ABIERTO POR VACACIONES


—No volveré a este lugar ni, aunque me lo pidas de rodillas. —Gritó Inés.

—¡Egoísta! —Retumbó la voz de Martín.

—¿Egoísta? ¿Te atreves? ¿Tú? ¿Te atreves a llamarme egoísta? ¿Tú?

—Cada año la misma historia. Veinte años repitiendo el mismo rito de paso. ¡Veinte años aguantando la cretinez supina de tu familia! —Como si no fuera suficiente soportar la tuya— ¿Y tú te atreves a llamarme egoísta? Aceptaría que me llamases imbécil, imbécil, sí. Imbécil un millón de veces por aceptar una situación que parece ideada por una banda de dementes. Manipuladores y egocéntricos. Vivís una vida de artificio. Creéis impresionar con vuestra ridícula pompa tratando de conseguir que el mundo os admire. Cosecháis con ello el más grande de los desprecios. Amistades compradas. ¡Eso es lo que «atesoráis»!

—¿Quieres que hablemos de la tuya, de esa familia perfecta que guardas a la sombra de tu mal llamada «discreción»? ¿Hablamos de tu tío Federico? ¿O prefieres que lo hagamos de tu hermana Patricia?

—Eres infame.

No era una discusión más. Repetida cada año, iba acumulando ingredientes de odio que aumentaba un dolor y una desconfianza parecido al arsenal de guerra que se va amontonando para la batalla que se avecina. Una batalla programada, anunciada, sin vencedores.

Veinte años atrás. Veinte años que no son nada —dice la canción—, habían supuesto la condena más cruel y larga de dos seres que no deberían haberse conocido pero que por esas cosas de la causalidad —que no de la casualidad— acabaron retozando en una playa desierta en esas horas que van acercando el amanecer.

De nada sirvieron las advertencias de su amiga Paula cuando le presentó a Martín.

—No me fío. No puedo comprender la razón, pero no me fío. Hay algo en él que… —fue el comentario de Paula a Inés.

—Eso son celos de amiga. ¡Es tan guapo! ¡Besa tan bien! ¡Ay!...

—¡Viva el pragmatismo! No te reconozco, de verdad, Inés. Siempre esa inteligencia tuya, esa capacidad de análisis con la que te haces dueña de las circunstancias. ¿De verdad no se enciende en ti ninguna señal de alarma?

—No. No, porque no hay de qué alarmarse.

—De momento…

—Es guapo, es divertido, es brillante… ¿más?... «eso» no voy a contarlo.

—No es necesario. Queda más que entendido. «Eso» es el peor enganche de todo. Nubla la razón. Ahí es donde ocurren los peores errores.

Así comenzó una historia que como tantas no debería haber iniciado.

Dos años después de esta conversación con Paula se encendió el primer piloto rojo. Martín se retrasaba. Martín llegaba tarde. Martín olvidaba que había quedado con ella…Martín no estaba…

Ya no eran señales de piloto, eran sirenas de bomberos los que retumbaban en sus tímpanos.

Y, llegó el verano. Uno más. Y, llegó la vuelta a la ciudad. Y, llegó el romper cristales. El griterío. Y, ella, se abrió sin reparar en modales, en cortesías, ni en todas las pamplinas que le habían inculcado por años a través de una «buena educación».

Mientras, los demás callaban. Mientras, nosotros mismos dudábamos y, a cada paso pensábamos cuidadosamente qué debíamos hacer y qué no, él, actuaba con decisión, y el gran mérito eterno de Martín es y será el haber fundado y dirigido el único periódico antimonárquico y de escaso relieve intelectual.

Cenas, reuniones y «expediciones» con el fin —sin fin— de justificar un vacío existencial que ocupaba por entero el escenario de sus vidas.

Inés. Inés de blanco. Inés de azul. Inés dorada. Con la cadencia que da la seguridad de saberse protegida en su guerra sin paz. Moviéndose…dejando una impronta de elegancia y saber estar. Podrida. Podrida en lo más recóndito. Disimulando. Sonriendo.

—¿Y mis gemelos azules?

—Dónde siempre.

—No están.

Inés le miró con una mezcla de odio y condescendencia. Se acercó. Abrió la caja que había al fondo del cajón. Con gesto de mandatario ofendido puso los gemelos en manos de su marido. Él, con cara de embobado no supo que responder.

—Otra «fiesta del disimulo».

—«Sigo abierta por vacaciones», —pensó Inés. 

El último florero contra el suelo retumbó en todo el edificio. Se asomó a uno de los balcones: «Abierto por vacaciones», leyó en uno de los establecimientos que quedaban al otro lado de la acera.

—Como yo. Siempre abierta por vacaciones. —Dijo como para sí o como para no.

—«Abierta por vacaciones durante veinte años».

Delante del espejo. Detrás de la máscara se reflejaba una visión. De un respingo se lanzó a la calle; desparramó todo lo que había llenado su vida hasta entonces. El cartel que había visto desde su balcón había desaparecido. En su lugar, con llamativas letras, aparecía una nueva inscripción:

«Cerrado hasta la eternidad».

























Comentarios

  1. Abierto por...
    Un certero análisis de 20 años de sometimiento, tras una decisión errónea. ¡Muy bueno!

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    Respuestas
    1. Hay errores que no tienen precio. Gracias por tus comentarios Beatriz. Un abrazo.

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