EL TIEMPO DETENIDO
Quiero huir de la prisa de
unas horas peregrinas, mandonas y arbitrarias, que van dejando un poso tras de
sí, amargo, pero con la impronta de no haber sido. Quiero mis días, mis horas, mis
minutos y cada milésima de segundo consumidos; las quiero mías y que el verdugo
tiempo no me arrebate esa posesión tan mía, tan de mi ser.
El tiempo suspendido en pausa
como si se pudiera detener, pararlo para continuar con el sonido de los pasos
del cartero, de los niños que inundan y llenan las calles con la resonancia de sus
chillidos liberadores a la salida de la
escuela, de las madres que se afanan por sacarle brillo a las aldabas de las
puertas, del vendedor de pescado, del hortelano que grita su mercancía, de los
sollozos del niño al caer contra el suelo, del toc-toc que emite el bastón del señor Gerve acompañando como la varita del director de orquesta sus pasos
perdidos. De la música que el dulzainero arrebata a su flauta anunciando en la
alborada los días festivaleros. De la resonancia que se desliza por las trenzas
de la mocita en su tocador, preparada para la procesión de acontecimientos
venideros, y el flu-flu que pregonan
los lazos de seda sobre su cabello.
Y quiero el sonido del
torrente de mis lágrimas como cascada impertérrita, que la desmemoria o el
olvido no lleguen a tocar, porque todos esos sonidos son la música que acompaña
mi ser, mi estar.
En ellos quedo prendida.
Nadie vivirá tan rica descripción en el cemento de la ciudad.
ResponderEliminarDesafortunadamente. La vida y el tiempo tienen otra dimensión lejos de las ciudades. ¡Saludos!
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