LA REBELIÓN DE LAS REMOLACHAS. UNA FÁBULA, UN CUENTO CHINO Y UN TONTO MUY TONTO
Aquella mañana en que como
cada día el sol estaba despegando por el este, Edelmiro tomó sus aperos, los
cargó sobre Cadalmiro, su pollino, y, enfiló cuesta arriba hacia el campo de su
propiedad. Ya de lejos medio divisa una sombra apostada contra el mojón que
señala el límite de su finca.
A medida que va acercándose se
frota los ojos de los que cae una legaña que piensa es la culpable de la visión
que tiene ante él.
Un señorito con pintas de
querer guardar su apariencia, disfrazado de campesino de salón, está apostado
contra el cantón. Edelmiro haciendo gala de esa férrea educación castellana se apresta a dar
los buenos días mientras hace una radiografía del pollo en cuestión.
—¡Buenos días, buen señor
agricultor! —Comenta el engominaó.
—Buenos son, si no viene nadie
a joderlos. —Contesta Edelmiro.
—Y, ¿podría decirme que es lo
que tiene aquí plantado?
—Remolacha es, o será cuando
tenga a bien brotar. Y, ya puestos ¿Quién es usté y que hace aquí? Porque del pueblo no es, y yo no lo he visto
en mi vida. Tampoco sé si pregunta por curiosidad, interés o ganas de joder…
—¡No se impaciente buen
agricultor! Solo quiero interesarme por las cuestiones labriegas y ganaderas de
esta ancha y larga estepa castellana. ¿Puedo hacerle otra pregunta?
—Dispare. —«Este tío me está
hinchando las pelotas».
—¿Con qué frecuencia se deben
ordeñar las remolachas?
—Tres veces al día. —Contesta
Edelmiro que para entonces ya tiene más que radiografiado al individuo.
—¡Ah! ¡Mucho trabajo!, ¿Verdad?
¿Tiene usted quién lo ayude?
—¡Qué va! Pero ni caso; es
agarrar un cerro detrás de otro y en menos que se persigna un cura loco está
hecha la faena.
El pisaverde henchido de estulticia, toma nota y abre la boca con la
intención de largar otra diatriba, pero Edelmiro que es con mucho más rápido
que él lo ve venir y lo para en seco.
—Mire usté, me importa tanto como el mojón de la entrada lo que coños
haya venido usté a pintar aquí. Yo
tengo trabajo, tengo faena hasta que se ponga el sol, así que, pá lo que no tengo tiempo es pá perderlo con un lechuguino como usté. Tire pá’lante, pá’tras o pá ande quiera y déjeme con mis cosas que
me parece a mí que es usté más tonto
que el que asó la manteca ¿No sería un primo suyo?...
Edelmiro se hubiera reído a
gusto, pero es que el gomoso le había puesto de mala hostia. Agarró el azadón y
enfiló hacia el sembrado. El currutaco se quedó allí con dos palmos de narices
sin saber qué hacer, no se atrevía a seguir a Edelmiro porque en el fondo solo
era un cantamañanas cagón.
A unos pocos metros asomaba la figura de una granja.
—«Me acercaré a ver si allí tengo más suerte».
No contaba el figurín con
que se había corrido la voz de que por la comarca vagaba un petimetre con
pretensiones de engañabobos. No contaba tampoco el dandi con que aquella tierra
estaba poblada de gentes inteligentes, con una filosofía capaz de dar lecciones
a los más afamados pensadores griegos.
Llegado al lugar que ocupaba en la urbe, el engominado se dedica a relatar su periplo con la ayuda de nuevas tecnologías, falseando el contenido de una excursión fallida. Y mire usted por donde que hasta la tecnología se revela y cada vez que intenta teclear una mentira, de la pantalla brota la imagen de Edelmiro gritando:
—¡Vete a la mierda, só cansino!
—¡Hasta las remolachas se me rebelan! Acabaré solo, hablando con mis gatos. —Piensa para sí.
Un gato telepático
observa la escena y huye escaleras abajo.
Mientras, en los campos castellanos,
las remolachas están bien, se encuentran en perfecto estado y van brotando al
cuidado de las manos y los ojos de Edelmiro Platón de Mileto.
Si es que en el pueblo, las relaciones sociales son otra cosa. :))
ResponderEliminarSe dan de forma espontánea, de la misma forma y con toda la naturalidad se frena en seco a según que personajes. ¡Saludos!
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