CON PLUMAS
Cuando despertó aquella mañana
a su loro lo habían nombrado subsecretario de asuntos exteriores.
No sabía muy bien como encajar
aquello. La envidia corroía hasta el último rincón de sus entrañas. En su
cabeza cruzó como un destello la idea del suicidio. Fue algo fugaz que
despareció como había llegado.
Comenzó a toser; primero una
tosecilla leve que, poco a poco, se convirtió en tos perruna. Temblores,
sudores y un acompasar de escalofríos removieron toda su estructura.
—Es la envidia. Seguro. Mala
compañera. Pero, ¿acaso debo alegrarme por el nombramiento de este…de este…?
Le agarró una tiritera que a
duras penas permitía dar un paso para llegar a cobijarse en su maloliente
colchón…En estado tan lamentable creyó oír al loro.
—¡Te jodes! Nunca podrás
alcanzarme, en ningún estadio de tu miserable vida…
—Estoy alucinando. Es la
fiebre…aquí no hay nadie…el loro se ha marchado a tomar posesión de su cargo…
Había escuchado bien. No era
una alucinación producto del batallón vírico que había tomado su cuerpo.
La voz que provenía de una
radio, que desde el patio interior se colaba por cada planta del edificio, daba
estadísticas de infectados, muertos…en coma…en punto y coma…
—Nos engañan como a
chinos…primero nos engañan los chinos…después la tortilla se vuelve del revés y
son ellos los engañados…
Al final del pasillo el loro
con sus condecoraciones, cantaba: «Sufre,
mamón…ahora soy el que impone las reglas…»
La televisión seguía con su
cantinela: setenta y cinco muertos, doscientos contagiados sin especificación
clara…
—Si hay una población de dos
mil millones de chinos…nos están engañando como a ídem…—reflexiona el loro.
—«Se
ha detectado —tras varias pesquisas— el origen de la pandemia. Un loro que
llegó para visitar a un pariente, traía en su pico el virus que se propagó por
todo el mundo. Los únicos no afectados eran la familia de las psitácidas». —Periodista
en las ondas.
A partir de ahí, el mundo se
pobló de parlantes que no decían nada…nada que invitara a pensar que de ese hecho
hubiera surgido vida inteligente…
Las fábricas de «tapapicos» emiten mil quinientas
unidades por segundo. Ni por esas consiguen cubrir la demanda.
De pico en pico el virus salta
y, se comunica a la velocidad de la luz. Tapar el pico a los parlantes no consigue
silenciarlos.
—Pásame el tapapicos.
—¡Toma, imbécil! a ver si eres
capaz de silenciar toda la morralla que llevas dentro.
Las ondas radiales siguen con
el rosario de cuentos chinos para residentes locales y foráneos. Nadie se fía
de nadie, se observan por el rabillo del ojo tratando de esquivar el escupitajo
aleatorio.
La máxima de Emily Dickinson:
—«La esperanza es esa cosa con
plumas», viene a confirmar que el estudio de según qué certezas no está
convenientemente instruido.
El mundo fue desde ese punto
un carnaval de plumas y parlantes que no decían nada. Nada de nada.
Nota de prensa:
—«El
Ilustrísimo Subsecretario de Asuntos Exteriores acaba de anunciar que de «ésta»
solo se salvan los emplumados».
Sabido es que la esperanza es
esa cosa con plumas…
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