HADAS, HADOS Y DESHADADOS

Ella no pertenecía al mundo real. Un ser especial creando su propia realidad. Se alimentaba de ella; era lo único que hacía soportable su existencia, lejos de todo pragmatismo, ella, era pura ilusión, ensueño, ensimismamiento. Incapaz para la norma y todo concepto impuesto, aterrizaba el tiempo imprescindible para lustrar sus alas y continuar el vuelo.

Tomada por loca como todo lo que no se entiende o asusta por desconocimiento de la materia o por deslumbramiento de una personalidad poco común. Ni su brillo ni sus ideas, comportamiento, eran o contaban con la aceptación de un mundo para el que no estaba hecha.

Hubo un tiempo en el cual ese rechazo convocó mares de lágrimas. Necesitó tiempo y aprendizaje para desterrar prejuicios con los que había sido encadenada. Aprendió, asumió sus diferencias, esas que la llevaron a un estadio apartado de todo aquello que trató en vano de envenenar su existencia.






Convencida de que hay parcelas que se labran solas, a través de las fuerzas del Universo sobre las que no se tiene ningún control. Es el orbe el encargado de organizar y colocar las piezas de un puzle imposible de armar por espíritus mortales. A caballo de todo lo bello —única motivación— halló su forma, su paz, obviando todo lo vulgar que pudiera interferir o crear el más mínimo intento de acercamiento. Coronada por hadas buenas, fulminadoras de maleficios que no encontrarían camino para rozarla, brilló por el espacio sideral que estas crearon con su magia. No supo de príncipes iridiscentes, no alcanzó el deslumbre que tales personajes parecen ejercer sobre seres deshadados.






Muy distinta era la materia de sus sueños, fabricada con ingredientes poco apreciados: amor, indulgencia, lealtad y respeto. Dotada con el don de la clarividencia, advertía el interior de los demás de la misma forma que estos en sus observaciones eran incapaces de traspasar la superficie. Juzgada y sometida a interrogatorios vacuos, ella, que jamás buceó en vidas o circunstancias ajenas. Solo quería su paz, no ser alterada. Peligrosa en el aburrimiento que le provocaba toda actitud de advenimiento irracional del que se evadía alzando el vuelo.



«Me parecía que nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad».

«Nada»  —Carmen Laforet—









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