VEINTIDÓS
Nació un día 22 del mes 2, tras veintidós horas de un parto en el que casi la madre estuvo a punto de despedirse de este mundo, de un año cuya suma daba como resultado 22 (1957).
A los 22 meses, todo su discurso era entendido, al menos, en un veintidós por
ciento.
Fue un 22 del mes 2 la fecha
elegida para ingresar en el convento de las madres
irredentas, cuya morada se ubicaba en el número 22 de la calle Desventura,
en el distrito 2 de aquella ciudad.
Algo la mantenía atada a aquel número que arrastraba cual ameba pegada a su ventrículo cerebral, persecutor y presenciador del rastro que iba dejando su día a día…
Un 22 de mes, de un año que no
sumaba veintidós, la llamada con tres golpes decididos sobre la aldaba del portón
de la calle Desventura la sacó del rezo vigesimosegundo anotado en un rosario
de madera al que dejó reposando en el reclinatorio mientras corría hacia la
reja de la entrada.
Una vez frente a la abertura de la puerta no reconoció al visitante o visitanta, difícil de discernir por la forma en que llevaba cubiertas cabeza y cara como si con ello pretendiera no ser reconocida o reconocido.
Cuando habló para preguntar por la residencia de una tal…en aquel lugar, la voz le sonó también desconocida, y, es que habían pasado veintidós años como veintidós lustros que habían borrado todo recordatorio del cómo y el porqué de su estancia en la calle Desventura.
Machaconamente acudía a su
mente el número veintidós; tan solo eso, un número cargado de simbolismo
perdido en la desmemoria de quien ya no podía articular recuerdo alguno,
perdidos, deshilvanados, de aquella tan tonta cifra.
Un único recuerdo golpeando sobre los cristales rotos de su cerebelo:
«Llegué al mundo un 22 del mes dos de un año que sumaba 22».
A partir de ahí, ninguna luz encendida.
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