MADRID ME MATA

Las hordas salvajes han invadido Madrid. Madrid «cumbre de cambio climático». Madrid, ese pueblo, pueblo, nombrado capital del reino —a estas alturas no se sabe qué es lo que reina aquí—. Madrid, Madrid, Madrid…ciudad del todo y la nada. Todo se concentra en Madrid.

Comenzó una tarde de puente. El puente que las hordas esperan para visitar la capital y que toman al asalto sin pudor alguno. Y yo que sé muy bien por experiencia que en estos días no hay que salir a la calle, voy y me lanzo ¡a comprar un libro! ironía donde las haya: «Fahrenheit 451». Si Bradbury se hubiera visto inmerso en el espectáculo de Gran Vía y aledaños habría escrito toda una saga.

Para distopía, esta sociedad paleta y absurda que se crea en unas fechas donde más que nunca se hace rebaño. Entre un gentío enardecido por la música de «cortilandia», el avispero móvil en ristre como la tercera mano para no perderse el espectáculo lamentable de lo que quiera que «eso» sea; lustros lleva una música pacata y «edificante» alienando a lo que nos precederá. Niños que desde sus cochecitos lanzarían si pudieran un alarido; lo único que quieren es llegar a sus casas, sus cunas, su paz…es muy posible que, de saber hablar, gritarían, pero pobres, están sometidos a la cretinez de unos padres abducidos por el sistema «rebañil» —no creo que lleguen a divisar nada, es imposible entre esa marea—.

Sigo con mi peregrinación de librería en librería en lucha de no morir en el intento. Intransitable todo. No es agobio, es más que nunca la sensación real de no encontrar sitio en el mundo. Se nos ha ido de las manos.

Entono mi culpa por ser tan idiota; todos tenemos un día tonto —o más—. Momentos más propicios tengo para hacer el encargo sin llegar a casa medio muerta y con un cabreo del quince, por lo que toda esta queja no deja de ser más que un pobre desahogo.

¿Habéis oído hablar del cambio climático? Unido a todo este despropósito, una marciana nórdica, clamando su proclama —para provecho de quien maneja la marioneta— la enfermedad del planeta, ¿Ha tomado «nota» de los millones de lucecitas que abarrotan Madrid? ¡Ah! Va a ser que la luz cegadora y resplandeciente no la deja ver el bosque.

El circo de esta época que nos toca en suerte, cuenta con todos los ingredientes del horror, obviados porque no dan rédito y a nadie parece importarle. Nos venden humo enlatado.

¿Aún tenéis días de asueto?, ¡Venid a Madrid! Madrid es ese pueblo que acoge lo que le echen: humos, humores, luces, más humos, más humores…todo muy bien programado para que el planeta no sufra. El planeta sufre, sus habitantes, más, y yo me voy a leer a Bradbury con el fin de descabrearme, buscar una salida de escape a lo que a todas luces se ha convertido en una gesta quijotesca de difícil resolución.

—¡Mamááááá! No quiero ir a Madrid. —Voz en off desde las entrañas de la tierra.

Madrid, esa distopía adornada de luces para apaciguar sus sombras. Sigan enarbolando banderas mientras queman a golpe de vatios lo que queda de planeta.

En menos que canta un gallo el autor de villancicos tendrá que cambiar la letra: los peces ya no beben en el río; el río ha desaparecido por obra y gracia de…

 

«Cuando la muerte venga a visitarme, que me lleven al Oeste dónde nací…aquí no queda sitio para nadie…pongamos que hablo de… ¡Madrid! ...»

—Sabina—

 




































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