SONRISAS

Hoy no es ayer ni será mañana. No todos los días amanecen de la misma forma. Existen despertares y despertares que llevan en sí la impronta de lo que será «tu día» como si el azar quisiera prepararte para lo que te tiene destinado.

Trabajas como si no hubiera un mañana. Feliz, porque sabes que cuando termines tu jornada empezarás a ser la persona que eres y no esa que se disfraza cada mañana para conseguir pagar el precio del impuesto que esta sociedad se ha inventado, un impuesto de por vida, para la «no vida» que llevamos a rastras: sonríes. Sigues arrastrando tu carga que anuncia la proximidad a la ansiada libertad.

Una madre con sus hijos espera que su marido acabe las gestiones que han venido a realizar —coincidencia— desde mi tierra. Dos niños monísimos me regalan sus dibujos provocando más de una sonrisa. Sonrisas y más en un día que bien hubiera podido yo proclamar como: «mi día internacional sonriente».

Valle me persigue tratando de evitar la catástrofe a la que parece ser estoy abocada de nuevo: ¡fumar!

No sé muy bien como ha quedado la «cosa» entre graciosa y un pelín patética, al final me he salido con la mía: fumo. A mi vez intento convencerla de que solo es uno al día —de momento— y, que puedo dejarlo cuando quiera —me siento un poco yonqui diciendo esto—. Sonrío.

Salida del curro en un día infernal de calor en Madrid. Reencuentro en el autobús a un antiguo compañero de la BNE que me alegra y provoca de nuevo la sonrisa.

Llegada al punto de encuentro, uno de esos lugares legendarios de Madrid donde se reúnen gentes de todos los colores pero que en su día debió ser rincón de ilustres y literatos, hoy, con la globalización, cabemos todos en todos los ambientes.

Me regalan un libro: «Cómo acabar con la escritura de las mujeres». El título promete, ya veremos. Comimos muy bien y el postre creo que nos levantó aún más el ánimo, quizá no era muy apropiado para la que caía ayer en Madrid.

De ahí a la exposición de Berenice Abbott. Emocionante y emocionada. Es muy difícil tratar de explicar los sentimientos, como mucho se puede transcribir la sensación de lo que sientes viendo la vida de una mujer inteligente, libre, aventurera y muy creativa: envidia.

Subida de nuevo por la calle de Alcalá —sin la falda «almidoná»— pero, con los pies recocidos y el cuerpo derrotado, sin disimulo. Parada y fonda en «El Mercado de la Reina» para repostar líquidos que falta nos hacía.

El día iba de reencuentros. Mi amiga se topa con una conocida de las de toda la vida que venía de Alemania con un grupo de alumnos de la Universidad donde imparte sus clases. Hay cosas en la vida impagables cuando se encadenan todos estos acontecimientos que te hacen ver el mapa de la existencia desde otro prisma. No habrían de acabar aquí las sorpresas ni los tropiezos.

Salida al bofetón calorífico de la Gran Vía donde se hace imposible el paso por la manifestación del día del Orgullo.  Sorteando obstáculos colisionamos con Stone, a la que yo no veía desde hace años. Es increíble esta mujer. Otra de las imprescindibles. Ratito conversatorio en el que me quedé incrustada al suelo y derretida en el asfalto.

¿Qué me hace sonreír? ¿Qué provoca en mí una sonrisa? Saber que, a pesar de vivir en mi nube, en momentos de nubes grises, el cielo se abre y aparece de nuevo la sonrisa de quien con su sabiduría sabe provocarla, conoce la forma de ver más allá del mapa que yo me confecciono a veces y al que cierro todas las fronteras.

Derretir fronteras provoca muchas risas. Hoy sonrío, mañana ya veremos.

Son los mal llamados «pequeños detalles» los que dan sentido a la vida.

No es lo que se da, es la forma de darlo.

























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