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LA REBELIÓN DE LAS REMOLACHAS. UNA FÁBULA, UN CUENTO CHINO Y UN TONTO MUY TONTO

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Aquella mañana en que como cada día el sol estaba despegando por el este, Edelmiro tomó sus aperos, los cargó sobre Cadalmiro, su pollino, y, enfiló cuesta arriba hacia el campo de su propiedad. Ya de lejos medio divisa una sombra apostada contra el mojón que señala el límite de su finca. A medida que va acercándose se frota los ojos de los que cae una legaña que piensa es la culpable de la visión que tiene ante él. Un señorito con pintas de querer guardar su apariencia, disfrazado de campesino de salón, está apostado contra el cantón. Edelmiro haciendo gala de esa férrea educación castellana se apresta a dar los buenos días mientras hace una radiografía del pollo en cuestión. —¡Buenos días, buen señor agricultor! —Comenta el engominaó. —Buenos son, si no viene nadie a joderlos. —Contesta Edelmiro. —Y, ¿podría decirme que es lo que tiene aquí plantado? —Remolacha es, o será cuando tenga a bien brotar. Y, ya puestos ¿Quién es usté y que hace aquí? Porque del pueblo no es, y

TENGO GANAS DE VOMITAR

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Benita ya no sabía qué hacer con su hija Berta. Berta, llevaba vomitando desde el día en que abandonó la cuna, en una desesperante y agotadora propulsión de materia líquida, inundando la casa con una capa gelatinosa que Benita no conseguía ya eliminar. Esta se adhería al suelo, a las paredes, al techo en ocasiones, formando caprichosos trampantojos cual antónimos de arte. Benita comentaba el caso con su amiga Adela, aposentada en Suiza desde que terminaron la universidad; se había casado con un médico suizo que aterrizó de Erasmus por estos lares. —Estoy desesperada Adela, de verdad que ya no sé qué hacer. Ningún médico ofrece solución a lo que sea que le esté pasando a Berta…ella está exhausta de tanto vómito, y yo, derrengada ante tanta excreción.   —Hablaré con Nico, seguro que él conoce entre sus colegas a alguien con conocimientos de casos parecidos. Te llamo y te cuento. Según pasaban los días Benita se iba impacientando cada vez más en la espera de una respuesta que an

VIAJE AL FIN DEL MUNDO POR UNA AUTOPISTA NEURONAL SIN MAPA

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«Un viaje al infinito». Había titulado para sí la aventura a la que iba abocarse una vez hubiera terminado los innumerables trámites que se necesitaban para el viaje que le llevaría diez mil kilómetros desde su origen hacia lo que a él se le antojaba como el final de la tierra. Llevaba años programando el periplo para el que siempre encontraba un motivo de aplazamiento. Pelayo Turismundo Sobarbe, aterriza recobrando la paz al fin, porque hubo más de un momento en el que pensó que no saldría vivo de ese montón de hojalata al que llamaban avioneta. Tomó tierra en lo que eufemísticamente los lugareños han bautizado como aeródromo, pero que en realidad es una senda de barro y arena con puertas a una gélida llanura. Carga su macuto mientras atraviesa cientos de kilómetros de suelos helados por aquella estepa hasta hoy oculta y desconocida para él. Desde niño fue espantadizo, aunque lo que más miedo provocaba en él era lo que recorría sin parar su cabeza formando elipses en bucles de

CORAZONADA: «EL HOMBRE QUE OLVIDÓ TODAS SUS CONTRASEÑAS».

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Ptolomeo ordenaba sus papiros con primoroso cuidado. Tenía registrados en las estanterías de su biblioteca más de diez mil, según cálculos, papiro arriba papiro abajo. Para facilitar la tarea de dar con el que quisiera consultar en un preciso momento colgó de ellos una etiqueta definitoria del contenido, etiqueta que todo hay que decirlo, duraba lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Bastaba una apertura de puerta para que el despliegue volandero formara una nube de papel. Ni que decir tiene si el descuido era abrir una ventana, aquello quedaba convertido en un terremoto plieguecil. Cada vez que esto ocurría debía empezar de nuevo a etiquetar estantería por estantería. A raíz de este desafortunado hecho sus ídem comenzaron a amanecer del color de la plata, que a su «querida» Cleo, más que alertarla sobre lo poco o nada atractivo que estaba siendo el paso del tiempo con su «querido», lo que hacía era provocarle un dolor de cabeza peregrino; para mejor decir el ficticio dolor «p

HOJAS MUERTAS

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Arrastrados pasos retumban entre la hojarasca invernal. Pasos a tres pies, a cuatro. Pasos derrumbados, sin rumbo, en busca de destino; sin destino final. Pasos perdidos. Pasos nebulosos que el viento empuja y alimenta, y cobra para sí un nuevo inmolado.   Pasos desandados. Inmortales pasos, que buscan refugio en la libertad del sueño …   * La imagen pertenece a Remedios Varo: «Camino Árido», 1962. Vinílica/Cartulina.

SACRILEGIO

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La irreverencia de Manuela solo era eso: irreverencia; por más que sus convecinos lo tildaran de sacrílego. Desde que en una procesión de semana santa a la que ella no acudía, pero que veía desfilar a través de su ventana, quiso la mala fortuna que le acompañara la ocurrencia de echarse a reír al ver pasar aquel séquito de damas enlutadas sosteniendo para sí o contra sí un enhiesto cirio, como si la poca luz que emitía la vela fuera una metáfora de su sin saber. A Manuela todo esto le sonaba a circo y para ella lo irreverente era el ataque y la profanación que con ello se hacía hacia la inteligencia de otros seres, esos, los que no eran proclives a tales procesiones ni manifestaciones. Como quiera que la historia lleva sus propios procesos y el universo se confabula en su ayuda, ocurrió que llegando a su casa con el cántaro apoyado en la cadera que venía cargando desde la fuente, vino a tropezarse con el cura, figura de relevancia y sometida a reverencia por aquellos lares y época.

CUENTOS DE MEDIANOCHE

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Una noche cualquiera de un día cualquiera en un momento cualquiera de una existencia anodina cualquiera. Alfredo, cerveza en mano, apoltronado como un cojín viejo sobre el descolorido sofá, miraba sin ver la pantalla aposentada sobre una irregular mesa que el mismo había construido con unas cochambrosas cajas de madera recogidas a los pies de un contenedor. Nada destacable; sus míseros días eran calcados, sin sorpresa alguna y carentes por completo de emoción… Pero —esta conjunción adversativa se inventó para joderlo todo—, aquella noche, una más, otra más igual a las anteriores, algo, vendría a trastocar su «apacible» existencia. Agarró el bote de cerveza como el que se agarra a un bote salvavidas, propinó el último trago, lo dobló hasta convertirlo en un acordeón a la vez que lo lanzaba contra la papelera del rincón sobre la que siempre rebotaba sin conseguir el enceste. El minutero del reloj seguía su camino, impertérrito, nada era capaz de interrumpir su ritmo… ¿Nada? Un

EL LAMENTO DE LA SÚPLICA

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Hay algo en la súplica de desprotección en aquel que la practica. El miedo se adueña del ser suplicante y baila con él un minué en un estanque helado que se resquebraja al mínimo contacto.  Detrás de los ojos del implorante habita escondida una súplica silenciosa por miedo a que la claridad desvanezca el propósito primero. Suplicar es rendirse ante el enemigo invisible que ostenta el poder. La súplica lleva el incombustible disfraz del miedo que no es otro sino el de un bajo amor a sí mismo. Hay quien suplica amor como si estuviera pidiendo unos zapatos nuevos para presumir en la feria. Hay quien simplemente suplica por un techo y un plato de comida: estos han perdido el miedo; el miedo quedó engarzado en la imperante necesidad del subsistir. La tabla del debe y el haber ha de contener un equilibrio. O mejor: un desequilibrio en el que, el debe, gane en esta ocasión al haber. «Debo todas las suplicas de cien años de existencia por no haber suplicado ni cuando quizá, solamente

RENACER

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Subtítulo: «DEL MOSQUITO COJONERO Y OTRAS VIDAS QUE RECORDAR NO QUIERO».   Queridos reyes magos de oriente, occidente o del polo norte, que yo no soy exquisita a la hora de elegir, conque hagáis vuestra magia, a mí, me vale. Al final de la carta encontraréis varios adjuntos que he estimado imprescindibles para dejar constancia de que lo que expongo es verdad y no excusas para obtener mis deseos. Lista de archivos adjuntos: —Certificado de penales. (Libre soy de toda culpa). —Certificado de buena conducta. Este, redactado por mí misma, porque quién mejor que yo para saber cómo me he comportado y me comportaré por los siglos de los siglos. —Certificado de estado físico y psicológico. En el que podréis comprobar que aquí también estoy libre de pecado, vamos, que de momento gozo de buena salud. Iba a adjuntar uno que reza sobre mi buen talante a la par que simpatía, pero este, redactado por amigas he convenido que no era demasiado conveniente. Las amigas siempre mienten, si te quieren: más