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MARRAKECH

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Siempre me sorprenderá el paisaje que se dibuja desde el avión. Es fascinante la sensación de estar «pendiente de un hilo». Las nubes como humo, como trocitos de algodón nadando alrededor de mi ventana. ¡Me encanta volar! Como mis conocimientos sobre física, espacio-tiempo, son escasos (por no decir nulos) no tengo armas para definir la sensación que produce sentirse parada en un punto al parecer sin movimiento. Llegada a Marrakech. El aeropuerto me parece una preciosidad, eso sí, ¡un calor sofocante! Marrakech es la ciudad de los jardines. Avenidas kilométricas, rodeadas por inmensos jardines. Existen dos partes bien diferenciadas: la ciudad nueva y la Medina. Esta última con su Zoco y sus calles imposibles, estrechas, abarrotadas de gente y motocicletas que hacen muy difícil su tránsito (estresante, más bien).  Puestos de pescado, de carne colgando de ganchos…sin atisbo de medio alguno de conservación. Intenté tomar foto, no me dejaron. Luego está el tema «regateo» que, para

EL FINAL DE LA DERROTA

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Regresaba de la siempre denominaba por él: «mi última aventura», a sabiendas de que no lo sería. En las arenas movedizas de aquel monte…perdió las llaves. La prueba —sin consecuencia por ahora— no estaba resultando tan fácil como en un principio le pareció. Llevaba colgado su amuleto, confeccionado por un gurú al que se topó por casualidad en una zona inexplorada de algún lugar del mundo. Nunca salía sin él. Sin ese «atuendo» era sentirse desnudo, tanto se había habituado, hasta convertirlo en imprescindible. —Hay búsquedas que suenan a derrotas. —Pensó. Tras horas de caminata comprendió que andaba en círculos. —Por aquí he pasado, he pasado…dos, tres, cuatrocientas veces…—Exclamó. Difícil atinar en un paraje heterogéneo, salvaje. No existía una línea que le sacara de ese círculo en el que había caído. Intentó un giro, y otro, y otro…nada. Seguía sin moverse del sitio. Buscó la brújula en uno de sus bolsillos: había desaparecido. —No puede ser. Estoy seguro de haberla col

ATINOS Y DESATINOS

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Sería cosa del destino, pero, la verdad es que era un desatino. No atinaba ni por lo más remoto a dar en el clavo. —Voy a crear «La Escuela de los Desatinos». —Se dijo. De experiencia ando sobrada, y, creo ser más clavo que martillo. Desde esta condición, difícil resulta dar en el primero cuando el poder lo ejerce el segundo. —¿Qué haces con ese recipiente? —Preguntó Galatea. Galatea no era ni de lejos el retrato de la estatua que creó Pigmalión. Su cuerpo tenía forma de manzana. Sus manos rechonchas y rojas, sus piernas corvas, y su nariz de berenjena, hacían de ella la antítesis de la creación del rey de Chipre. Vera, intentaba «atinar» con el artefacto, poniendo en su contenedor un amasijo de ingredientes a fin de engendrar «algo» que no fuera un desatino. Pasaba las noches en vela ideando formas que la llevaran a crear —aunque solo una pizca fuera de lo común—, ese «algo» que escapara a lo conocido. Semanas, meses…cámara a la espalda…disparando a toda cosa, animal

EL AMOR ES UN ESTADO DE ÁNIMO

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Verlos y enamorarse al instante fue todo uno. Destacaban en el escaparate de entre todos los demás. Pasaba lo mismo con ciertas personas que, expuestas en el escaparate mundial, brillan con una luz especial. Dotados de un poder propio, atrajeron su interés. No podría —aunque hubiera querido— encontrarlos un sustituto. Quería «esos» y solo «esos» zapatos…ideales, caros, muy caros… —El amor es un estado de ánimo. –Pensó. Si el estado de ánimo es una actitud o disposición emocional no transitoria, ella, había quedado enamorada para la eternidad de aquellos zapatos…tal «disposición de ánimo» la dejaría en un estado de estupidez gravitatoria o imbecilidad permanente, una trampa de la naturaleza que se venga sin contemplación, —a su manera— de seres tan animosos. —¡Quiero esos zapatos! —Los más caros, carísimos. —Recita como un mantra la madre. Recorren cada zapatería de la ciudad. No había caso. Aquellos zapatos habían cobrado vida dentro de su cabeza. No era un estado de ánimo

EL SECRETO DEL 7º C

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Dos timbrazos seguidos. El sonido de las dos llamadas que emitió el timbre de la puerta la sacó de golpe del ensimismamiento en el que estaba sumida desde hacía varios días por culpa del libro que una amiga le había prestado. Con paso lento, desganado, maldiciendo la interrupción, se dirigió a la entrada. A través de la mirilla, más que ver, intuyó la figura de un hombre. La primera impresión que daba era la de un tipo bien vestido. No lo conocía de nada. —¿Quién será? ¿Qué querrá? Con todas las dudas que suscita el miedo a lo desconocido abrió la puerta el breve espacio que permite el largo de la cadena puesta por prevención. —Buenas tardes —saludó el desconocido. —No compro nada; no me interesa nada. Gracias. —No vendo nada. Me gustaría hablar con usted un momento si me lo permite. —¿Sobre qué? ¿De qué podría yo hablar con alguien a quién no he visto en mi vida? ¿Es usted testigo de Jehová? —Entiendo su reticencia, pero, si me deja unos minutos para poder explicarme…

CON ALEVOSÍA Y NOCTURNIDAD

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El silencio de la noche roto por los sonidos provenientes de la radio de algún vecino noctámbulo, no permitían que el cansancio acumulado durante el día diera tregua a un sueño en el que deseaba caer, del cual, desearía no despertar en una semana. «M» no había acudido a la cita. Repasó las mil y una posibles causas de la ausencia. Primero intentó convencerse de que el motivo hubiera sido ajeno a la voluntad de ella. Acto seguido, que sencillamente no le hubiera dado la real gana. Vuelta —para tranquilizarse— de que algo se lo impidió. Vueltas, vueltas, vueltas…Imposible conciliar el sueño con aquel lastre por resolver. Un día como otro cualquiera con su carga y descarga de morosidad latente. —Un día desaparezco del todo. La radio seguía zumbando. Un programa nocturno refugio de almas perdidas contando sus miserias. —Las tres de la mañana y sereno. «Si no puedes vencer al enemigo…» Sobre la mesita de noche, un aparato de radio más viejo que la Tana , regalo de no re

CAPERUCITAS FERRARI

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Aparece en su ‘ Ferrari Testarossa’ . Piel morena. Pelo negro. Ojos azabaches. Ella, mira de refilón desde la butaca que ocupa en la terraza del paseo marítimo. Primer prejuicio: —«Guapito con aires de querer impresionar». —Piensa.  Pero no. No. Nada en él hace presagiar tal cosa; ni sus andares, ni los modales que expresa cuando se acerca a la barra y le pide al camarero una botella de agua. Ella, observa con disimulo cada movimiento. —«Se mueve como si estuviera en una pista de hielo». Él, la ha elegido sin que ella tenga el menor atisbo sobre sus propósitos. En algún lugar había leído: «Ten cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad». ¿Lo había leído? ¿Se lo había escuchado a alguien? ¡Qué más daba! — «Una forma de evitarlo es cargarme cualquier conato de deseo» —volvió a pensar. La cuestión era vencer el miedo a desear, a las consecuencias del deseo. Él, se acerca. Sin pedir permiso toma asiento a su lado. —¿Crees en la magia? —¿Qué tipo de

ABIERTO POR VACACIONES

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—No volveré a este lugar ni, aunque me lo pidas de rodillas. —Gritó Inés. —¡Egoísta! —Retumbó la voz de Martín. —¿Egoísta? ¿Te atreves? ¿Tú? ¿Te atreves a llamarme egoísta? ¿Tú? —Cada año la misma historia. Veinte años repitiendo el mismo rito de paso. ¡Veinte años aguantando la cretinez supina de tu familia! —Como si no fuera suficiente soportar la tuya— ¿Y tú te atreves a llamarme egoísta? Aceptaría que me llamases imbécil, imbécil, sí. Imbécil un millón de veces por aceptar una situación que parece ideada por una banda de dementes. Manipuladores y egocéntricos. Vivís una vida de artificio. Creéis impresionar con vuestra ridícula pompa tratando de conseguir que el mundo os admire. Cosecháis con ello el más grande de los desprecios. Amistades compradas. ¡Eso es lo que «atesoráis»! —¿Quieres que hablemos de la tuya, de esa familia perfecta que guardas a la sombra de tu mal llamada «discreción»? ¿Hablamos de tu tío Federico? ¿O prefieres que lo hagamos de tu hermana Patricia?