OCTUBRE
Comienza octubre, un otoño
cargado de promesas. Hay en cada inauguración estacional como la esperanza de
un comienzo de expectativas a cumplir; sueños que solo en el transcurrir de
cada temporada veremos reflejados o no.
No es una estación alegre, es
como si todo muriera para renacer…el pacto de que en primavera todo ha de
volver a brillar; la promesa de que el conjunto es mutable, que nada permanece
y, en ese transcurrir por días grises y oscuros, detrás de todo eso, se adivina
un sol que llegará y traerá otros comienzos, otra vida, otro sol.
Así un trimestre tras otro
vamos encadenando sueños y esperanzas siempre a la espera de un sol que nos
redima y nos de alcance, capaz de mudar tristezas. Esas lágrimas que hacen
juego con la lluvia que inunda el interior sombrío de los días invernales,
mirando al cielo en súplica constante, pidiendo clemencia.
No dejes que el invierno mate
la esperanza de un sol prodigioso, porqué este estará presente siempre, por más
que en tus días grises no logres adivinarlo. Otoño, camino de primavera, esa
impenitente que no debes dejar de percibir, por más difícil que resulte de
vislumbrar entre nubes.
Las nubes pasan, el cielo se
abre mostrando una luz a través de nuevos caminos que no debemos repudiar. En
cada paso que damos, en todos ellos, está implícito el descubrimiento de algo
desconocido.
Andar, andar y andar…para
encontrar, para perderse.
ELEGÍA
DE OTOÑO
«Las
hojas del otoño flotan sobre tu brisa
y
caen en el estanque solitario del alma.
Un
dolor de ser otros parece que nos pesa
como
unas rotas alas.
(Acaso
nunca el hombre es él mismo.) Escuchamos
la
voz honda del tiempo, la palabra
del
tiempo que en los labios cobrizos del otoño
pone
su dejo antiguo, su amarillez, y pasa.
Escuchamos
el tiempo pasar: es un rebaño
invisible
que pisa por la hierba mojada;
es
una larga ronda de vientos tañedores
entre
las flautas rojas de las ramas;
es
una herida queja de líquidos metales
por
fugitivos corazones de agua.
Escuchamos
el tiempo y apretamos los párpados
y
sentimos el tiempo en nuestras lágrimas.
El
otoño que arde con su lumbre de gloria
presta
a las cosas luz misteriosa y dorada;
toda
la tierra tiene una triste hermosura
como
una dulce evocación de infancia.
También
otoño el corazón nos dora
y
sus hondos paisajes nos enciende en el alma
y
nos sentimos tiempo transitando, fundida
nuestra
amarilla cera en las hermosas brasas.
Caminamos
pisando un corazón de hojas.
Pisando
lentamente una esperanza.
Y
miramos al cielo. Y abatimos la frente.
Y
decimos: -Mañana».
—LEOPOLDO
DE LUIS—
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