NO ES PARA TANTO
En el verano de 1987, Daniela, conoció a «alguien» lo más parecido a un ídolo de barro. Cuando su madre le preguntó: —Daniela ¿Por qué no paras un poco, hija mía? Y la verdad, llevaba un verano de locura, de un ir y venir que ya no distinguía si iba o venía. Dormía en Singapur y despertaba en la Patagonia. De tanto mover sus pies por el mundo adquirió el don de aceptar lo que algunas personas calificarían de rarezas, como las cosas más vulgares de un día a día sin promesas. —¿Dónde esta vez? ¿Queda algún lugar en el globo que no hayas pisado? —volvió a la carga la madre. Ella sabía que la mejor respuesta era el silencio para no entrar en bucle en una conversación sin sentido y sin final. Por toda contestación añadió: —«Queda…queda…vaya si queda». Terminó de organizar su mochila. Con un sencillo y corto abrazo se despidió. En la puerta de calle esperaba el taxi que previamente había contratado por teléfono. Aterrizó en Hanói de madrugada. Recogidos sus escasos bártulos