconocerla,
más que por las facciones de ésta, por el inconfundible atuendo.
Una vez resueltos saludos y
parabienes, Clara invitó a la recién llegada a subir al coche de alquiler que
esperaba detrás de la estación desde donde se dirigieron al Hotel en el que
ella trabaja y que acogería a Teódula durante el tiempo que esta tuviera a bien
permanecer al lado de su sobrina.
Cuando Teódula baja del coche
al frente de la puerta principal del hotel no puede pronunciar palabra. Ella
que jamás salió de su terruño no ha conocido más que los surcos duros y
marrones de una inhóspita tierra. Al enfrentar aquella lujosa maravilla rodeada
de verde con la música que provoca la caída del agua que se adivina al fondo y
que más tarde descubrirá en paseos en los que tendrá como guía unas veces a su
sobrina y, otras en soledad, en los que descubrirá todo un mundo que nunca soñó
conocer.
Hasta la gran cama de una
habitación que a Teódula le pareció hecha para reyes, llega un olor a hierba
recién cortada junto con el rumor del agua corriendo hasta caer en cascada
sobre un estanque rodeado de piedra que reluce al tímido sol que parece querer
asomarse sin acabar de atreverse, como si tuviera miedo a diluirse entre la
lluvia de plata.
Una vez concluida la mecánica
de aseo y vestimenta baja por una alfombrada escalera a cuyo pie espera Clara
para acompañarla a una increíble terraza donde los uniformados camareros sirven
un nutrido desayuno a los huéspedes que miran asombrados la aparición de
Teódula. Poco le importan a ésta esas miradas por encima del hombro, nunca le
importaron, y ahora, a estas alturas de su vida, ni reparar en el gasto de dar
pábulo.
Clara explica a su tía la
mejor ruta para empezar antes de que conozca bien el hotel y sus alrededores.
Le da una serie de pautas y actividades en los que ocupar el día. Teódula
asiente, aunque en su interior sabe que se saltará todas las recomendaciones no
por desagradecida sino porque el espíritu libre que lleva impreso llevará sus
pasos de forma absolutamente aleatoria. Se despide de su sobrina que ha de
volver a su trabajo, mientras, ella apurado el almuerzo se dirige a la salida
de la hospedería y comienza una aventura que ni en sus mejores ensoñaciones se
le hubieran presentado.
Descubrió una vía verde que en
el pasado fue una línea ferroviaria que trasladaba, desde Santander hasta
Astillero, mercancías y turistas a los balnearios de Puente Viesgo y
Ontaneda-Alceda. Prados salpicados de cabañas, perfiles rocosos y aroma a
hierba y leche recién ordeñada. Una ruta por las esencias de la comarca
cántabra que la dejó absolutamente maravillada y que anduvo recorriendo en los
días siguientes.
A la vuelta de uno de esos
infinitos paseos un rumor de agua llega a los oídos de nuestra amiga que,
dirige sus pasos hacía el sonido hasta alcanzar a descubrir la gran catarata
escondida tras la cortina verde que ocultaba el milagro del agua cayendo sobre
un estanque natural formado con las aguas de aquel mágico torrente. Teódula no lo
piensa ni un instante, despojada de sus ropas introduce su mortificado cuerpo
en aquellas benditas aguas y siente por primera vez en su vida la sensación
plena de un ser en absoluta libertad, una infinita paz, una categórica y
definitiva paz que no había conocido en su dilatada vida. Única e independiente
sensación del comienzo de una nueva vida estrenada en las mágicas aguas de una
tierra que a partir de ese momento haría suya y donde habitar irrefutablemente
hasta el día en que la parca seca de lluvia reclamara su presencia. Fueron las
mejores horas, días, semanas, meses…de su vida.
Su sobrina notó el cambio
radical que había experimentado su tía. Cuando le preguntó cómo se sentía y a
qué se debía la transformación que en ella percibía, la contestación de Teódula
fue rotundamente clara: El agua, el agua del manantial. No hay mayor secreto.
Teódula se quedó allí entre el
agua y el verde de la tierra cántabra que otorgó a sus últimos días la paz y
tranquilidad que no conoció a lo largo de su devastadora vida.
Cuando Clara asciende por la
escalera que parece conducir hacia el infinito del Gran Hotel cree ver tras las
columnas la silueta de Teódula reflejándose en el estanque y el rumor de la
cascada que parece decir: Gracias.
Existe un tiempo más allá de las
estrellas donde cascadas de agua lumínicas se arremolinan alumbrando el camino
de un porvenir sin sombras.
Escalera al infinito.
Siempre es el agua, dulce o salada, la cura para muchas cosas. Cómo no iba a ser la bebida preferida de la Tierra.:)
ResponderEliminarLa preferida y la necesaria...nada existe sin el agua...
EliminarEn el agua está la clave y muy bien lo supo ver Teódula. Con ella he sentido esa sensación plena de un ser en absoluta libertad, una infinita paz. Ya lo creo. Tu relato es tan descriptivo como sensorial, Consuelo, y nos lleva, no solo a imaginárnoslo, sino a percibirlo. Me ha encantado.
ResponderEliminarLa satisfacción de tu comentario es para mí de puro agradecimiento. Despertar ese sentir sobre una lectura es el mejor pago al esfuerzo de escribirlo. Te mando un fuerte abrazo de agradecimiento.
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