LOS SILENCIOS DE PÍO
La casa azul con jardín
japonés, mayordomo uniformado y doncellas encofiadas; rodeada de calles
impolutas y céspedes verdes como la vergüenza. Todo ubicado como en una
película de amor y lujo para una vida en la que no cabía ni lo primero, ni a
veces, lo segundo.
Berta sentía una molestia sin
tregua de origen desconocido o ignorado a voluntad. Cada mañana desayunaba
junto a Pío. Pío, hacía honor a su nombre.
—«Yo, ni pío».
No fuera a ser que las
palabras le atragantaran la renegrida tostada y la magdalena más dura que sus
pensamientos.
De camino al trabajo, en el
habitáculo lujoso de cuatro ruedas: silencio. La tortura diaria iba dejando un
poso al que ninguno conseguía dar salida. El universo que a veces se equivoca
—mucho— juntando seres de distintos planetas que poco o nada tienen en común,
desemboca en tragedias dormidas que van minando la esencia de seres con la
pretensión de otras vidas.
Berta no duerme desde hace
meses.
Pío, calla ojiplático hasta el
pitido zumbón del aparato que domina la vida de todo un rebaño a lo largo de
lustros, hasta el día en que se queda mudo y ya no hay nada que hacer.
Berta, vive empastillada.
Pío: ni pío. Mudo espectador
de esta tragicomedia que interpreta versión «spanish
show». Una mala comedia, unos pésimos actores perdidos en un escenario
gris.
Pío, intenta un ensayo de
abrazo. Sus brazos de marioneta, caídos, arrugados, de trapo… mientras, Berta,
esquiva la tentativa.
No hay paz para estos dos
guerreros. La paz vive en mundos divergentes.
Para Berta, Pío, era como un
shock anafiláctico. Era verle y, todo su cuerpo reaccionaba como el de un mono
cubierto de pulgas.
Entretanto, Pío: ni pío.
Este aprendiz de «borjamari», no lograba sacudirse el
polvo de la dehesa; identidad verdadera que él trataba de esconder bajo trajes
caros, carísimos, italianos, franceses…alta costura para baja impostura…no
había nada que hacer.
—Un pijo con pretensiones de
señorito al que solo le falta la boina. —Pensó casi en voz alta Berta.
El silencio mata. El silencio
es una bomba atómica de alcance espectacular. Para cuando Pío recuperó su
función «foneticoparlante», Berta ya
no era, se había fugado con un triste —otro— de la macroempresa dónde un día encontró
el mismo destino repetido hasta el infinito. Las elecciones de quién no sabe
elegir o elige siempre el mismo conflicto.
A lo lejos se escucha una
canción:
—«El
mar es azul…azul…verdes colinas…ríos cristalinos…»
—«Definitivamente me retiro a
un monasterio donde las normas de silencio impidan comunicarse». —Susurró
Berta.
Y se largó a una fortaleza en
los picos de vaya usted a saber qué región escondida. Dejó al triste más triste
de lo que en origen era. A Pío: ni pío…
Cuando la noche dejó de ser
noche y vino el día, y en el albor todo reluce…ni Berta era ya Berta, ni Pío dijo
ni pío…marionetas que el universo mueve con sus maquiavélicos hilos…
La noche de los tiempos tiene
amaneceres que no aclaran nada...
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