«PRINCESOS»
Esta historia no tiene un
comienzo. Tampoco encierra un final. Es el latir de dos vidas acompasadas,
distantes, pero, no distintas, se acercan para compartir un tiempo que ya se
dio. A veces se rozan, otras se separan al ritmo de una canción.
—Sabina nos robó la letra de
la canción —dice ella.
—Mejor así. No somos muy
buenos componiendo —contesta él.
Ni el mes de abril, ni el mes
de septiembre. El primero con sus iniciales rayos de sol, calentando la vida.
El segundo, va apagando los fuegos pretéritos por el bulevar dónde habita el
olvido. Las princesas ya no quieren «princesos»
que besar. No quieren «princesos» de
papel que se arrugan al menor inconveniente. A la grupa de sus caballos de
cartón, cruzan océanos de sinsabores y niegan haberlos conocido. Cansadas de
amores baratos, no esperan más llamadas; esperan que suba la marea. Aunque
duela el alma no pueden seguir engañándose, incapaces de robar los besos del
mar deciden no enamorarse más.
Se niegan a hacer negocio de
la necesidad.
El gurú que levantó un muro
inquebrantable entre ellos, se esfumó con la pasta y adoptó al penitenciario
escurridizo que asaltó la banca, que dejó a la pasma «pasmada» que, en el
espasmo final en clave de sol, sin reloj de pulsera, ni lámpara de Alí Babá, encontró dentro de una
chistera un papel de fumar.
—¿Qué
harías tú si Adelita se fuera con un comisario?
—Suena al fondo una voz en off.
Las noticias de un diario
vespertino anunciaban el asalto al chalet de un millonario…en la puerta le
esperaba mucha, mucha, mucha policía…
«No
sabía que la primavera duraba un segundo; yo quería escribir la canción más
hermosa del mundo».
(La
sonrisa maliciosa de Sabina se cuela entre bambalinas).
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