EL DESASOSIEGO DE LAS ESTACIONES
Recuerdo que en un lugar lejano de un extraño planeta hubo un tiempo en que los transcursos del mismo se sucedían, a saber, a lo largo de cuatro estaciones. Nadie hubiera sospechado por aquellos entonces de qué forma drástica este sistema iba a cambiar.
Octubre abandonó su hora de
las hojas de oro por la brillantez de un radiante sol. Tampoco de las verdes
ramas se desprendían hojas secas. El sol brillaba en un otoño sin fin desde que
al cielo le dio por convertir lágrimas en rayos dorados que caían infinitos
dorando los campos que, solo al impetuoso verano hubiera correspondido.
Caminaba a diario por las
mismas sendas pisoteadas y desgastadas bajo mis agotados pies, ningún guijarro
del camino me era desconocido. No he podido pasar por aquel arroyo seco que un
día brotaba entre guijarros y pequeñas rocas.
No he podido pensar en la
vegetación acumulada en rededor. No puedo creer que el manantial de vida que fluía
alegre y saltarín se haya esfumado. No quiero pensar que el cielo se secó y nos
castigará sin su llanto.
El crujido de las hojas secas
alfombrando veredas y calles pasó como pasan las cosas importantes, anclándose en
los recuerdos de la antología melancólica que tan precisa se instala en el
recuerdo.


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