CON ALEVOSÍA Y NOCTURNIDAD
El silencio de la noche roto
por los sonidos provenientes de la radio de algún vecino noctámbulo, no
permitían que el cansancio acumulado durante el día diera tregua a un sueño en
el que deseaba caer, del cual, desearía no despertar en una semana.
«M» no
había acudido a la cita. Repasó las mil y una posibles causas de la ausencia.
Primero intentó convencerse de que el motivo hubiera sido ajeno a la voluntad
de ella. Acto seguido, que sencillamente no le hubiera dado la real gana.
Vuelta —para tranquilizarse— de que algo se lo impidió. Vueltas, vueltas,
vueltas…Imposible conciliar el sueño con aquel lastre por resolver.
Un día como otro cualquiera
con su carga y descarga de morosidad latente.
—Un día desaparezco del todo.
La radio seguía zumbando. Un
programa nocturno refugio de almas perdidas contando sus miserias.
—Las tres de la mañana y
sereno. «Si no puedes vencer al enemigo…»
Sobre la mesita de noche, un
aparato de radio más viejo que la Tana,
regalo de no recordaba quién, y, que no usaba jamás. Buscó el programa que
llevaba mal escuchando a través de las paredes desde hacía rato. Se tragó un
par de historias intrascendentes. Aburrido, se dispuso a arrinconar de nuevo el
aparato cuando escuchó:
—«Buenas
noches. Mi nombre es «M» y no sé por dónde empezar.
El conductor del nocturno, con
voz de barítono aburrido, intenta convencer de que estará encantado de escuchar
cualquier cosa capaz de mantener despierta a una audiencia cuyo único aliciente
es cotillear vidas ajenas.
—No
sé por dónde empezar. —Repitió la voz.
El presentador comenzaba a
impacientarse. En la radio los silencios son mortales. Intentó ayudar lanzando
un par de preguntas.
—¿Es algo que has vivido?
¿Algo que has visto? ¿Un suceso violento?
—Puede
que todo a la vez.
—Bien. Esto ya es un comienzo.
Te escuchamos.
Él, reconocía esa voz. Él,
sabía de su pertenencia. Postrado en su cama esperaba la continuación de la
historia. ¿De verdad era «M»?
—Y, a continuación, unos
minutos musicales. «Otra paranoica para la colección» —Dice para sus adentros
el radiador. El conductor del programa no sabía cómo salir de aquel embrollo.
—Entenderé
que se me tache de loca, pero puedo asegurar que mi relato es absolutamente
real con toda la carga de irrealidad que pueda aparentar.
Había
pasado la tarde con Verónica celebrando su ascenso. Nos despedimos un poco
«tocadas» después de tres gin tonics. Quiso acompañarme a casa, pero me negué.
Tomé un taxi del que me bajé unos metros antes de llegar a mi portal. En
principio pensé que era una alucinación causada por lo que había ingerido. Pero
no. Mi engranaje mental no estaba perjudicado. Un destello llamó mi atención.
La primera reacción fue darme la vuelta; no acierto a saber qué fue lo que me
motivó a seguir avanzando.
—Al625B…gri,
gri…B787A…gri, gri..658MV…gri, gri…
—Escucho
este sonido; no puedo describirlo como una voz porque es algo indescriptible
para mí y que no había percibido jamás.
—NVS6587…MKIU78544…gri…gri…gri…
—Sin
querer me voy acercando al lugar de donde sale ese zumbido o lo que quiera que
sea. Una especie de bola azul con tres patas y cinco ojos me observa y repite:
MIEVNT2588…VTSTLA4710…gri…gri…gri…
He
intentado analizar qué fue lo que me parapetó dentro de esa cápsula. Nada podía
hacer yo. Lo que fuera que fuese me había absorbido. Despegue. El mismo mantra
repetido una y otra vez. Indescifrable. Tampoco sé calcular el tiempo que
permanecí en aquella especie de nave con un «individuo» sin acceso de
intercomunicación. Solo sé que volé por un espacio desconocido. Atravesé
galaxias y aterricé de nuevo en la esquina de mi casa con la sensación de haber
vivido tres vidas. Crucé hacia mi portal. Abrí como pude la puerta. Al entrar
en casa todo parecía estar como cuando me marché. ¿Todo?
Pasé
a la cocina con la intención de preparar una infusión que me tranquilizara.
En
la encimera apareció un sobre dorado con mi nombre. Temerosa sin saber qué
hacer: «¿Lo abro?, ¿No lo abro?» ...en el azoramiento rompo el envoltorio. Un
mensaje, esta vez no cifrado:
—«Señora «M» pronto tendrá noticias nuestras. No se alarme. Vendremos a
recogerla con la máxima discreción».
—Así,
sin más. Entro en pánico. No sé qué hacer. No sé a quién llamar. No sé a quién
contar esta historia sin que corra a llamar a los loqueros…
Él, descubre la voz. Es «M». Ahora sabe por qué no acudió a la
cita. Se encamina hacia la emisora de radio. Al llegar encuentra un solar con
un edificio derruido y lleno de musgo. Se cruza con un abuelo que está en su
momento paseo. Pregunta por la emisora.
—¿Qué, ¡Majete!? Aquí hubo una
emisora en los años treinta. Desapareció con las primeras bombas que cayeron en
Madrid. Desde entonces por aquí solo paseamos cuatro viejos y cuatro
lagartijas. ¡Despistado te veo chaval! ¿Seguro que te han dado bien las señas?
—No puede ser. Esto es una
pesadilla.
Pone pies en polvorosa y toma
el primer autobús a su alcance para dirigirse a casa de «M». Frente al portal pulsa impulsivamente el botón del portero
automático. No hay respuesta. Aprovecha la salida de un vecino con su perro
para colarse y subir las escaleras de tres en tres. Delante de la puerta de «M», sin aliento, descubre que no está
cerrada del todo. Se cuela. Silencio. No se atreve a pronunciar su nombre.
Sigue por el pasillo; recorre cada habitación: nada. Silencio. En la cocina
encuentra el sobre rasgado…
Rebusca con desesperación su teléfono
poniendo del revés cada uno de sus bolsillos. Marca una y otra vez el número de
«M». Nada. La voz lineal del
contestador le saca de sus casillas.
Sin más recurso que el de caer
como un saco de arena contra la cama, una suerte de sueño le rescata de toda la
incertidumbre.
El sonido de la alarma del
móvil fue como un clamor que le impulsó contra el suelo.
Lanzó una mirada a la radio:
apagada. Ruidos por la escalera. El vecino del cuarto B, había sido encontrado
—después de dos semanas—, muerto en su cama, con la radio encendida. La emisora
emitía un eco continuado: «MRUIV38547,gri…gri..gri…POIQDFGG98745,gri…gri…gri…RTEUWU214687,gri…gri…gri…IORNVBGH69874,
gri…gri…gri…
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