HASTÍO


El balneario literario de difícil acceso, conocido por ese nombre gracias a los círculos frecuentadores de aquellos establecimientos, creados para una élite a la que los comunes de los desgraciados no tenían acceso, coronaba la cumbre de una colina a la que se llegaba por un serpenteado camino que conducía en cuesta hasta la tierra prometida.

Caminaba sumido como siempre en su monólogo interior, para no molestar ni ser molestado. Cámara en ristre; con cada toma trataba de grabar en su memoria y en las venideras un paisaje que a través de los años acabaría por desaparecer. La tierra estaba cansada. El fotógrafo literario, rendido. No había cabida para la paz en el monólogo intrínseco. En aquella cuesta que aterrizaba de mala manera ante las puertas azules de una gloria inventada, revestida de tules, no aguardaba nadie ni nadie era esperado.

La tierra estaba cansada.

Cientos de fotos color sepia en una caja oxidada dormían los sueños fantasmagóricos de un siglo que pareciera no haber existido.

Por entre los tules que adornaban cual guijarros las columnas medio derruidas se colaba el silbido de un viento delator:

«La tierra está cansada».



 











 

 

 



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