SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO
Paula había sido a lo largo de
toda su carrera una maestra devocionaria, de las que cuidan a sus alumnos
regándolos cada día con conocimiento de causa mientras los prepara para
afrontar lo que la vida se digne asignarlos.
Sus convecinos la asaltaban
día sí día también con la misma monserga:
—«Paula, mujer, ¿Por qué no se
jubila usted ya?, qué bastante ha hecho para desasnar a tanto ganado como ha pasado
por su escuela».
Paula tenía tan interiorizada
la frase que ya ni la escuchaba, contestaba con una sonrisa mientras daba
vueltas con la llave en la cerradura de su vieja casa que, chirriando, se resistía
a facilitar el paso como si con ello quisiera mantener fuera de sus muros a la
maestra, y esta, siguiera escuchando el mantra de sus vecinos.
—«¿Qué haría yo sin mi
escuela, sin mis pupilos, sin mis tareas diarias?». —La cerradura vence su
resistencia y Paula continua con sus cavilaciones dentro de casa.
Era martes, 29 de febrero,
once y media de la mañana. En clase de filosofía esta mañana, Paula, lleva a
sus alumnos a pensar sobre el mensaje que emite la caverna de Platón. Paula
libro en mano, abierto por la página que había quedado marcada en la anterior lección,
trata de iniciar la lectura mientras posa la mirada sobre la marca que ella
había dejado, y se dispone a dar comienzo a la lectura, pero su voz no la
acompaña. No se quiebra, simplemente ‘no
está’.
Agarra la jarra de agua y
llena el sempiterno vaso apoyado en su mesa, complemento indispensable junto
con las herramientas necesarias para la clase. Bebe a pequeños sorbos, le
cuesta tragar. Vuelve al libro con la esperanza de haber solucionado el
percance: nada. La voz ‘no está’. Por
señas llama a Martina; en un papel escribe el encargo de que cuide de la clase
en su ausencia. Por el pasillo mientras se encamina al despacho del director
intenta tranquilizarse; porque, aunque no sabe lo que le está pasando piensa
que será algo pasajero y que el problema se irá por donde vino. Sentada frente
al director en una cuartilla que este le ofrece al ver la imposibilidad de que
las cuerdas vocales de Paula respondan al intento de proferir sonido alguno,
esta plasma lo ocurrido. El director al igual que ella quita importancia al suceso.
—Seguro que mañana se habrá
pasado. Vete a casa, descansa, yo me ocuparé de dar tu clase. Tranquila.
Paula recoge sus cosas. En la
puerta de casa se cruza con un vecino que lanza la conocida frase: ¿Por qué no
se jubila ust…? Ella una vez más, como siempre, ofrece una sonrisa por
respuesta. En esta ocasión de haber querido contestar con palabras, no habría
sido posible.
Recuerda los remedios caseros
de su abuela cuando tenía dolor de garganta o tos: agua con limón, miel y una
clara de huevo. Aquello daba resultado para tales dolencias. Terminado el
potingue se dirigió a su cama; en la mesilla de noche descansaba el libro que
estaba leyendo. Lo abrió por el marcapáginas, dispuesta a leer hasta que el
sueño viniera a tomar posesión de su trono. No consigue hilar una letra con
otra; es como si de repente nada tuviera sentido, todo lo que ha conformado
parte de su vida se ha borrado: no puede hablar, no consigue leer, y, es en ese
momento, cuando toma conciencia de lo que le está sucediendo, a la vez piensa
que el problema no se irá con una noche de reposo y remedios de la abuela.
Cuando al fin cae rendida, en
su sueño aparecen miles de letras voladoras inundando el cielo, cayendo sobre
la alfombra verde de un jardín inmenso del que emergen unos seres diminutos que
ríen mientras la señalan gritando: «¡No puedes hablar, no puedes leer, las
letras te han abandonado, ya no están en ti, por eso, no puedes verlas ni
pronunciarlas!». Los aparecidos corren de un lado hacia otro mortificándola con
la misma canción una y otra vez.
Paula, llora. Quiere llorar,
pero de sus ojos no sale nada. La sequía ha tomado posesión de todo lo que
hasta ayer conformaba su ser. No hay letras, no hay lágrimas, no hay nada. El vacío
inundándolo todo…y ella…
Despierta, corre hasta el
cuarto de baño. El espejo no devuelve el reflejo de su cara. A veces mirarse de
espalda en el espejo puede ser una ventaja. Nadie había advertido a Paula del
peligro que entrañan los espejos. Todo adquiere visibilidad al ser nombrado.
Una nube parpadeante viene del
reverso, toma posesión del anverso y se instala mientras se diluye creando
formas que, a su vez, van transformándose en letras sobre el vidrio donde ahora
se lee:
«Si te he visto no me acuerdo»
Paula se desplomó contra las
losas del suelo. Cuando los vecinos echaron en falta sus idas y venidas a la
escuela y entraron en su casa, la encontraron en el piso con la mirada perdida,
apuntando con su dedo índice hacia el cristal.
Por fin se cumplía el rosario
vecinal que por sus cuentas había desgranado la frase repetida sobre la
conveniencia de que Paula debería abandonar su actividad para dedicarse al
descanso.
Ahora recluida en un centro
para afectados de afasia, asistida por profesionales, intentaba aprender las
vocales…luego las consonantes…así hasta llegar a formar la frase:
«Si te he visto no me acuerdo»
En los oídos de Paula
resonaban las frases de los integrantes atrapados en la caverna de Platón.
Hay que ver, que la mayoría hablamos sin tener nada que decir y quien de verdad debe decir algo, y ser escuchado, al final no puede. Hay lesiones y lesiones.
ResponderEliminarTodos tenemos en mente alguien al que nos gustaría premiar con un estado afásico permanente. Es una lástima que la magia funcione a su libre albedrío. Gracias por comentar, David. ¡Saludos!
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