TÍA MARA


La tía Mara nació en el seno de una familia numerosa.

Vino a completar el octavo puesto de una lista que poco tuvo que ver con ella. Unida, —más que por el cordón umbilical a su madre—, se mimetizó con ella en la tarea de invisibilizar a un padre que jamás le infundió respeto.

Creo que no llegó a empatizar con el resto de hermanas. Ella, en su mundo fantástico, obligada huida de una realidad que era incapaz de asumir; superada por la misma.

Elegante en la compostura, el gesto, la palabra; atractiva y magnética, no dejaba indiferente a nadie —menos cuándo se trataba del sexo contrario—.

A pesar de su sociabilidad, se adivinaba ante ella una especie de barrera infranqueable. Un carácter fuerte y valiente que imponía a través de una mirada capaz de dejar sentado a cualquiera sin necesidad de mediar palabra.

La menor de ocho hermanas, tan distinta, tan distintas todas…ella, intelectual, independiente, atea y de izquierdas. Difícil concatenación, —gracias a los clichés— con su estilo de vida.

Parece ser que sí, que se da ese ideal de izquierda con la de ceder al gusto de subirse en su impresionante descapotable, melena al viento en las islas dónde nunca termina de ponerse el sol.

Amante de la elegancia y contraria a cualquier cosa, persona…que rozara siquiera lo zafio o vulgar…

Compartí con ella mi infancia, adolescencia y primeros años de juventud, —había una diferencia de tres años entre nosotras—, fue mi amiga, mi maestra, mi confidente. Estudié a su lado, leí, fui testigo de sus primeros enamoramientos platónicos…charlas de tardes y noches como dos lunáticas tratando de crear un hilo conductor entro lo real y lo imaginario. Su atractivo —que yo envidiaba—, era mi referente, y, sin duda, dejó su impronta en mí; aún con todas las diferencias que nos separan, la emoción de verla aparecer cuándo llegaba de las islas a casa de mis abuelos, eclipsando todo a su alrededor. Mujer guapa y valiente, una personalidad que de modo alguno podía ser ignorada.

Recuerdo que traía un tabaco rubio en estuches rojos preciosos…que yo escondía entre mi pijama y que como nunca he sido buena en eso de fingir, mi madre descubrió, poniendo el grito en el cielo y echándola una bronca que ella solucionaba a base de sonrisas…

Esto, y, ¡Chanel nº 5!... —estas son las horas en las que vengo a tomar conciencia de la imposibilidad de ser normal con estos antecedentes—… ¡con 15 años! ¡Ya no existe redención!

…Y, un día, como si no nos hubiéramos conocido: se fue. No hubo despedida.

—Yo: la niña de sus ojos.

—Ella: el espejo en el que siempre me había mirado.

Con el paso de los años consigues comprender que existen adioses necesarios, o que quizá no sean tales. Las personas están en tú vida el tiempo ineludible o indispensable para dejar su lección y salen de ella para que pongas en práctica lo aprendido.

Mujer, más que de vuelta y media, de vuelta a un mundo predecible y tosco. Vive su vida haciendo lo que realmente quiere, sin atarse a nada, a nadie, incomprensible por tanto…por tan poco…

 

A tú manera, siempre...







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