UN PALACIO EN MEDIO DE UN LAGO

Los primeros casos de indisposición aparecieron sin previo aviso, tal es el caso de las enfermedades que aparecen de la nada y van tomando posesión del territorio donde aterrizan sin permiso, impúdicamente. El primer caso fue tomado sin conceder la importancia que el tiempo se encargaría de otorgar. Con frecuencia se piensa que será algo pasajero, anecdótico, que desaparecerá igual que vino. No solo no desapareció, sino que iba creciendo a través de los días, de tal forma que, al desgobierno de aquella latitud, no le quedó más alternativa que habilitar un recinto donde instalar a aquellos niños, porque la nueva enfermedad, desconocida para los galenos consultados, asombrados de que el mal solo afectara a los niños. Reunidos los mandamases en concilio, asomó la cabeza pensante –que no inteligente- del grupo, el cual creyó conveniente para el organismo, -que lo fuera o no para el acogimiento era cosa de segundo grado-, a ellos les venía importando de poco a nada las condiciones idóneas o no sobre el espacio elegido. El lugar en cuestión era un castillo cerrado hacía años, propiedad de un terrateniente que lo donó a la administración por no poder costear su intendencia. El consistorio envió un grupo de limpiadores que a lo largo de semanas dedicaron esfuerzos a la tarea casi imposible de convertir aquel antro en algo que pudiera ser medianamente habitable. Los descosidos en el tejado habían conformado una espiral de tragaluces iluminantes de las estancias en el último piso. Esta circunstancia por el momento beneficiosa, pues era verano, se convertiría en una trampa cuando llegaran el frío y las lluvias. Uno de los limpiadores puso en conocimiento del correspondiente cargo administrativo la contingencia. Una lacónica respuesta al problema planteado fue la que recibió el operario: «Hay tiempo, todo llegará». Pero no llegó…

Comenzó el traslado de infantes a las estancias de los primeros pisos; cuando ya solo quedaban libres los superiores, el problema de los socavones en el tejado tomó forma, a pesar de que las lluvias no habían comenzado, los agujeros permitían el paso hacia las habitaciones de todo tipo de aves, incluso reptiles que, cual Rajás, se acomodaban en los aposentos e incluso instalaban allí sus nidos.

Las madres podían visitarlos una vez al mes; no estaba permitido el acceso al interior por miedo a un posible contagio, poco creíble hasta el momento porque como ya se ha dicho solo afectaba a los infantes, por lo que se construyeron unas pasarelas desde donde y a través del cristal, las sufridas madres podían saludar a sus vástagos.





El conjunto de todas estas anomalías provocaba en los niños un estado de inquietud permanente en los que el miedo y la ansiedad se sumaban a su precario estado de salud, haciendo causa perdida una recuperación de por sí difícil.

El consistorio seguía sin intervenir para poner remedio a la situación. Ante tal dejación, un grupo de muchachos comenzó a organizarse, burlando la vigilancia a la que estaban sometidos se dedicaron a la tarea de buscar otra ubicación que les permitiera vivir, que les ayudara a superar aquella etapa otorgada en suerte.

Caída la tarde, con las últimas luces, se descolgaron hacia el patio trasero ausente de toda guardia, un descuido por parte de los cancerberos que no tuvieron en cuenta este lugar. Entre la vegetación que había ido creciendo gracias a la ausencia de todo paso por aquel lugar, medio se adivinaba lo que en otro tiempo debió ser un sendero, con plantas que sobrepasaban la estatura de los diletantes exploradores, el camino los conduciría a un escenario plateado que conformaba el lago ahora extendido a sus pies. Todo grupo que se precie tiene su héroe y su villano. Se acercaron con cautela, el héroe poniendo su pie dentro del agua, el villano intentando retroceder y conseguir que el grupo le siguiera. A pocos metros un reflejo indefinido emitía su reflejo en el agua. Podía ser cualquier cosa, desde un barco hundido con su proa apuntando al cielo, hasta un animal, una placa de hielo…un…una…

 

—La única forma de llegar es nadando. —Dijo el héroe.

—Ni locos entramos ahí…—Exclamó el resto.

Nuestro aprendiz de héroe se lanzó sobre el lecho plateado, alcanzó lo que desde la orilla era una sombra. Lo que allí perdía su anonimato para revelar su esencia era un palacio construido por quien sabe quién ni con qué fin. Entorno a estas edificaciones se multiplican las historias fantásticas, casi siempre protagonizadas por princesas que enamoradas de un pretendiente no aceptado por el clan familiar, eran encerradas de por vida en la fortificación…Esa y otras muchas historias pudieran ser ciertas o no…para el presente caso este hecho no tiene relevancia.

Entró nadando por una de sus ventanas. La maravilla fue que, al cruzar el dintel, el interior aparecía iluminado, el mobiliario exquisito, los suelos alfombrados, las habitaciones vestidas como las de un rey…se encaminó a una de las ventanas, por señas y a gritos llamó al resto del grupo: «¡Venid! ¡No tengáis miedo!».




A regañadientes, puesto que el villano acezaba para abortar la iniciativa, el grupo, poco a poco fue lanzándose al agua…dentro del palacio no daban crédito a lo que sus ojos veían…

—Tenemos que regresar. Hay que organizarse y convencer al resto de los muchachos, si lo conseguimos, nos mudaremos aquí. —Anunció el héroe.

La vuelta al castillo llenó de silencio el camino. Una vez en las habitaciones sin que los carceleros se hubieran apercibido de su falta, cada uno ocupó su cama hasta que al alba pudieran reunirse sin la vigilancia a la que eran sometidos y proporcionar la información al resto.

Reunidos a la hora en que sus guardianes dormitaban después de la comida, el héroe explicó el plan a los demás. Unos de acuerdo, otros temerosos, muchas dudas, pero al final hubo consenso y planearon la huida para la noche del trece de septiembre en que la luna llena iluminaría el camino hasta el lago.

Obviaremos los detalles de cómo lograron escapar del castillo hasta llegar sorteando obstáculos al lago. Puede que no sean cosas sin importancia, pero no son necesarias para relatar lo sustancioso de la situación de un grupo de apestados para una sociedad ignorante que los apartaba sin siquiera saber cuál era el motivo para llevar a cabo tal distanciamiento, condenando a un grupo de muchachos a enfrentar otros mundos cuando apenas habían aprendido a moverse en el que les era conocido.

Una vez llegados a la orilla del lago se lanzaron al agua sin convicción, con el deseo de que un futuro incierto fuera mejor que el que dejaban atrás. Dentro del palacio se distribuyeron por las habitaciones entre risas y exclamaciones de júbilo. No podían creer que un sitio tan mágico pudiera ser a partir de aquel momento su morada.  El palacio sumergido era un hábitat inmejorable. Los niños recuperaron su salud, no existía la enfermedad, la muerte, el odio, el aburrimiento…

En noches de luna llena a quién asegura escuchar los cánticos de un grupo infantil elevándose junto al palacio que emerge proyectando su luz sobre el bosque, de este hasta el castillo, cubierto por entero gracias a un manto de enredaderas.

Cuando la luna plena de luz asoma, las madres que otrora se aupaban a una pasarela, visitan ahora a sus hijos, felices, desde las estrellas. Un archipiélago de islas inexploradas donde desde entonces reina la paz.

Fin de toda intromisión.






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