LA ESCALERA
Los pasos en la escalera ponen
a funcionar todo su ser. En su interior, grabados, pasos antiguos, como en la
memoria de un ordenador imposible de resetear, traen hacia ella el desasosiego
de un pretérito convertido en presente cada vez que cruje un escalón en esa
escalera de madera y penitencia. Sube a duras penas entre olores cutres de
cocinas pobres, delatadoras del vivir de esa mal llamada «clase media», que con
la más insidiosa inquina y una voluntad férrea adorna la vida de toda una
comunidad.
A menudo piensa que habría
sido de vivir en otro lugar, en otra casa, habitar otra vida…los hilos que
manejan su existencia se rompieron en la tormenta del miedo a no saber
gestionar sus gustos, sus deseos, a desear en silencio o peor: a no desear.
Lleva años lamentándose por ello, sin hacer nada, sin mover un dedo, tratando
de acallar su lluvia interior con la insistencia de una vida anodina.
Cuando vio por vez primera
aquella escalera sus vísceras saltaron a la comba. «Ni loca me meto en este
agujero». Treinta años después sigue escuchando cada crujir de los escalones.
«Tengo que pensar. Necesito una idea, una idea para escapar de aquí. ¿Huir al
campo? una casita en un pueblo abandonado. Eso estaría bien. ¿Me habituaría a
vivir en medio de la nada? ¿Echaría de menos el ruido de los peldaños? ¿El olor
apestoso de las verduras que se cuela por cada rendija de mi casa?
La escalera chirría. La
escalera es la cima a superar cada día. La escalera hacia los confines sin fin.
La escalera un día desaparecerá y el mundo será otro…
En cada crujido late un
pensamiento: la idea de largarse. Pero no, pasa como un vendaval y el terreno
queda de nuevo en barbecho.
Iba y venía de un pensamiento
al siguiente tratando de racionalizar lo que hasta aquí, solo eran para ella
pensamientos cargados de sinrazón.
Un acontecimiento inesperado
acabó con todas sus incertidumbres. La noche del cinco de abril de mil
novecientos…un «salvador iluminado» aprovechó la obscuridad; con una lata de
gasolina y mechero en mano, inició la falla que pulverizó el edificio entero.
Sin ideas, ya no hacían falta.
Todo quedó reducido en su cabeza. El ruido paró. Ya no necesitaba pensar,
obsoletas quedaron entre cenizas las buenas ideas que nunca puso a funcionar.
Alguien había resuelto por ella.
«Una idea, sino buena, al
menos redentora». Fue su último pensamiento a falta de un plan genial que ella
no tuvo y, que la hubiera salvado de la quema.
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