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EL AMOR ES UN ESTADO DE ÁNIMO

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Verlos y enamorarse al instante fue todo uno. Destacaban en el escaparate de entre todos los demás. Pasaba lo mismo con ciertas personas que, expuestas en el escaparate mundial, brillan con una luz especial. Dotados de un poder propio, atrajeron su interés. No podría —aunque hubiera querido— encontrarlos un sustituto. Quería «esos» y solo «esos» zapatos…ideales, caros, muy caros… —El amor es un estado de ánimo. –Pensó. Si el estado de ánimo es una actitud o disposición emocional no transitoria, ella, había quedado enamorada para la eternidad de aquellos zapatos…tal «disposición de ánimo» la dejaría en un estado de estupidez gravitatoria o imbecilidad permanente, una trampa de la naturaleza que se venga sin contemplación, —a su manera— de seres tan animosos. —¡Quiero esos zapatos! —Los más caros, carísimos. —Recita como un mantra la madre. Recorren cada zapatería de la ciudad. No había caso. Aquellos zapatos habían cobrado vida dentro de su cabeza. No era un estado de ánimo

EL SECRETO DEL 7º C

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Dos timbrazos seguidos. El sonido de las dos llamadas que emitió el timbre de la puerta la sacó de golpe del ensimismamiento en el que estaba sumida desde hacía varios días por culpa del libro que una amiga le había prestado. Con paso lento, desganado, maldiciendo la interrupción, se dirigió a la entrada. A través de la mirilla, más que ver, intuyó la figura de un hombre. La primera impresión que daba era la de un tipo bien vestido. No lo conocía de nada. —¿Quién será? ¿Qué querrá? Con todas las dudas que suscita el miedo a lo desconocido abrió la puerta el breve espacio que permite el largo de la cadena puesta por prevención. —Buenas tardes —saludó el desconocido. —No compro nada; no me interesa nada. Gracias. —No vendo nada. Me gustaría hablar con usted un momento si me lo permite. —¿Sobre qué? ¿De qué podría yo hablar con alguien a quién no he visto en mi vida? ¿Es usted testigo de Jehová? —Entiendo su reticencia, pero, si me deja unos minutos para poder explicarme…

CON ALEVOSÍA Y NOCTURNIDAD

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El silencio de la noche roto por los sonidos provenientes de la radio de algún vecino noctámbulo, no permitían que el cansancio acumulado durante el día diera tregua a un sueño en el que deseaba caer, del cual, desearía no despertar en una semana. «M» no había acudido a la cita. Repasó las mil y una posibles causas de la ausencia. Primero intentó convencerse de que el motivo hubiera sido ajeno a la voluntad de ella. Acto seguido, que sencillamente no le hubiera dado la real gana. Vuelta —para tranquilizarse— de que algo se lo impidió. Vueltas, vueltas, vueltas…Imposible conciliar el sueño con aquel lastre por resolver. Un día como otro cualquiera con su carga y descarga de morosidad latente. —Un día desaparezco del todo. La radio seguía zumbando. Un programa nocturno refugio de almas perdidas contando sus miserias. —Las tres de la mañana y sereno. «Si no puedes vencer al enemigo…» Sobre la mesita de noche, un aparato de radio más viejo que la Tana , regalo de no re

CAPERUCITAS FERRARI

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Aparece en su ‘ Ferrari Testarossa’ . Piel morena. Pelo negro. Ojos azabaches. Ella, mira de refilón desde la butaca que ocupa en la terraza del paseo marítimo. Primer prejuicio: —«Guapito con aires de querer impresionar». —Piensa.  Pero no. No. Nada en él hace presagiar tal cosa; ni sus andares, ni los modales que expresa cuando se acerca a la barra y le pide al camarero una botella de agua. Ella, observa con disimulo cada movimiento. —«Se mueve como si estuviera en una pista de hielo». Él, la ha elegido sin que ella tenga el menor atisbo sobre sus propósitos. En algún lugar había leído: «Ten cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad». ¿Lo había leído? ¿Se lo había escuchado a alguien? ¡Qué más daba! — «Una forma de evitarlo es cargarme cualquier conato de deseo» —volvió a pensar. La cuestión era vencer el miedo a desear, a las consecuencias del deseo. Él, se acerca. Sin pedir permiso toma asiento a su lado. —¿Crees en la magia? —¿Qué tipo de

ABIERTO POR VACACIONES

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—No volveré a este lugar ni, aunque me lo pidas de rodillas. —Gritó Inés. —¡Egoísta! —Retumbó la voz de Martín. —¿Egoísta? ¿Te atreves? ¿Tú? ¿Te atreves a llamarme egoísta? ¿Tú? —Cada año la misma historia. Veinte años repitiendo el mismo rito de paso. ¡Veinte años aguantando la cretinez supina de tu familia! —Como si no fuera suficiente soportar la tuya— ¿Y tú te atreves a llamarme egoísta? Aceptaría que me llamases imbécil, imbécil, sí. Imbécil un millón de veces por aceptar una situación que parece ideada por una banda de dementes. Manipuladores y egocéntricos. Vivís una vida de artificio. Creéis impresionar con vuestra ridícula pompa tratando de conseguir que el mundo os admire. Cosecháis con ello el más grande de los desprecios. Amistades compradas. ¡Eso es lo que «atesoráis»! —¿Quieres que hablemos de la tuya, de esa familia perfecta que guardas a la sombra de tu mal llamada «discreción»? ¿Hablamos de tu tío Federico? ¿O prefieres que lo hagamos de tu hermana Patricia?

UN LADRILLO DE DOMINGO

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Aquella señorita hiperestésica definió el domingo diciendo mientras señalaba un ladrillo en cuya rendija crecía una flor: —«Este ladrillo es domingo». Lo que había que hacer en los años siguientes estaba ya prescrito del modo más riguroso posible. —Supongo que buscamos algo así, pero casi siempre nos estafan o estafamos. —Dijo ella, mientras le miraba con cautela. Era un tiempo en que nada se daba de forma habitual o casual. Todo premeditado, medido, calculado. Pasar de puntillas por los acontecimientos no era una posibilidad; era obligación implicarse y agarrar el toro por los cuernos. Cada acto de su vida provocaba en ella un dolor excesivo. Perdida por los vericuetos de su mundo, se desgarraba en un fútil intento por salir a flote. —Parece que va a llover. —No llegó a pronunciar. Con el cielo azul, sol irredente, calentando los azulejos amarillos por los que caminaba descalza, ella, solo sentía el frío de ese eterno verano. El sudor que no daba tregua la llevaba a ca

EL OJO DE LA CERRADURA

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Miró por el ojo de la cerradura con inquietud tratando de adivinar lo que escondía el lugar que aparecía constantemente en su sueño. Oteando a través del orificio descubrió un mundo insospechado; solo quería traspasar la puerta y sumergirse en la realidad de su sueño. Filas y filas de estanterías repletas de todas las historias jamás contadas que, dormían el profundo sueño de los olvidados. ¡Al rescate!, ¡Al rescate! ¿Cómo cruzar la puerta que impedía la inmersión? Dio marcha atrás en sus pensamientos. De nuevo sentado ante el escritorio, con la mente en blanco, sin idea alguna sobre como continuar aquel libro que comenzó hace más de un año y, que solo acumulaba hojas en blanco: — «Tengo que encontrar la forma de cruzar ese ojo de cerradura». Sonó el teléfono. De un salto alcanzó a contestar. —¿Estás libre esta tarde? —la cantarina voz de María lo sacó de su eterno sueño. —Depende —contestó. —No te hagas el interesante. Te recojo en media hora, sin excusas. —¿Sirve de a