HISTORIA DE UN CALCETÍN
De su bolsa de viaje sacó una
cajita con unos tapones de silicona para los oídos. Con ellos
incrustados en el conducto auditivo seguía escuchando a su neurótico vecino.
«Diez horas por delante de vuelo hasta alcanzar mi destino. Si esto no cesa creo que el que acabará en un manicomio seré yo». —Pensó Feliciano.
Trabajo costó conseguir que el individuo
encogiera sus piernas permitiendo con ello a Feliciano alcanzar el pasillo
con la excusa de ir al baño. Una vez lejos de su asiento se dirigió a la zona
de las azafatas:
—Señorita por favor, le rogaría
de rodillas si fuera necesario que, me consiguiera otro asiento. No puedo más
con mi vecino, ¡Voy a enloquecer!
La faz de la tripulante de
cabina se contrajo en una mueca que a todas luces trataba de disimular la
carcajada que amenazaba con aparecer.
—Lo siento mucho señor, pero, el avión va completo. No queda ni un asiento libre. ¿Puedo hacer algo más por
usted?
—Sí. Me gustaría hablar con el
piloto.
—Creo que en eso tampoco puedo
ayudarlo. No está permitido que los pasajeros pasen a la cabina de control del
avión.
—Gracias. —Contestó Feliciano
a la par que apartó lo más suavemente que pudo a la auxiliar colándose en la
cabina al lado del piloto.
—¿Qué hace usted aquí? ¿Acaso
no sabe que está absolutamente prohibido cruzar hasta esta zona? ¿Quién lo ha
dejado pasar? ¡Mónicaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Saca a este señor ahora mismo de
aquí!
—No le grite. La señorita no
tiene culpa alguna. Solo una petición y de verdad que me marcho sin molestarlo
más. ¿Podría –se lo suplico- llevar a cabo un aterrizaje de emergencia?
—¿Qué? ¿Cuál es la emergencia?
—No puedo más, se lo ruego.
Un minuto más escuchando a mi vecino de asiento y de verdad que soy capaz de suicidarme
aquí mismo.
—Y, según esa premisa ¿A eso
le llama usted un estado de emergencia?
—Para mí lo es. Vaya si lo es.
Creo que el señor en cuestión sufre algún trastorno que, yo no sé calificar, puesto que desconozco los distintos estados mentales con sus respectivos
trastornamientos, pero, lo que sí le puedo asegurar es que, el señor en cuestión está
poseído por alguno o varios de ellos.
—Pues siento decirle que, no
tendrá más remedio que acomodarse a su fronterizo individuo sean cualesquiera
que sean sus cualidades. Yo, por mi parte, no puedo hacer lo que me pide. Sus
razones son del todo insuficientes para complacerle.
—¿Complacerme? ¡Como si esto
fuera algo como pedirle un postre especial, un trato especial…algo especial…y
le diré más, especial es, pero no es complacencia lo que busco lo que he venido
a pedirle ¡Es comprensión ante una situación insostenible!…
Bla…bla…bla…bla…
Pasaron más de cinco minutos
en los que no consiguieron entenderse, tras los cuales, Feliciano, regresó a su asiento
con una idea sobrevenida tras la conversación con el piloto. Fue la palabra
«complacencia» no sabía muy bien porqué la que iluminó el paso que estaba
decido a dar. Su vecino no paraba en su afán «mantrático»…
Feliciano, con la excusa de
contarle algo que, no debía ser oído por los demás pasajeros lo invitó a
seguirle hasta la cola del avión. Una vez allí y, antes de que el vecino pudiera
articular palabra, Feliciano, accionó la palanca de la escotilla y propinando
un fuerte empujón…envió a su acompañante viajero hacia una vida libre de patologías…
—Señores pasajeros en este
momento sobrevolamos el triángulo de las Bermudas. Cualquier cosa que pudiera
resultar extraña a sus ojos en este momento solo será producto de su
imaginación…en unos segundos atravesaremos este espacio y todo volverá a la
normal tranquilidad.
—¡Mira mamá! ¡Un señor volando
sin alas! —Gritó el niño a su madre
mientras miraba a través de la ventanilla. La madre miró al infante con cara de
pocos amigos gritándole a su vez que, ya la azafata había advertido de las cosas
extrañas que podrían suceder mientras cruzaban el triángulo. El niño bien sabía
que lo que acababa de ver no era producto de su imaginación.
Nada más aterrizar Feliciano
se dirigió al quiosco a revisar prensa local e internacional. En primera página
aparecía la noticia:
«Desaparecido
al cruzar el triángulo de las Bermudas el político que llevó su murga por
tierra mar y aire. Lo curioso –aunque las investigaciones siguen abiertas- es
que es el único pasajero del vuelo que se ha esfumado. Todos los demás han
llegado en perfecto estado a su destino».
Con la felicidad del libre
albedrío reflejado en su rostro, Feliciano, buscó donde comprar un par de
calcetines calentitos con los que refugiarse del clima de aquel lugar. Encontró
una antigua mercería de la que sobresalía un viejo letrero en intento de separar los dos edificios modernos
que parecían custodiarla.
Al llegar al hotel y
desenvolver el paquete se topó con la confusión —seguramente involuntaria— de
la vendedora. Uno de ellos rezaba en su etiqueta: «Made in Sweden» y del otro colgaba un precinto con la leyenda: «Made in Argentina». Para decir verdad
no se parecían en nada, aun así, Feliciano decidió ponérselos, tras lo cual, la
sorpresa fue pasmosa.
Con el pie derecho al que le
correspondió el calcetín sueco bailaba el hambo
(baile tradicional sueco), y con el pie izquierdo comenzó a trazar los pasos
de un tango extraordinario, tras lo cual Feliciano pensó que toda buena acción
trae consigo su recompensa. Haber librado al mundo de un imbécil le proporcionó
a nuestro amigo la conversión en bailarín afamado tanto de los bailes suecos
como argentinos.
El periódico no hablaba de él…pero
desde entonces durmió y soñó a pie suelto…:
Los calcetines sintieron como
un extraño calor les recorría de talones hasta las punteras
tornando en rojo su endógeno gris.
«Nadie me calienta los pies como vosotros» …
—Entonó Feliciano a ritmo de tango pues, el ritmo sueco todavía
no lo dominaba del todo—.
¡Me parto!
ResponderEliminarQué alegría me proporciona provocar una risa. Si te ha hecho gracia seguramente sea porque has adivinado el mensaje. Gracias. ¡Saludos!
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