MI MARIDO ME QUIERE LO «NORMAL»

Hoy cumpliría cien y no sé cuántos años...

Mujer menuda, en lo físico, que no se correspondía para nada con la inmensidad de su intelecto y de su fuerza.

En una dinámica de un curso dónde se evaluaba el respeto, me pidieron que hablara o escribiera sobre ella.

No logro encontrar en mi caos de cuadernos, apuntes, libros, el escrito de aquel momento; no lo necesito, porque al igual que la impronta de su personalidad pervive en mí —no hay mejor archivo que el de la memoria—, recuerdo sino a la perfección, si la esencia de lo que escribí en aquel momento.

Aunque medicamente sorda, este déficit no supuso obstáculo para comunicarse con su entorno; con más destreza y acierto que muchos de los poseedores de esta facultad sin merma.

Pasado el tiempo y, reflexionando al respecto de esta minusvalía, he llegado a la conclusión, —acertada o no— de que, en realidad, ella, escuchaba lo que quería escuchar.

Me explico. Era inmune a según qué comentarios, no le llegaban las críticas, ni los chismorreos —cosa muy frecuente en el medio en que vivió, el rural de hace un siglo—.

Imbuida de un espíritu de lucha y centrada en lo importante: su vida.

Hija única, con un padre que la educó en el respeto y en la sabia creencia de que nadie era más que ella. Esto último lo integró en su vida ¡De qué manera! algo de ese espíritu hemos venido heredando —no todas— las mujeres descendientes.

Valiente hasta la extenuación, no había barrera que se interpusiera a sus intereses. Luchadora incansable; maltratada como tantas mujeres, en una sociedad castrante, pusilánime y pacata de la época y geografía en la que se desarrolló su vida, invalidando cualquier derecho que pudiera ser otorgado a la mujer.

Con un marido que no supo quererla ni respetarla —en aquella sociedad más constriñente y patriarcal, que la actual— en la que solo cabía el sometimiento al marido, fuera y tuviera este las «cualidades» que le adornaran.

Sin miedo a enfrentar cualquier clase de poder omnímodo, entre otros, el eclesiástico, en una era y un tiempo, en un ambiente rural de los años 50-60…a los que nadie se atrevía a hacer frente, ella, plantaba cara, sin miedo, con la certeza y la fuerza que da el saberse poseedora de la verdad.

Supo —y lo hizo— sacar a toda una familia adelante.

Calificada como fría y distante, jamás lo fue conmigo. Siempre me sentí querida y arropada por ella y creo que fue de las pocas en darse cuenta de las «posibles» cualidades que pudieran adornarme.

De halagos sutiles, como todo en ella —aunque a veces era muy directa— pero si hay algo que aprendí de ella, fue a no callar ante la injusticia, a no conformarme con lo establecido, a luchar por lo que quiero y, a poner en su lugar a quién corresponda...—esto lo hacía con una elegancia arrolladora, sin levantar la voz, con una maestría envidiable—.

A veces, en momentos de esos en los que, la vida te pone en la tesitura de elegir, de tomar una decisión de esas que se llevan la piel, la invoco y le pido iluminación.

Seres que formaron parte de nuestra vida, que nos dejaron enseñanzas sin las cuales no podríamos seguir. Ellas se fueron, dejándonos su esencia, con todas las armas para poder seguir adelante. Sería imposible de otra manera, enfrentar sin toda esa sabiduría trasmitida, los baches de la vida.

Desde donde esté, le gustaría saber que por fin entendí lo que significa el desapego. Me ha costado lo mío, pero al fin lo conseguí. Algo hay en mí de ella, aunque a años luz me he quedado de su valentía, un poco de aventurera si tengo, no es lo mismo, pero vamos haciendo camino.

«Mi marido me pega lo normal», —un libro de Miguel Lorente, muy recomendable—, libro que hace unos años nos regalaron en un curso de «Asistencia a mujeres que sufren malos tratos».

De seguro que ella no aceptaba esto como «normal», aunque por pudor no lo hiciera público. Por suerte el camino y los logros conseguidos desde entonces han permitido cambiar la realidad de algunas mujeres, por más que no se haya conseguido erradicar del todo esta lacra.

Qué cobarde el humano, que aprovechando la superioridad de la fuerza bruta, abusa de otro ser.

Por ti, por todas las mujeres.

 

 

 

«No hay en nuestras vidas cómplice más hermoso

que la abuela; en ella tenemos a una madre, a un maestro y a un amigo».