UN JUEGO DE NIÑOS
Ella prepara la maleta.
El niño se acerca y deposita
su osito en la valija: «Para que papi duerma bien».
Ella, intuye la ausencia
impresa en cada objeto consignado.
El niño juega.
Ella, lo mira; por un momento
se ausenta de lo porvenir. Ella también quiere jugar a salir del escenario.
El niño deslumbrado por el arsenal de hombres desfilando quiere ir a jugar con ellos. ¡Divina inocencia! La sombra de la madre siempre alerta:
—«Niño, ¡Eso no!».
El niño no desafía el poder
maternal; el niño solo quiere jugar. En el futuro quizá comprenda —o no— el
juego de ese juego.
El poder de la mente desafía
al de la fuerza bruta. Mariposas que arrastran piedras contra la desdicha
mostrando una vez más que la fortaleza está en el querer y no en el poder.
He visto maletas vacías,
maletas llenas de vacío, vacío de maletas, y, maletas llenas de desesperanza,
pero nunca he visto una maleta que no incluyera en su interior un gramo de
ilusión, de esperanza en el viaje…
En ocasiones las guerras se
anteponen al campo de batalla, a los carros de combate, a las lanzaderas de
metralla. Hay batallas que comienzan en una maleta.
Fotos de bisabuelos,
tatarabuelos, desempolvados, adquiriendo una un protagonismo actual…el
manantial de sangre y polvo seco vuelve a brotar a través de escandalosos ríos
que recorren mapas borrados.
De lejos, acercándose, un
retumbar de sonidos con ráfagas luminosas.
—Mami ¿Son fuegos artificiales
para recibir a papi y sus amigos? ¿Hay fiesta? ¿Vuelven los soldados?
Acostumbrada a vivir bajo la
funda de la apariencia, sigue fingiendo la tranquilidad que un día naufragó en
un mar de despropósitos. Sonríe. Coge al niño y lo sostiene en volandas…y
sonríe, y dice qué tal vez, pero que han de esperar a mañana…y mañana es
nunca…y nunca es mañana…el niño corre tras la pelota desertora que va a parar
dentro del último charco conservado a resguardo del sol. Al recogerla una rana
ejecuta un salto mortal y va a dar con sus ancas extendidas sobre el regazo del
niño. El niño acaricia el barro depositado en la barriga del anfibio, recoge su
pelota mientras corre feliz hacia la casa.
—¡Mami! Mira, ¡Una rana!
¿Puedo quedármela?
La madre intenta una vez más
disimular su tristeza, sabe que no podrá conservarla por mucho tiempo, es
difícil tratar de conseguir que un animal de esa especie se deje domesticar.
Mientras, el niño ríe con las piruetas que hace la rana dentro del cubículo
donde la ha colocado.
Sentados a la mesa el niño
sueña con la fiesta que imagina: los fuegos artificiales. La madre, con la faz
convertida en careta sonriente, lo mira y susurra: mañana…
Mientras lo arropaba, iba
desgranando historias intencionadamente fantásticas que el niño daba por
ciertas. Le contaba que todo seguía vivo, que todo crecía detrás de ese visillo
mágico sobre el que ella fabricaba historias irreales. A veces, ella, deseosa
de aquel cambio llegaba a creer por segundos en la verosimilitud de las fábulas
imaginarias que le contaba a su hijo.
Mañana…
Y no hubo baúles en los que
empacar la miseria del mundo, solo viajes al infinito formado para la ocasión
de polvo de estrellas. No hubo retorno…el mundo precipitado por el camino de
ida hacia lo imprevisible, viaje sin retroceso.
Ella, fue anotando en su
diario los días de soledad y supervivencia. Miraba hacia la calle con el ojo
puesto en la infinitesimal largura; a veces, creía ver una figura acercándose
con la cadencia del paso cambiado, pero no…despertaba y la silla apoyada a la
mesa seguía vacía, los cubiertos y plato vacíos, la estancia llena de un vacío
que su imaginación no lograba llenar.
Y el niño jugaba, y el niño
preguntaba ¿Cuándo llega papi?
—Mañana. Mañana era nunca.
El día llegó para el niño,
despojándolo de su crisálida, a cambio, puso en sus manos un paquete de color
verdoso con olor a rancio, conminándolo a unirse al vigésimo quinto batallón
que representaba el número actual desde que un día viera desfilar al padre.
En la cápsula del tiempo ha
quedado incrustado el deseo de la vuelta nunca resuelta. En alguna parte del
cuerpo nace un hueco, como un compartimento donde duermen para siempre los
anhelos frustrados. Hay que llenar el espacio vacío con más vacío, con más
soledad acompañada.
Mientras, una mariposa sueña
haber vencido al elefante.
Triste historia, pero maravilloso texto Consuelo. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, por leer, por compartir. Dice el poeta: «Nunca es triste la verdad...lo que no tiene es remedio». ¡Saludos!
EliminarEs como si a veces, si no siempre, nos viéramos obligados a reescribir el pasado, una y otra vez.
ResponderEliminarSolo hay que mirar los acontecimientos del día a día. Es como si el universo hubiera fabricado una máquina del tiempo y hubiéramos retrocedido un siglo o dos...Gracias por comentar, David. ¡Saludos!
EliminarQue tristeza… La rueda del infortunio rueda y rueda, a veces pasa dos veces por el mismo lugar. Ojalá algún día termine con la paz de ese “mañana…”
ResponderEliminarOjalá nunca más guerras. Ojalá. Muchas gracias por tus comentarios. ¡Saludos!
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