LA IRRACIONALIDAD DE CUPIDO

 

La irracionalidad de los sueños tiene la paradoja de que al despertar solo queda un poso de desazón, o de alegría, dependiendo del sueño que nos haya arrebatado el espíritu y de la naturaleza del mismo, así como del posible desasosiego en cuestión. 


Delfina había pasado la noche soñando con un grupo de cazurros encaramados al banco de piedra que llevaba incrustado en la plaza un siglo, dos, tres…nadie sabía con certeza el tiempo transcurrido desde su emplazamiento; diversas leyendas inducían a pensar que fueron los romanos quienes lo adosaron allí por la era de matusalén.

Antes de que esta absurda imagen se implantara en el sueño de Delfina, el grupo, aparecía en la cantina y, entre chato y chato de vino con los cerebelos recalentaós idearon la descabellada apuesta a la que Celestino puso letra:

—El primero que descabalgue del banco ha de pedir matrimonio a Delfina.

Los mozos se miraron de refilón, bizqueando en un ridículo gesto causado por el vino que llevaban ingerido entre pecho y espalda durante la tarde de aquel día que, presagiaba una terminación similar al rosario de la aurora.

Delfina como recadera que era de su abuela, de su tía, de su madre, de su prima la coja…pasaba una y otra vez por la plaza y de soslayo contemplaba aquel cuadro que hubiera podido pasar por surrealista si no fuera porque este arte aún no había sido inventado o peor, a ellos les era completamente desconocido sin descartar que son desfiguraciones de los sueños.

Un pie p’a lante y otro en dirección contraria, sus díscolos miembros no le permitían a Delfina acercarse a los galanes mientras ella moría de ganas por saber los motivos de la concentración.





—«Yo sabía que estos gañanes eran un poco tontos, pero lo que no adiviné es el grado que alcanzan. Hasta en sueños se puede pensar; es como si los sueños quisieran recordarnos lo que no conseguimos poner a funcionar en vigilia».




Lauro, el más perjudicado por la uva fue el primero en caer del pedestal de forma literal y metafórica. Jano, el segundo, y así sucesivamente, hasta que la piedra volvió a refulgir bajo el rayo de sol que caía sobre ella. Le siguieron Guido ‘pata corta’, Feliciano, apodado el gallo porque su afición, llevada a cabo con cada amanecida en la que sacaba la cabeza por el ventanuco de su cuarto y, a pleno pulmón gritaba la hora para gusto de unos y disgusto de otros, le propinaban arengas referidas a su parentesco poco recomendables de ser comentadas por aquí. Celso y Blas sabían muy bien el riesgo que corrían si por una de esas cosas de la vida tuvieran el arrojo de pedir matrimonio a Delfina, a la sazón, ‘single per se’. Conocedores del genio y la figura de la damisela, nada más poner el pie en el suelo salieron de estampida como mochuelo al olivo.

En el afán por descender del pedestal, Lauro y Feliciano se atropellaron y, en el trastrabillamiento, Lauro fue a parar debajo del banco, de tal suerte que, quedó encajado entre dos de las patas.

—¡Feliciano! ¡Ayúdame coño!

Pero Feliciano estaba ya como a veinte leguas de allí huyendo de la quema.

Cuando Delfina días después se acercó a llenar su cántaro tropezó primero con la sombra de Lauro para a continuación chocar contra la pierna del desdichado que, asustado por lo que se le avecinaba era incapaz de articular palabra.

Delfina intenta que salga del escondrijo, piensa que se esconde para no encararla; comienza por tirar de un brazo y lo único que logra es que un jirón de la camisa de Lauro quede enganchado entre sus dedos.

—¡Intenta girarte, s’ó botarate! Ponte de costado a ver si así arrastrándote como una culebra logras salir de ahí…

…Y sale…y cuando sale abre un ojo, entreabre el otro, a continuación, ensaya una suerte de voz semejante a un cacareo:

—Delfina, ¿Quieres casarte conmigo?

El arrebol que se colaba por la ventana de Delfina convirtiendo la tiniebla de la noche en luminoso día despojándola del sueño que había poblado la noche, hizo que saltara de la cama gritando al sol:




No necesito los ojos para ver lo que este grupo de mamarrachos oculta tras la cortina de humo que cubre sus caras.

Agarró el cántaro iniciando la marcha hacia la fuente de la plaza. Cuando alcanzó la plazuela, el banco había desaparecido.

Single per se…

 

 


 


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