ALGO HUELE A PODRIDO

A causa de un incidente de esos que en principio no parece que vayan a causar mayor problema, Adelina, había perdido parte de su sentido olfativo. Pese a esa disminución olfatoria, aquel olor llegaba escandalosamente hasta su nariz, se colaba por las rendijas de la casa, y activó todas las alarmas de su cuerpo, puestas a funcionar con la precisión que un hilo conductor eléctrico no habría superado.

No podía saber, por el momento, ni de dónde ni cuál era el origen de semejante fetidez; se encaminó hacia la puerta del apartamento; al abrirla, una nube gaseosa la empujó hacia adentro, como conminándola a no asomar el cuerpo, como si con el empujón estuviera mandándola un mensaje de: «Quédate quieta, no te muevas, no respires». Dentro de casa iba acumulándose poco a poco junto con el olor, una neblina suave, todavía, pero que en el transcurso de las horas fue tomando forma de nebulosa gris, imposibilitando con ello los movimientos de un lado a otro de las diversas estancias sin peligro de «comerse» una pared, una silla, una mesa…

Adelina no se atreve a abrir la ventana, so pena de ser alcanzada por aquel hedor asqueroso, asfixiante y desestabilizador, por desconocido hasta el momento.



Desbordada ante la situación, con el miedo agarrado a las tripas, se vistió, cubrió con un largo echarpe cada partícula facial, bucal y craneal. Se encaminó a la calle pensando que, si en casa no podía respirar, no podría ser peor la situación al aire libre. Pero el aire no era libre. No había aire, solo nubes negras soltando su negra lluvia sobre cabezas huecas sin vestigio de inteligencia. Caminó tratando de no pisar los charcos negros humeantes, emisores de la pestilencia que inundaba la ciudad hasta darse con un edificio desvencijado en cuya puerta principal había un gran cartel que anunciaba




Con la realidad estrellada en la cara dio media vuelta. Subió a lo que hasta ese momento había sido su refugio. Del armario que colgaba sobre unos despostillados azulejos en el oscuro y antiguo baño, dormía el sueño de años un frasquito mágico que nunca llegó soñar con utilizar, pero, que la visión al ver la urna de cristal en aquel edificio, sumado al cartel anunciador de la tragedia que se avecinaba y, cuyo comienzo estaba tomando forma bajo el tufo que todo ello desprendía, sin pensarlo más lo descargó en el gaznate.

En su vuelo no era la única pasajera. Cientos de rostros, extraños unos, conocidos otros, acompañaban su ascensión hacia una nebulosa con olor a azahar.






















Comentarios

Cuentos chinos

CÍRCULO SUSPENSO

LA HUIDA

LIENZO EN BLANCO

SILENCIO

UNA LUZ INQUIETANTE

EL FINAL SOLO ERA UN NUEVO PRINCIPIO

TALASO

CASTILLOS DE AIRE

¡CÓMO NO SE ME OCURRIÓ A MÍ!

EL OJO DE LA CERRADURA