EL DÍA FELIZ QUE ESTÁ LLEGANDO




Todo preparado en la habitación convertida con tanta zarandaja en lo más parecido a la recamara de una reina.

—«Reina en mi reino». —Se dijo.

Más de un año de preparativos, agobios, indecisiones, retrocesos…y por fin llegó el día en el que poner a funcionar tanto esfuerzo. Cada detalle estudiado hasta la obsesión, cada artilugio colocado del modo en que debería ir incorporándolo a su esqueleto. Las gasas que la envolverían a modo de sudario…

—«El día más feliz de mi vida» —murmuraba para sí mientras un río desbocado resbalaba desde su cara hasta el pecho. «Un recuerdo que nunca olvidaré».

En esos momentos ni ella podía sospechar el acierto que iba a tener esa frase.

Las tías, su madre, su suegra, las primas…la casa era una feria. Risas, carreras…un bullicio que visto desde fuera se hacía irrespirable.

El padre… ¡Ay el padre! Mudo, no quería, no podía ¿De qué forma encarar el asunto en un momento en el que todo estaba decidido? —¡Cobarde! Tronaba una voz en su cabeza.

Desnuda ante el espejo, la cicatriz que partía su vientre en dos vino a encararse con ella sin pudor alguno. El recuerdo de esa batalla acompañaría sus días, sus noches, sus despertares.

—No debería haber sucedido. —Se repitió por millonésima vez.

Otra historia para unir a otras tantas no olvidadas que, por un momento, puso su voluntad en un «tris» de mandarlo todo al carajo.

—Son los nervios. —Repitió sin ninguna convicción.

Intentó centrarse en el atuendo y comenzar a vestirse mientras el río seguía su cauce amenazando con llegar hasta sus pies.

—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? —Una de sus primas interrumpiendo sus pensamientos entra como un ciclón en la habitación.

—Gracias, todo perfecto.

—Quién lo diría… ¡Estás hecha una Magdalena hija mía!

—Tranquila. Son los nervios del momento. Dentro de un rato todo habrá pasado.

—¿Estás segura?

—¡Claro! —Casi gritó.

—En ese caso voy a ayudar a tu madre con el tocado. Se resiste a permanecer en su sitio y ella está al borde del colapso.

Sola ante el espejo, examina de nuevo la cicatriz. Un rebujo hecho de mala manera, de prisa y corriendo, intentando que la vida no se le fuera por ahí…

—Nunca debí hacerlo.

Seguían llegando invitados. Gentes que no conocía de nada. Todo muy normal gracias a una madre que vivía para aparentar, y, había «confeccionado» el día a su habitual forma de deslumbrar para encubrir la propia falta de brillo.

—¿Puedo pasar? —El padre desde la puerta pide un permiso que no necesita, ella, solo se siente segura cuando le tiene a su lado.

—Pasa. Ya casi termino.

Él, ve un vendaval mal disimulado detrás de aquellos enormes ojos. Sigue pensando en su propia cobardía…pero…no se atreve. La contempla un momento mientras traga toda la quinina escondida en sus propias lágrimas.

Todo pasó. Todo estupendo. La madre henchida de gozo recibiendo alabanzas por la buena disposición del acto. Ella en sus «brillos» incapaz de ver nada de lo que sucedía a su alrededor.

…Y las gasas, las flores, las perlas, envolvieron un cuerpo que ya no era. La paz es el descanso.

—Hasta la eternidad. ¡Cobarde! —Seguía escuchando en su interior el padre.

 

 






















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