CUENTOS PARA DESCREÍDOS
No
encuentro una floristería abierta a estas horas ni aunque me encomiende al «santo
santoral sanctórum».
Una
vez más se olvidó del calendario, habida cuenta de que estaba tan repleto de
festejos y onomásticas que, no conseguía
ver un día libre ni por asomo.
La
vida es aquello que va dando saltos de celebración en celebración. No queda
tiempo para más. Haced la prueba del calendario y podréis comprobarlo. Todos los
meses con sus círculos rojos. En plena celebración de lo que sea, se está
gestando la próxima; no hay descanso para los guerreros antiboato.
¡Una
luz en la esquina! ¡Qué sea una floristería!, ¡Qué sea una floristería!…
Miedo,
un profundo miedo de no estar a la altura de una sociedad pacata, remilgada y entontecida
por miles de luces, que con sus destellos, han hecho desaparecer el brillo de
las ideas.
Enarbolando
un gran ramo como bandera tocó el timbre. Silencio. Volvió a timbrar: silencio.
En la tercera llamada se escucha un taconeo acercándose a la puerta.
—¡Ah!
¿Eres tú? No te esperaba
—Quería
encontrar el ramo más bonito de…
—No
deberías, estoy cansada —agarrando el ramo como quién toma una coliflor—. Mañana
hablamos. Buenas noches.
Con
cara de «nosesabequé» permaneció pegado a la puerta, cerrada en las narices.
De
dentro hacia fuera corrían risas y tintineos de copas.
—Debería
haberme quedado con el ramo y haber esperado a S. Fermín.
Muy bueno. La verdad es que tendría que haber esperado.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios. La espera creo será larga...Saludos!
Eliminar