INTERMITENCIAS
Tirsa nació con un síndrome raro: «Síndrome de la Intermitencia», sintomatología de escasa investigación hasta ese momento, lo que hacía difícil la objetividad sobre diagnóstico y tratamiento.
La primera fase de una enfermedad es muy confusa y da así errores garrafales a la hora de encontrar remedio. Como es natural no fue hasta alcanzar la cualidad mamífera de enderezarse y dar el primer paso que, sus allegados, se apercibieran del hecho, más que nada porque no había habido ocasión de ponerlo en manifiesto.
Desde ese momento todo en ella
fue intermitente; daba un paso hacia adelante y, como si se arrepintiese,
inmediatamente retrocedía dando otro paso para atrás. Lo mismo para cada acción
por más prosaica que fuera: llevarse la cuchara a la boca para dejarla al
instante en el plato; sola, desarraigada, la cuchara debía preguntarse el
porqué de su abandono. Lo mismo que debieron pensar las sábanas de su cama, la
bañera, el inodoro…
No resultaba nada fácil para
su entorno familiar y amistoso entender el errático comportamiento de Tirsa. Entre ellos murmuraban mil y una razones sobre que sería lo que pasaba por el
cuerpo o la mente de Tirsa para ese comportamiento semaforil: ahora sí se puede…ahora no se
puede...rojo…verde…amarillo…
—Puede ser una consecuencia
anormal transitoria, no se preocupe, seguro que con este tratamiento mejorará;
la veré dentro de dos semanas, para entonces deberían hacerse notar los efectos
de la medicación. —Recitó como un poema el médico a la madre de Tirsa.
Al intentar rellenar la receta,
las letras se confundieron, ¡Vaya a saber el demonio porque perversa razón! Por
el ilegible recetario se extendió una gran mancha blanca dejándolo como un
lienzo a la espera de ser pintado. Lo que el matasanos ignoraba puesto que nadie se había
encargado de investigar el síndrome de la
intermitencia, sobre lo sumamente
contagioso que podía llegar a ser, bastaba menos de un minuto para la absoluta
mimetización con el emisor.
Lo curioso es que el contagio
solo se producía en el medio sanitario. Ni familia ni amigos o allegados
llegaban a contaminarse.
En la escuela Tirsa no daba pie con bola. Abría el libro, abría el cuaderno, agarraba el lápiz…el libro volvía a cerrarse junto con el cuaderno a la vez que el lápiz se encerraba de nuevo en el plumier. La mañana en la que la maestra comenzó a impartir la lección en arameo todos los alumnos al contrario de lo que hubiera podido imaginarse, prestaron la atención que nunca antes le habían otorgado. Entretanto Tirsa observa a través de la ventana la transformación repentina del cielo que hacía un momento era de un azul intenso y de repente había tornado a un intenso amarillo anaranjado.
Tirsa se dirigió con pasos de autómata a la
salida, no escuchaba el requerimiento de la maestra para que continuara en su
asiento solo la luz que emanaba ese nuevo cielo tiraba de ella anulando
cualquier otra voluntad o mandamiento. Tirsa siguió andando en línea recta
hasta desaparecer más allá de la raya del horizonte donde la intermitencia del
ser quedaba anulada.
Muchos lustros después en los
hospitales y laboratorios del mundo mundial siguen con la búsqueda de un
tratamiento que parece no tener cura. Y es que a los investigadores se les
escapa que quizá están buscando en el lugar equivocado.
En la raya del horizonte la
figura de Tirsa aparece intermitentemente…
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