¿DÓNDE ESTÁN TODOS?
Como en el juego de la
gallinita ciega en un parpadeo perdió de vista al grupo con el que compartía, a
medias, entretenimientos…
Se habían propuesto jugar un
juego que en las redes aparecía como el top de la temporada.
—¿Y si nos perdemos?
—¿Y si no conseguimos volver? —Preguntaba
cagada de miedo Raquel.
—¿Y si aparecemos en un mundo
molón, molón…? ¿Qué? ¿No te «molaría» más que seguir en este de ahora?
—¡Tú y tus tontás, como siempre! ¿¡Qué mundo ni qué mundo imaginario!? Mira,
yo me piro a casa, esto no me gusta nada.
Raquel de camino a casa va
pensando sobre su forma de afrontar los retos. Es miedosa sí, pero algo dentro
de ella hace clic cuando se aproxima
el peligro. Se mete en la cama; incapaz de apagar la luz para evitar que la
rodeen los monstruos que habitan la oscuridad. El sueño poderoso vence su
resistencia a cerrar los ojos y cae en un profundo sopor.
—¡Raquel! ¡Por el amor de
todos los cactus! ¿Estás muerta? ¡Tú móvil lleva sonando más de un cuarto de
hora! …—Grita la madre que entra como un miura en su habitación, despertándola,
haciendo que pegue un salto en la cama del cual casi alcanza el techo.
—¿Estás loca? ¿Cómo se te
ocurre esta forma de despertamiento? De verdad que a veces pienso en la
valentía necesaria para ser capaz de vivir en esta casa…un día desaparezco y no
vuelvo más…
El grupo seguía reunido. Sentado
en corro habían encontrado en un claro del parque un rosetón de setas. Ni
cortos ni perezosos se las echaron al gaznate…lo que pasó después no sería
capaz de relatarlo ni el periodista más avezado. De la iniciación del viaje y
el recorrido del mismo, no se tienen datos hasta el aterrizaje en una
desconocida isla que, por su cualidad, no figuraba en los mapas. Cuando se
vieron en el lugar, lejos de todo, de todos, no experimentaron sensación alguna
de pérdida, y sí, una alegría indefinida que no habían conocido hasta entonces.
El primer resorte que se
accionó en ellos no fue encontrar comida, cobijo…sino explorar el islote que,
así, en un primer registro, parecía más grande de lo que en un principio
llegaron a creer. Llevaban más de media hora de caminata cuando en un montículo
recubierto de musgo divisaron lo que en principio parecía una puerta. Decididos
a cruzar al otro lado y descubrir qué era lo que se escondía detrás de su
entrada se afanaron en abrirla, cosa que no parecía nada fácil; la entrada
sellada por siglos de inacción no ponía fácil el acceso. De repente un
estornudo de Mimi y la puerta sin emitir ni un tímido chirrido se abrió de par
en par…Regina encendió su mechero de laca rosa, y a la temerosa llama apareció
lo que ni en sus más remotos sueños hubieran creído encontrar en una ínsula
desconocida y hasta el momento, al parecer desierta.
¿Cómo había llegado todo
aquello hasta allí? Es posible que en otro tiempo la isla hubiera sido habitada
y a juzgar por el contenido de la cueva los moradores debían haber sido personas
preocupadas por esas cosas del ilustracionismo. Hileras de estanterías repletas
de libros, mesas con todo el arsenal necesario para la escritura…todo ello
intacto, como si el escenario hubiera sido preparado para recibirlos…
Pero ¿Esto qué es? Preguntaron
a coro mientras recorrían la caverna…hasta llegar al fondo en el que, colgado
de la pared aparecía una inscripción en madera:
«Habéis
llegado al sitio correcto. Este es el grupo de escribanos más creativo de la
historia de la humanidad. Sentaos. Es vuestro destino. ¡Escribid malditos!».
Llegados a este punto el
narrador se ve incapaz de describir las reacciones de cada miembro del grupo.
Resumiendo, mucho, mucho, mucho: «…y
fueron felices y sin comer perdices, reescribieron la Ilíada, el Quijote…Cien años
infinitos de soledad…y, en esa soledad, encontraron su camino: la escritura…»
«Tras
días de infructuosa búsqueda por tierra mar y aire del grupo de jóvenes
desaparecido en Cuestiolandia, se suspende la misma y se da por cerrado el
caso».
Raquel escucha espantada la
noticia que emite la televisión local. A ella, como siempre, la salvó el
silbato, ese que con un clic le
advertía del peligro que entraña el ser audaz; lástima no tener uno que le
dijera, más o menos, que la falta de actuación también es un peligro: el
peligro más peligroso de todos los peligros: ¡La inacción!
Desde luego, puestos a perderse, es el mejor sitio para hacerlo. Yo reescribiría a Bukowski y Thomas Pynchon.
ResponderEliminarCada escribiente con su respectivos...Gracias, David, por comentar. ¡Saludos!
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