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CON ALEVOSÍA Y NOCTURNIDAD

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El silencio de la noche roto por los sonidos provenientes de la radio de algún vecino noctámbulo, no permitían que el cansancio acumulado durante el día diera tregua a un sueño en el que deseaba caer, del cual, desearía no despertar en una semana. «M» no había acudido a la cita. Repasó las mil y una posibles causas de la ausencia. Primero intentó convencerse de que el motivo hubiera sido ajeno a la voluntad de ella. Acto seguido, que sencillamente no le hubiera dado la real gana. Vuelta —para tranquilizarse— de que algo se lo impidió. Vueltas, vueltas, vueltas…Imposible conciliar el sueño con aquel lastre por resolver. Un día como otro cualquiera con su carga y descarga de morosidad latente. —Un día desaparezco del todo. La radio seguía zumbando. Un programa nocturno refugio de almas perdidas contando sus miserias. —Las tres de la mañana y sereno. «Si no puedes vencer al enemigo…» Sobre la mesita de noche, un aparato de radio más viejo que la Tana , regalo de no re

CAPERUCITAS FERRARI

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Aparece en su ‘ Ferrari Testarossa’ . Piel morena. Pelo negro. Ojos azabaches. Ella, mira de refilón desde la butaca que ocupa en la terraza del paseo marítimo. Primer prejuicio: —«Guapito con aires de querer impresionar». —Piensa.  Pero no. No. Nada en él hace presagiar tal cosa; ni sus andares, ni los modales que expresa cuando se acerca a la barra y le pide al camarero una botella de agua. Ella, observa con disimulo cada movimiento. —«Se mueve como si estuviera en una pista de hielo». Él, la ha elegido sin que ella tenga el menor atisbo sobre sus propósitos. En algún lugar había leído: «Ten cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad». ¿Lo había leído? ¿Se lo había escuchado a alguien? ¡Qué más daba! — «Una forma de evitarlo es cargarme cualquier conato de deseo» —volvió a pensar. La cuestión era vencer el miedo a desear, a las consecuencias del deseo. Él, se acerca. Sin pedir permiso toma asiento a su lado. —¿Crees en la magia? —¿Qué tipo de

ABIERTO POR VACACIONES

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—No volveré a este lugar ni, aunque me lo pidas de rodillas. —Gritó Inés. —¡Egoísta! —Retumbó la voz de Martín. —¿Egoísta? ¿Te atreves? ¿Tú? ¿Te atreves a llamarme egoísta? ¿Tú? —Cada año la misma historia. Veinte años repitiendo el mismo rito de paso. ¡Veinte años aguantando la cretinez supina de tu familia! —Como si no fuera suficiente soportar la tuya— ¿Y tú te atreves a llamarme egoísta? Aceptaría que me llamases imbécil, imbécil, sí. Imbécil un millón de veces por aceptar una situación que parece ideada por una banda de dementes. Manipuladores y egocéntricos. Vivís una vida de artificio. Creéis impresionar con vuestra ridícula pompa tratando de conseguir que el mundo os admire. Cosecháis con ello el más grande de los desprecios. Amistades compradas. ¡Eso es lo que «atesoráis»! —¿Quieres que hablemos de la tuya, de esa familia perfecta que guardas a la sombra de tu mal llamada «discreción»? ¿Hablamos de tu tío Federico? ¿O prefieres que lo hagamos de tu hermana Patricia?

UN LADRILLO DE DOMINGO

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Aquella señorita hiperestésica definió el domingo diciendo mientras señalaba un ladrillo en cuya rendija crecía una flor: —«Este ladrillo es domingo». Lo que había que hacer en los años siguientes estaba ya prescrito del modo más riguroso posible. —Supongo que buscamos algo así, pero casi siempre nos estafan o estafamos. —Dijo ella, mientras le miraba con cautela. Era un tiempo en que nada se daba de forma habitual o casual. Todo premeditado, medido, calculado. Pasar de puntillas por los acontecimientos no era una posibilidad; era obligación implicarse y agarrar el toro por los cuernos. Cada acto de su vida provocaba en ella un dolor excesivo. Perdida por los vericuetos de su mundo, se desgarraba en un fútil intento por salir a flote. —Parece que va a llover. —No llegó a pronunciar. Con el cielo azul, sol irredente, calentando los azulejos amarillos por los que caminaba descalza, ella, solo sentía el frío de ese eterno verano. El sudor que no daba tregua la llevaba a ca

EL OJO DE LA CERRADURA

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Miró por el ojo de la cerradura con inquietud tratando de adivinar lo que escondía el lugar que aparecía constantemente en su sueño. Oteando a través del orificio descubrió un mundo insospechado; solo quería traspasar la puerta y sumergirse en la realidad de su sueño. Filas y filas de estanterías repletas de todas las historias jamás contadas que, dormían el profundo sueño de los olvidados. ¡Al rescate!, ¡Al rescate! ¿Cómo cruzar la puerta que impedía la inmersión? Dio marcha atrás en sus pensamientos. De nuevo sentado ante el escritorio, con la mente en blanco, sin idea alguna sobre como continuar aquel libro que comenzó hace más de un año y, que solo acumulaba hojas en blanco: — «Tengo que encontrar la forma de cruzar ese ojo de cerradura». Sonó el teléfono. De un salto alcanzó a contestar. —¿Estás libre esta tarde? —la cantarina voz de María lo sacó de su eterno sueño. —Depende —contestó. —No te hagas el interesante. Te recojo en media hora, sin excusas. —¿Sirve de a

NO ES PARA TANTO

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En el verano de 1987, Daniela, conoció a «alguien» lo más parecido a un ídolo de barro. Cuando su madre le preguntó: —Daniela ¿Por qué no paras un poco, hija mía? Y la verdad, llevaba un verano de locura, de un ir y venir que ya no distinguía si iba o venía. Dormía en Singapur y despertaba en la Patagonia. De tanto mover sus pies por el mundo adquirió el don de aceptar lo que algunas personas calificarían de rarezas, como las cosas más vulgares de un día a día sin promesas. —¿Dónde esta vez? ¿Queda algún lugar en el globo que no hayas pisado? —volvió a la carga la madre. Ella sabía que la mejor respuesta era el silencio para no entrar en bucle en una conversación sin sentido y sin final. Por toda contestación añadió: —«Queda…queda…vaya si queda». Terminó de organizar su mochila. Con un sencillo y corto abrazo se despidió. En la puerta de calle esperaba el taxi que previamente había contratado por teléfono. Aterrizó en Hanói de madrugada. Recogidos sus escasos bártulos

TIPOS, TOPOS Y OTRAS RAREZAS

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Aquel tipo de ojos diminutos, ralo pelaje, piernas cortas y vista escasa, tenía un olfato especial a la hora de detectar «topos». No era especialmente avispado, pero, contaba con una desarrollada intuición que le llevaba a las pistas más desprovistas de señales que otros habrían pasado por alto. Él mismo se convirtió en un «topo» infiltrado de forma un tanto peculiar, captado por la organización a través de un procedimiento poco usual. Conoció medio por casualidad, un día que caían chuzos de punta a Ignacio, en un bar del barrio periférico donde fue a parar sin querer por mérito de un destino que no le brindó otra cosa mejor. —Las almas gemelas se reconocen —dijo para sí. Ignacio, llevaba un tiempo buscando por todas las categorías de ambientes a alguien que poder manejar o amaestrar, que sirviera como perro fiel a la organización. Acodado a la barra dejó caer al suelo un billete de veinte euros. El todavía «no topo» se acuclilló para recogerlo y tendérselo con una sonrisa