VIAJES ASTRALES
La noche inmensa, la espera
larga. Largos pasillos circulares en un aeropuerto de tercera. De repente, un
fulgor, dos truenos y tres rayos, y el movimiento ondulante de unas caderas
acompasando la tormenta que se avecinaba. Eran las tres de la madrugada,
llevaba siete horas pegado al asiento de plástico en el hall gris y frío de
aquel enclave estepario.
Un «frú-frú» se acercó por su flanco derecho, fue como una revelación.
—«El
amor o se presenta así, o mejor, dejarlo pasar».
No era su figura, no era su cara, no eran sus
piernas perfectas y largas, era el halo que despedía todo su ser…con los
auriculares puestos, parecía la esencia de otro planeta.
Un pitido seguido de una voz
chillona anunciaba que el vuelo al fin, por fin, estaba listo; la tormenta
amainaba, hubo un murmullo de comentarios admonitorios de sorpresa, de ruido de
maletas, de sonrisas agazapadas tras rostros de miedo.
Pasado el control, subida la
escalera, y alcanzado su asiento en el pájaro, a su lado y para su sorpresa
como compañera de vuelo tomó asiento la «Revelación».
Quería hablarle, pero, tenía la absoluta seguridad de que si abría la boca en
ese momento solo emitiría ruidos guturales. Embobado, absorbido por la
aparición, perdió el control sobre sus pensamientos, solo podía mirar, solo
podía sentir aquello que jamás se había cruzado en su camino. Deseaba que el
vuelo durara toda la eternidad. Mientras, la revelación sacó de su portapapeles una libreta negra y una pluma,
con mano firme y gesto elegantemente obsceno garabateó: —«El amor imposible es el más posible de todos. Lo demás no deja ser
una vulgaridad».
Él, observaba, creyendo no ser vigilado, pero
su compañera de asiento lo veía todo, todo, todo…sin mirar, sin pestañear, como
ausente, estaba presente en cada movimiento de todo lo que la circundaba.
Que la azafata se acercara con
el carrito de los helados, vino a salvarlo de una situación que él no sabía
vencer. La escena dio pie para que a la pregunta de la aeroservidora sobre si querían tomar algo, interpretando que
viajaban juntos…él, tartamudeando intentó explicar de mala manera que no, que
no se conocían, pero que estaría encantado de invitar a la «Revelación» y de hacer las correspondientes presentaciones…
—Hola, mi nombre es M. es un
placer compartir espacio con Vd.
—Mi nombre es Reve. De momento
no siento placer alguno.
La respuesta le dejó mudo del
todo. Ahora sí que no sabía cómo continuar con lo que para él —así lo sentía— era
el amor imposible de todos los amores posibles que hubiera podido soñar.
La noche larga, el vuelo
bacheado, la mente a mil revoluciones.
Un altavoz chirría, la voz
anuncia de forma robótica y maquinal la próxima tomadura de tierra en el país
del sol, las montañas y los mares…
Abrió los ojos al compás del
rayo de sol que se colaba por la ventana. La tormenta había desaparecido. La
figura que ocupaba el asiento contiguo, también.
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