TIPOS, TOPOS Y OTRAS RAREZAS
Aquel tipo de ojos diminutos,
ralo pelaje, piernas cortas y vista escasa, tenía un olfato especial a la hora
de detectar «topos».
No era especialmente avispado,
pero, contaba con una desarrollada intuición que le llevaba a las pistas más
desprovistas de señales que otros habrían pasado por alto.
Él mismo se convirtió en un «topo» infiltrado de forma un tanto
peculiar, captado por la organización a través de un procedimiento poco usual.
Conoció medio por casualidad, un día que caían chuzos de punta a Ignacio, en un
bar del barrio periférico donde fue a parar sin querer por mérito de un destino
que no le brindó otra cosa mejor.
—Las almas gemelas se
reconocen —dijo para sí.
Ignacio, llevaba un tiempo
buscando por todas las categorías de ambientes a alguien que poder manejar o
amaestrar, que sirviera como perro fiel a la organización.
Acodado a la barra dejó caer
al suelo un billete de veinte euros. El todavía «no topo» se acuclilló para recogerlo y tendérselo con una sonrisa
ratonil.
—¿Se le ha caído esto?
—preguntó.
—¡Gracias! —contestó Ignacio
mientras le examinaba sin disimulo.
Abierta la vía para entablar
conversación, el avistador se puso manos a la obra, primero con una
conversación intrascendente, para pasar de corrido a indagar de forma concreta
sobre la vida y milagros del personajillo que se había topado por casualidad —o
no— que eso nunca se sabe.
Tras media hora de parloteo
sin sustancia llegaron las sibilinas preguntas que iba intercalando sin que el
todavía «no topo» se percatara.
Cuando había conseguido llevarlo al punto previsto en su plan, le soltó de
sopetón:
—¿Te gustaría trabajar con
nosotros?
—¿Quiénes sois «nosotros»? —preguntó el hombrecillo.
—Todo a su tiempo, todo en su
momento. Antes de las explicaciones conviene saber tu disposición, tu bagaje y,
sobre todo, tus tragaderas.
De lo último ando bien
servido; la vida me ha enseñado, llevo embuchada quinina como para un caballo y
unos cuantos tragos más amargos todavía. Me desenvuelvo bien entre la
podredumbre, vamos, que mis costumbres no son las de un palaciego.
Así acabó arrastrado por
galerías inmundas, entre ratas de la peor casta, mezclado en los negocios de la
muerte. No era un tipo valiente, con cada «misión» su cuerpo acusaba los
temblores de la parca.
—No debí meterme en esto —musitó para sí.
Llovía como si la tormenta
anunciara el fin del mundo. El tufo que subía de las cloacas unido a la riada
que había formado el aguacero, arrasó con toda composición de aquel infernal
inframundo.
Él, que en su día iba para
actor, acabó por convertirse en protagonista de la peor obra jamás escrita.
Nadie encontró al tipo
convertido en «topo» que quedó
anegado entre todas las miserias del mundo.
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Soy toda "oídos". Compartir es vivir.